Estado españolProcesos revolucionarios

Sobre clase, partido y dirección

Diego Farpón

El pequeño monje: ¿Y usted no cree que la verdad, si es tal, se impone también sin nosotros?
Galilei: No, no y no. Se impone tanta verdad en la medida en que nosotros la impongamos. La victoria de la razón sólo puede ser la victoria de los que razonan.
Bertolt Brecht

La victoria de la razón no se consigue jamás definitivamente: si fuese de otro modo, significaría la abolición de la historia.
Karel Kosík

Mieczyslaw Bortenstein escribió, a principios de 1939 -está fechado en Perpignan, en marzo, y firmado con pseudónimo, Casanova-, cómo el Frente Popular abrió las puertas a Franco (1). Una obra cuya lectura es, sin lugar a dudas y a pesar del tiempo transcurrido, muy recomendable.
Una revista francesa, que faire?, hizo una reseña en la que cuestionaba el planteamiento político de Bortenstein. Trotsky, en el momento en el que fue asesinado, estaba elaborando un artículo en el cual defendía las posturas que el bolchevique-leninista Bortenstein exponía en su obra sobre la Guerra y la Revolución española. Aquel artículo de Trotsky, aunque quedó inacabado, se publicó en diciembre de 1940 en Fourth International, bajo el título clase, partido y dirección. ¿Por qué fue derrotado el proletariado español?
Como vamos a ver a continuación, en el artículo que estaba escribiendo, Trotsky polemiza sobre las causas de la derrota de la Revolución española. Para explicar esta derrota, al tiempo que critica las posturas de que faire?, que sitúa la responsabilidad sobre las masas, coloca como elemento central el problema de la dirección política. A este problema se suelen referir multitud de escritos, probablemente porque cuenta con cierto desarrollo en la elaboración teórica de Trotsky y, también, porque aparece como problema práctico, en el programa constitutivo de la IV Internacional.
No obstante, al margen de algunas muy breves reflexiones, encontramos, también, otras dos cuestiones que no son menores y en cuya importancia nos parece que se ha incidido menos: nos referimos, por un lado, a la cuestión de la propia conciencia de las masas; por otro lado, a la problemática del papel que juega el individuo en el proceso social e histórico.
Vamos a abordar, en nuestro escrito, estas tres cuestiones, profundamente entrelazadas entre sí. Para ello utilizaremos el mencionado texto de clase, partido y dirección (2) -siendo este el texto que más veces y más extensamente citamos, no lo indicamos para no incomodar la lectura-, pero también nos apoyaremos en un fragmento de historia de la Revolución rusa (3), también de Trotsky, así como, en menor medida, en otros textos de distintos autores.
Nos referiremos, por último, al problema del estalinismo, en la medida en que uno de los subtítulos del trabajo de Trotsky es el estalinismo en España y en la que el último, con el que acabó quizás prematuramente cerrada la inacabada obra, lleva por título la represión de la Revolución española. La represión de la Revolución española adquiere todo su significado cuando adquirimos la conciencia de que la expresión «represión de la Revolución española» oculta, por el lugar en el que tuvieron lugar los hechos y la necesidad de nombrarlos, que su significado es el de represión de la revolución internacional, y, de manera especial, represión de la Revolución rusa: aquí, en la Revolución española, se jugaron su última gran carta las/os bolcheviques-leninistas, herederas/os de Lenin y de la Revolución de Octubre. La Revolución española es el último eco de 1917 y, a su vez, parece la última posibilidad de devolver a los rieles del socialismo científico la Revolución rusa. Nos detendremos sobre ello.
I. El problema de la dirección política
Trotsky comienza su artículo con una cita de que faire? que critica la obra de Bortenstein, y en la que se expone el eje de la crítica que va a enfrentar. Desde la revista se acusa a Bortenstein de no comprender los acontecimientos que han tenido lugar: “(…) una política errónea de las masas, o un partido inmaduro, o bien manifiesta una determinada situación de las fuerzas sociales (inmadurez de la clase obrera, falta de independencia del campesinado) que debe explicarse partiendo de los hechos, presentados entre otros por el propio Casanova; o bien es el producto de las acciones de ciertos individuos o grupos malintencionados, acciones que no se corresponden con los esfuerzos de los “individuos sinceros”, los únicos capaces de salvar la revolución. Tras tantear la primera vía, marxista, Casanova coge la segunda. Estamos en el terreno de la demonología pura (…)”, concluyendo que Bortenstein pretende utilizar un esquema y amoldar la realidad al mismo, en lugar de analizar la realidad de forma marxista.
