La República Soviética de Baviera
Diego Farpón
El 7 de abril de 1919 el Consejo Central de la República de Baviera y el Consejo Obrero Revolucionario de Múnich proclamaron la República Soviética de Baviera. La crisis política y social era dirigida así por el proletariado en defensa de sus intereses de clase.
La violencia de las clases dominantes, apoyada en grupos paramilitares, para defender sus privilegios no tardó en entrar en escena: el 13 de abril un intento de golpe de Estado, y más tarde, el 18, el inicio de la guerra. La República Soviética de Baviera resistió hasta el 6 de mayo. Después, el asesinato legal e ilegal del proletariado en masa.
La República de Weimar se construyó sobre la derrota del proletariado alemán.
El presente relato de los hechos apareció en el número 2 de l’Internationale Communiste, organe du comité exécutif de l’Internationale Communiste, pp. 201-206. Se publicó en junio de 1919.
La República de los Soviets en Baviera
Si se quieren estudiar las posibilidades de desarrollo de la «República de los Soviets», proclamada en Múnich en los primeros días de abril, la pregunta que surgirá en primer lugar será: «¿Cómo se organizan estos Soviets en Baviera? Porque es obvio que la proclamación de un gobierno de Soviets en la capital de un país sólo tiene sentido si existen órganos en todas las localidades que puedan asumir ese cambio de poder en todo el país y que lo deseen. La Dieta, los diputados, los distritos electorales y los electores sólo pueden ser eliminados cuando se puede poner en su lugar un Congreso de hombres capaces y válidos y todo el aparato de gobierno de los consejos de distrito, las localidades y los agentes activos del poder. Pero, ¿qué estamos viendo en Baviera?
El primer intento de establecer un gobierno de los Soviets en Baviera tuvo lugar hacia finales de febrero, tras el asesinato de Eisner, y las formas en que se produjo este acontecimiento dan una respuesta muy clara a la pregunta que acabamos de formular. El Soviet revolucionario provisional central, surgido en los primeros días de la revuelta de entre los consejos municipales de Múnich fuertemente radicalizados, convocó inmediatamente un Congreso de consejos rurales de todo el país, Congreso que debía darle un mandato oficial y por el cual se erigiría en el máximo órgano de gobierno del país. Pero el Congreso convocado se abstuvo de este acto de autoridad, se declaró «incompetente» (más bien incapaz) y recordó la Dieta disuelta.
Los autores principales de esta decisión fueron, naturalmente, los socialistas del Kaiser, representados en el Congreso de Consejos. Sin embargo, las consideraciones oportunistas en las que basaban su actitud tenían otros motivos aparte de alejar a los posibles partidarios de Scheidemann, alemanes del norte, de la cuestión de una Asamblea Nacional. Los verdaderos representantes de la ideología «democrática» en la democracia socialista bávara fueron así eliminados, o al menos momentáneamente apartados (los antiguos ministros Auer, Hoffman y Timm, por la división que se produjo en la Dieta de los industriales de Múnich, Franz Schmidt por su comportamiento profundamente comprometido durante las últimas reuniones del consejo de los obreros de Múnich). En principio, los restantes miembros del Congreso de Consejos, pertenecientes a su mayoría, estaban casi unánimemente de acuerdo con el establecimiento del sistema soviético como organización gubernamental del Estado (y esto era el resultado de la orientación -muy lenta pero aún progresiva- de las masas trabajadoras hacia la izquierda); sólo se vieron impedidos de una adhesión decisiva por consideraciones de política real (realpolitik) desde el punto de vista de la estructura especial, económica y social, de Baviera; consideraciones que les llevaron a creer que el establecimiento de un gobierno de Soviets era impracticable en el país. Esta opinión fue compartida durante mucho tiempo por la mayoría de los miembros del partido «independiente» bávaro -no faltan razones. Baviera es un país agrícola por excelencia y, a diferencia de las provincias agrarias del noreste de Alemania, son los agricultores de renta media los que poseen la tierra. Las grandes propiedades, al servicio de los cuales los jornaleros, o los peones contratados por año (como en Prusia), tienen que hacer todo el trabajo que requiere la explotación, son tan poco conocidos en Baviera como los miserables «lotes minúsculos» de campesinos pobres que se encuentran en otros lugares. En lo que respecta a la industria, por ejemplo, podemos ver que Múnich, la mayor ciudad del país, sólo cuenta con 6 ó 7 grandes empresas industriales, ninguna de las cuales, sin embargo, se acerca en número de trabajadores y producción a la más pequeña de las grandes empresas de las regiones industriales de Alemania del norte. Además, el hecho de que en Múnich lleguen y se vayan más trabajadores industriales (que vienen del campo y vuelven a el) que en cualquier otra ciudad de Alemania, lo que impide la formación de un proletariado local estable. En este sentido, apenas podemos hablar de Núremberg, Furth y Augsburgo, y quizás incluso de algunas pequeñas ciudades industriales provinciales, que podrían haber aportado una mayoría en cierta medida significativa de proletarios industriales. Desde el punto de vista social, este hecho indica sobre todo que los contrastes de clase en este país son externamente muy poco pronunciados, son poco sensibles, y que por lo tanto no hay materia para adoptar una actitud belicosa inmediata. Estas peculiaridades reales de la estructura económica y social de Baviera deben ser ciertamente tenidas en cuenta, y hacen que la posición de los miembros de la mayoría bávara sea más peligrosa que la de sus partidarios y amigos del norte de Alemania, detrás de cuya mueca oportunista se encuentran los hechos desnudos e indiscutibles de la existencia de las masas sufrientes y hambrientas del proletariado de las grandes ciudades y de los miserables jornaleros del campo.