Así, bajo la apariencia de un planteamiento científico, y aludiendo a la “situación de las fuerzas sociales”, en realidad lo que se hace es evitar dar explicaciones. Que faire? culpará de la derrota a las masas, especialmente por su «inmadurez». También se referirá a la “falta de independencia del campesinado”. Ante estas posiciones, escribe Trotsky, «¿pero qué es la “inmadurez” de las masas? Evidentemente, su predisposición a las políticas erróneas. En qué consistía la política errónea y quiénes fueron sus iniciadores: las masas o los dirigentes -esto es dejado en silencio por nuestro autor-. Mediante una tautología descarga la responsabilidad en las masas».
Así, Trotsky, frente al ataque a las masas, las ensalza, puesto que «(…) repelieron el asalto de los oficiales (…)» e «(…) improvisaron milicias y crearon comités obreros, baluartes de su futura dictadura (…)», mientras que sus teóricas organizaciones «(…) ayudaron a la burguesía a disolver estos comités, a poner fin a los asaltos de los obreros a la propiedad privada y a subordinar las milicias obreras al mando de la burguesía, con el POUM además participando en el Gobierno y asumiendo la responsabilidad directa de este trabajo (…)».
De esta manera que faire? exige lo que Trotsky considera una «(…) madurez absoluta (…)» por parte de las masas, gracias a la cual se podría afirmar que «(…) no requieren una dirección correcta y, más que eso, son capaces de vencer contra su propia dirección. No existe ni puede existir tal madurez».
Así, frente al teórico sometimiento expuesto por que faire? de las masas a las direcciones contrarrevolucionarias, Trotsky afirma que «(…) no hubo ni siquiera un atisbo de mera subordinación. La línea por la que marchaban los obreros cortaba en todo momento con un cierto ángulo con la línea de la dirección. Y en los momentos más críticos este ángulo llegó a ser de 180 grados. Entonces la dirección ayudaba directa o indirectamente a someter a los obreros por la fuerza de las armas».
La combatividad y conciencia de las masas queda ejemplificada cuando «en mayo de 1937 los obreros de Catalunya se levantaron no sólo sin su propia dirección sino contra ella». El compromiso de las masas, por lo tanto, está huérfano de organización, aún cuando se lleve a cabo por militantes encuadradas/os bajo una u otra organización: Trotsky sostiene que, como afirman las/os dirigentes de la CNT, «(…) si la CNT hubiera querido tomar el poder e instaurar su dictadura en mayo, podría haberlo hecho sin ninguna dificultad (…)». Quienes no combatieron por la revolución social, por tanto, no fueron las masas, sino las direcciones que, cuando lo hicieron, fue para “someter a los obreros”.
Algo agravado en su momento en el caso del Estado español porque «(…) las masas nuevas y frescas se volvieron naturalmente hacia la Komintern como el partido que había realizado la única revolución proletaria victoriosa y que, se esperaba, era capaz de asegurar las armas a España (…)».
Si la Komintern desorienta a las masas, no va a haber organización capaz de orientarlas. No es posible generar una nueva dirección porque no están sentadas las bases suficientes para ello y no da tiempo de construirlas en el curso de un proceso revolucionario: «(…) cuando los acontecimientos se mueven con rapidez, un partido débil puede convertirse rápidamente en uno poderoso siempre que comprenda lúcidamente el curso de la revolución y posea cuadros firmes que no se intoxiquen con palabrería ni se aterroricen por la persecución. Pero tal partido debe estar disponible antes de la revolución en la medida en que el proceso de educación de los cuadros requiere un período de tiempo considerable y la revolución no ofrece este tiempo».
Hacen falta, pues, décadas de combate para formar los cuadros y la organización: “(…) un factor colosal en la madurez del proletariado ruso en febrero o marzo de 1917 fue Lenin. No cayó del cielo. Personificaba la tradición revolucionaria de la clase obrera. Para que las consignas de Lenin llegaran a las masas tenían que existir cuadros, aunque al principio fueran numéricamente pequeños; tenía que existir la confianza de los cuadros en la dirección, una confianza basada en toda la experiencia del pasado. Anular estos elementos de los cálculos es simplemente ignorar la revolución viva, sustituirla por una abstracción, la ‘relación de fuerzas’ (…) el resorte principal vital en este proceso es el partido, al igual que el resorte principal vital en el mecanismo del partido es su dirección. El papel y la responsabilidad de la dirección en una época revolucionaria son colosales».
II. La conciencia de las masas
A pesar de su acción política revolucionaria, y en contra de lo que pudiera parecer, Trotsky sostiene que «(…) no es cierto que las masas revolucionarias rompieran con todos sus antiguos dirigentes (…)». Al tiempo, sitúa un problema candente en nuestro tiempo en el que, al enorme coste que supone la guerra en Ucrania, se deslinda el terreno de las organizaciones que propugnan la revolución social y el internacionalismo proletario de aquellas que están dispuestas a situarse detrás de las clases dominantes que oprimen al proletariado en Rusia o en Ucrania, y es que «(…) los trabajadores en general no rompen fácilmente con el partido que les despierta a la vida consciente (…)».
Al mismo tiempo, lo vemos cotidianamente, «(…) una vez surgida, la dirección se sitúa inevitablemente por encima de su clase y, por tanto, queda predispuesta a la presión e influencia de otras clases (…)».
De esta forma, la garantía de la línea política de la organización no estriba sólo en su dirección política concreta, sino en los cuadros de la organización y la futura dirección: «(…) la clase no puede improvisar inmediatamente una nueva dirección, especialmente si no ha heredado del período anterior fuertes cuadros revolucionarios capaces de utilizar el colapso del viejo partido dirigente (…)». Esto apunta, aunque no lo vamos a tratar por cuestión de espacio, algo que para las/os bolcheviques siempre fue una preocupación, y más tarde para la Oposición de izquierda: el método de trabajo en y del partido.
Casi una década antes Trotsky ya había planteado el problema de la formación de los cuadros de la revolución en la historia de la Revolución rusa: «(…) de la excepcional importancia que tuvo la llegada de Lenin a Petrogrado no se deduce más que una cosa: que los líderes no se crean por casualidad, que se seleccionan y se forman a lo largo de décadas, que no se les puede suplantar arbitrariamente, que al excluirles mecánicamente de la lucha se causa al partido una herida viva y que, en ocasiones, puede paralizarle mucho tiempo».
Señala Trotsky que «(…) las mayores conmociones históricas son las guerras y las revoluciones (…)». Naturalmente, no puede ser de otra manera. Son estos momentos, pues, de ruptura, los que demandan una dirección política adecuada.
Zinóviev, en el legado de la Segunda Internacional (4), señala que «(…) la Segunda Internacional, tal como existía, era un caso perdido, por muchas resoluciones excelentes que aprobara (…)». Sin embargo, aún siendo un «caso perdido», afirma: «(…) pero no seremos sabios en retrospectiva. Lo admitimos honestamente: a ninguno de nosotros se nos ocurrió la posibilidad de algo que se pareciera ni remotamente a lo que presenciamos el 4 de agosto de 1914 (…)».
¿Por qué dirigentes de talla mundial se van a ver sorprendidos por el 4 de agosto? Porque es el momento histórico en el que se prueba a las direcciones y en el que se prueban, en lo concreto, direcciones construidas en una realidad y para una realidad anterior, que está transformándose rápidamente y dejando de existir. No es en el momento de expansión del capital y de paz social en el que se revela el carácter de las direcciones políticas, sino en los momentos turbulentos y álgidos de la lucha de clases. Entonces pueden aparecer con toda su fuerza las/os dirigentes del nuevo momento histórico, que necesariamente tienen que estar ya presentes: las/os Lenin, Liebknecht o Luksemburg.
Sin embargo, las viejas direcciones son las que llegan como tales, como direcciones, al Rubicón, y «(…) el proletariado puede “tolerar” durante mucho tiempo una dirección que ya ha sufrido una completa degeneración interna, pero que todavía no ha tenido la oportunidad de expresar esta degeneración en medio de grandes acontecimientos. Es necesaria una gran conmoción histórica para revelar claramente la contradicción entre la dirección y la clase (…)».
Como sabemos, las masas aprenden, fundamentalmente, mediante la experiencia. Necesitan, pues, probar a sus direcciones y, si es cierto que la vanguardia puede clarificar, esta clarificación, para las masas, no puede tener lugar al margen de la experiencia, no puede producirse en un plano puramente abstracto-teórico.
Y es que, como señala Marx en la segunda de las tesis sobre Feuerbach: “el problema de si puede atribuirse al pensamiento humano una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre debe demostrar la verdad (…)”.
III. El problema del individuo en la historia
Este tampoco es un debate viejo, aunque sea antiguo. Ocurre que, a veces, incluso bajo el nombre del socialismo científico se relega el papel del individuo en la historia: así, el partido se sitúa por encima del militante; o el proceso social, la clase, por encima del proletario. Entonces se anulan las voluntades individuales, el partido se convierte en una especie de semidiós, el proceso social se mitifica. Se acusa a la voz crítica de no comprender el proceso social, o de no acatar la disciplina de partido.
En el caso de que faire?, Trotsky señala que «(…) sustituye el determinismo mecanicista por un condicionamiento dialéctico del proceso histórico. De ahí las burlas fáciles sobre el papel de los individuos (…)». Este es un elemento importante porque, muchas veces, no es fácil de comprehender: cuando analizamos desde el socialismo científico podemos caer en el error de mitificar el proceso social: “(…) nuestros sabios podrían decir que si Lenin hubiera muerto en el extranjero a principios de 1917, la Revolución de Octubre habría tenido lugar “igual”. Pero no es así (…)”.
En uno de los apartados de la historia de la Revolución rusa, casi una década atrás, Trotsky ya se había preguntado qué habría sucedido de no contar con Lenin: “(…) ¿Cómo se habría desarrollado la revolución, suponiendo que Lenin no hubiera podido llegar a Rusia en abril de 1917? (…)”. Allí ya responde lo mismo que, hemos visto, afirma años después: “(…) ¿puede afirmar nadie con seguridad que, sin él, el partido habría encontrado su senda? No nos atreveríamos en modo alguno a afirmarlo (…)”.
Trotsky responde de manera colosal: «(…) las circunstancias de la guerra y la revolución no daban al partido mucho margen de tiempo para cumplir con su misión. Hubiera podido ocurrir muy bien, por tanto, que el partido, desorientado y escindido, dejase escapar la ocasión revolucionaria, para muchos años (…)”, y sigue con el problema del individuo: «(…) el papel de la personalidad cobra aquí ante nosotros proporciones verdaderamente gigantescas. Pero hay que saber comprender exactamente ese papel, asignando a la personalidad el puesto que le corresponde como eslabón de la cadena histórica» (hdlRr).
En realidad, por esta senda, que faire? se adentra en el terreno de la historia-ficción y se aleja de la lógica interna de la historia: no podemos afirmar qué hubiese pasado si sustraemos un elemento del proceso histórico que tuvo lugar y, además, en este caso, un elemento, un dirigente, de especial trascendencia. Por el contrario, sobre la realidad concreta que tuvo lugar podemos afirmar la importancia real que supuso Lenin: «(…) Lenin representaba uno de los elementos vivos del proceso histórico. Personificaba la experiencia y la perspicacia del sector más activo del proletariado. Su oportuna aparición en la arena de la revolución era necesaria para movilizar a la vanguardia y darle la oportunidad de aglutinar a la clase obrera y a las masas campesinas. La dirección política en los momentos cruciales de los giros históricos puede llegar a ser un factor tan decisivo como lo es el papel del comandante en jefe en los momentos críticos de la guerra. La historia no es un proceso automático. Si no, ¿para qué dirigentes? ¿para qué partidos? ¿para qué programas? ¿para qué luchas teóricas?».
Esta incomprensión del proceso social e histórico, del desarrollo de la lucha de clases, es enormemente ejemplificada cuando direcciones políticas pretenden llevar a cabo la revolución en nombre de las masas, y no ayudando a estas mismas a su autoemancipación. Este rasgo -la eliminación de la importancia del individuo-, que será vertebral del estalinismo, apareció por primera vez en Krondstad, en 1921. En palabras de Radek: “(…) ¿acaso debemos ceder ante unos trabajadores cuyas fuerzas físicas y su paciencia están agotadas y que están menos informados que nosotros respecto a sus propios intereses generales? (…) el partido opina que no puede ceder, que debe imponer su voluntad de victoria a los trabajadores fatigados dispuestos a abandonar (…)” (citado por Broué en el partido bolchevique, p. 205).
Veamos la importancia del dirigente: «la verdadera desgracia fue que Nin, cubriéndose con la autoridad de Lenin y de la Revolución de Octubre, no pudo decidirse a romper con el Frente Popular (…)». Tal es la importancia del individuo en la historia: contar con Liebknecht o con Lenin, dispuestos a combatir contra todas y contra todos, tanto fuera como dentro de sus propias organizaciones, o contar con Nin, a pesar de ser este también un importante dirigente del movimiento revolucionario, es, o puede ser, si se alcanza un momento crítico, una diferencia esencial en el desarrollo del proceso histórico.
IV. De Moscú a Barcelona
No entraremos en los debates de los bolcheviques-leninistas con el POUM -que, por otro lado, son extremadamente interesantes-, aunque Trotsky, hablando de la Revolución española, inevitablemente, tenga que hacer referencia a este partido que, contra la verdad histórica y fruto de la hegemonía ideológica estalinista, ha pasado a la historia como un partido trotskista.
Para una corriente dominante y teóricamente comunista, todo aquello que no se ha postrado ante el Jefe genial y que no le ha rendido pleitesía ha sido acusado de trotskista, o de imperialista, o de fascista. Dependiendo de la época -que pueden ser sólo unos meses, en función del vaivén de los intereses coyunturales de la burocracia- se ponía más el acento en un lugar o en otro.
La contrarrevolución rusa se había transformado ya en los años treinta en una contrarrevolución mundial. La represión de Moscú llegó hasta Barcelona: paralelamente a la Revolución española estaban teniendo lugar los procesos de Moscú, sin embargo, como bien apunta Broué, estos procesos, que en sí mismos son un escándalo, son una ínfima parte del asesinato sistemático de cuadros políticos bolcheviques que tuvo lugar: «(…) la parte más importante se desarrolló en silencio, sin publicidad alguna (…)» (epb, p. 501).
Así, mientras el POUM duda, dice una cosa y hace otra y la CNT camina por laberintos parecidos, Trotsky no duda en afirmar que «(…) la política más consecuente del bloque en el poder era la de los estalinistas. Eran la vanguardia combatiente de la contrarrevolución republicano-burguesa. Querían eliminar la necesidad del fascismo demostrando a la burguesía española y mundial que ellos mismos eran capaces de estrangular la revolución proletaria bajo la bandera de la “democracia”. Esta era la esencia de su política. Los derrotados del Frente Popular español intentan hoy descargar la culpa sobre la GPU. Confío en que no podamos ser sospechosos de indulgencia hacia los crímenes de la GPU. Pero vemos claramente y decimos a los trabajadores que la GPU actuó en este caso sólo como el destacamento más resuelto al servicio del Frente Popular (…)».
El socialismo en un solo país no es una elaboración teórica, no es el fruto de un debate honesto entre distintas sensibilidades revolucionarias. El socialismo en un solo país es la justificación del Estado burocratizado, es la justificación de la contrarrevolución: una ocurrencia para justificar una situación dada, una ruptura con las propuestas de Engels, Marx y Lenin, y las de todas/os aquellas/os que se inscriben bajo la bandera del socialismo científico.
Consecuentemente, la burocracia contrarrevolucionaria, afirmando el socialismo en un sólo país lo que realmente quería decir es que no podía haber socialismo en ningún otro país. Esta posición de la burocracia no es aleatoria, sino que es una necesidad histórica, vital, porque, si hubiese socialismo más allá de las fronteras soviéticas, ese otro socialismo podría impugnar el Estado burocrático, el Estado asesino de la vieja guardia bolchevique de 1917 y de miles y miles de comunistas, el Estado de la paz social con la burguesía y con el imperialismo: el Estado de la contrarrevolución mundial.
El asesinato de las/os dirigentes del movimiento revolucionario honesto, y no sólo de bolcheviques-leninistas, tiene su mayor exponente en el propio Andrés Nin. Como afirmamos, el asesinato sistemático de quienes no se plegaban al estalinismo y defendían posturas revolucionarias era una necesidad para la burocracia contrarrevolucionaria: no fue el producto de una mala decisión, ni un error inocente. Tampoco, dada su dimensión y sus consecuencias, una anécdota de la historia.
V. A modo de conclusión
Frente al romanticismo de la derrota, del que ocasionalmente se acusa a la izquierda, Trotsky señala que “los defensores del POUM se limitan a negar la responsabilidad de los dirigentes, para eludir así su propia responsabilidad. Esta filosofía impotente, que pretende conciliar las derrotas como un eslabón necesario en la cadena de los acontecimientos cósmicos, es completamente incapaz de plantear y se niega a plantear la cuestión de los factores concretos como los programas, los partidos, las personalidades que fueron los organizadores de la derrota. Esta filosofía del fatalismo y la postración es diametralmente opuesta al marxismo como teoría de la acción revolucionaria”.
La filosofía “impotente” la vemos cada día. La vemos cuando una organización no se atreve a esto o aquello porque las masas no están preparadas, porque no van a comprender, porque… la impotencia y la incapacidad de las direcciones políticas revela un doble carácter contrarrevolucionario. Por un lado, porque muestra el miedo al desarrollo descarnado de la lucha de clases. Muestra el deseo de intentar mantenerla dentro del responsable partido y bajo la ordenada dirección del mismo; por otro lado, porque es una muestra de desconfianza hacia las masas, y desconfiar de las masas supone desconfiar de la revolución: es la clase trabajadora la que lleva a cabo la revolución, la que se autoemancipa. La revolución social no es obra del partido, sino del proletariado y de las clases explotadas. Sobra decir que esta filosofía impotente encuentra distintos hogares: desde el parlamentarismo y las organizaciones abiertamente reformistas hasta organizaciones ultraizquierdas.
Como señala el propio Bortenstein en su escrito, no podemos decir que se hubiese vencido con otras políticas, pero sí podemos afirmar que hay políticas que conducen a la derrota: “el método del Frente Popular os conduce hacia el fascismo con una lógica implacable. Nuestra vía, inspirada en el ejemplo de la primera revolución proletaria victoriosa, de 1917, la vía de la lucha implacable contra todos los enemigos del socialismo, es una vía difícil. Pero es la única”.
Notas
(1) La obra la podemos encontrar con un antetítulo l’Espagne livrée, España entregada. Sin embargo, este antetítulo no parece del autor: Broué, historiador francés, señala que fue puesto por Pierre Naville. En Trotsky, Lev, la revolución española (1930-1940), volumen II. 1936-1940, edición, prólogo y notas de Pierre Broué, Fontanella, Barcelona, 1977, p. 304.
Pierre Naville dirigía Quatrième Internationale, la revista que, en número especial, reeditó la obra de Bortenstein en 1971.
(2) Fourth International, disponible en Marxists Internet Archive.
(3) En su prólogo a la historia de la revolución rusa (obra completa) edicions internacionals Sedov señala que en la edición castellana de los años treinta de esta obra faltaban algunos capítulos. Apareció publicada por la editorial Cénit en 1931 y 1932, en dos volúmenes. Así mismo, el prólogo de edicions internacionals Sedov cuenta que «la primera edición en ruso de esta obra Istorija russkoj revoljucii, fue hecha en Berlín, en cuatro volúmenes, los años 1931-1933 (de donde se deduce la rapidez para la versión al castellano de Andrés Nin y, tal vez, la falta de los capítulos señalados)».
Cuestión esta que recogemos porque la editorial Zero, que recoge la traducción de Nin, no cuenta con los últimos párrafos del capítulo XVI, aunque en la misma ya se han añadido los capítulos que faltaban en la edición de los años treinta.
Al tiempo, en la edición de edicions internacionals Sedov se señala que «(…) Lenin no era ningún elemento accidental en la evolución histórica rusa. Tenía en ella sus raíces más profundas (…)», mientras que en la edición de Sarpe se puede leer, tras una separación distinta de los párrafos: «Lenin no era ningún elemento accidental en la evolución histórica, sino un producto de todo el pasado de la historia rusa, a la que le unían raíces profundísimas (…)». Nos encontramos, al parecer, ante una pequeña omisión en las fuentes que ha utilizado edicions internacionals Sedov. Así, nos decantaremos por la edición de Sarpe: hemos cogido el texto de la verdad. Revista teórica de la IV Internacional, nº56/57, de octubre de 2007, en el que se señala que el mismo está tomado de dicha editorial.
(4) The Communist International in Lenin’s Time. Lenin’s struggle for a revolutionary international. Documents: 1907-1916. The preparatory years, edición de John Riddell, Pathfinder Press, 8ª reimpresión, 2019, pp. 176-180.