Sin embargo, el razonamiento de la mayoría bávara también es erróneo, y si pudieran pensar, si fueran mínimamente revolucionarios, sobre todo si tuvieran una mínima idea del nuevo principio organizador de la revolución social de nuestro tiempo -los Soviets-, si pudieran entender este principio, ¡deberían haberse dado cuenta ellos mismos de que se equivocan por el momento al razonar así! Porque este «bajo relieve» de los contrastes de clase es (naturalmente) sólo aparente, porque la lucha de clases en esta forma oculta es particularmente peligrosa para los trabajadores, porque la victoria de la burguesía logra así anclarse en las propias masas de oprimidos y amenaza con hacerse eterna.
Teniendo en cuenta estas condiciones, el deber de los partidarios de la idea de la lucha de clases es aplicarse particularmente al fortalecimiento de la conciencia de clase por todos los medios de propaganda dialéctica y práctica, para despertar el deseo de luchar por el poder y crear a través de su frente de batalla en los Soviets un medio de expresión política, estos Soviets deben ser una organización de las capas proletarias de la población excluyendo absolutamente todas las demás tendencias.
La mayoría indecisa del Congreso de Consejos habría tenido razón si hubiese dicho: «Estamos en contra del establecimiento inmediato de una república de los Soviets porque no tenemos sovietistas que puedan servir de apoyo». Porque, de hecho, así es; en Baviera no ha habido nunca sovietistas que se hayan dado cuenta de su verdadera tarea: la organización de las capas puramente proletarias de la población con el fin de prepararlas para querer y llevar a cabo la conquista del poder, y que, en consecuencia, se hayan formado de forma independiente para salvaguardar su intransigencia. Después de que unos pocos sovietistas revolucionarios aislados, -no los Consejos de obreros y soldados «habitualmente elegidos»-, fuesen capaces (en los primeros días de noviembre) de organizar en Baviera el movimiento revolucionario de las masas y las concentraron, prestando así ayuda y asistencia al gobierno de Eisner para llegar al poder, su ejemplo despertó sin duda en todas partes la tendencia todavía inconsciente a formar Soviets según el modelo ruso. Sólo que el «modelo ruso» no lo conocía nadie y estos revolucionarios cayeron inmediatamente en la vieja rutina democrática de representar «todos los intereses». A mediados de diciembre apareció un decreto, firmado por el «socialista del imperio» Auer, que ordenaba la elección, «en el orden habitual», de todos los Soviets. El orden de elección establecido por este decreto anuló por completo el carácter político y militante de los Soviets. Junto a los representantes de las empresas estaban los delegados de los comerciantes, los mercaderes e incluso los profesores burgueses, calificados como representantes de los «trabajadores educados». Los únicos elementos revolucionarios en los «Consejos municipales» eran los restos de los Soviets de los obreros, que habían sido nombrados al principio y no podían ser excluidos. La única tarea que les quedaba a estos Soviets era una apariencia de control sobre los órganos de gobierno municipal y funciones más o menos activas en el campo de la industria. En el transcurso de cinco meses no hubo nuevas elecciones para los Soviets, en las que naturalmente se sentaron también la mayoría de los antiguos empleados de las empresas industriales y, en las campañas de los empleados de los servicios municipales. Mientras que, como resultado de la presión económica de las masas y de la propaganda ilustrada del partido comunista alemán (que poco a poco iba ganando terreno en todo el país), la conciencia de su fuerza y el deseo de luchar crecían entre las clases populares, en los Soviets todo interés por cualquier trabajo se evaporaba debido a la falta de un plan de acción política y de precisión en cuanto a su competencia ejecutiva; y pronto los Soviets devinieron en charlatanes, similares a los antiguos Parlamentos.
No hace falta ninguna otra explicación, para comprender que los representantes de tales Soviets no podían, a pesar de la mejor de las voluntades, decidirse a constituirse en gobierno, es decir, a llevar a cabo efectivamente la dictadura del proletariado. También puede medirse el valor de la primera proclamación de la República Bávara de los Soviets, fechada el 7 de abril, si se tiene en cuenta que los mismos que decidieron la creación del sistema de los Soviets sólo unas semanas antes estaban luchando contra él con todas sus fuerzas. ¿Cómo ha sido posible? Es fácil comprenderlo por lo siguiente: el Congreso de los Soviets de febrero se había pronunciado -por consideraciones oportunistas- a favor de la destitución de los miembros de la Dieta, pero había sido lo suficientemente revolucionario como para confirmar una moción que declaraba que esta Dieta debía ser convocada sólo por un corto período de tiempo, y que la única tarea que se le asignaba consistía en la confirmación de un ministerio presentado por el Congreso. Cuando más tarde la Dieta no quiso asentir a esta medida y, creyendo que la debilidad y la falta de unidad de los miembros del Congreso le impedirían cambiar el ministerio propuesto, decidió sentarse por su cuenta, los socialistas mayoritarios del Congreso también creyeron que sólo la República de los Soviets podría salvar las «conquistas de la revolución». La reunión de la Dieta se interrumpe y la República Bávara de los Soviets se proclama. Desde el punto de vista formal, este acto era muy importante, sobre todo porque podía contar con el apoyo de los Soviets de todo el país, cuyos representantes oficiales habían apoyado esta decisión con su autoridad. Pero en realidad esta decisión era nula. Los dirigentes del partido comunista de Múnich lo comprendieron y rechazaron su apoyo por este motivo. Pero también se dieron cuenta de otra cosa. Vieron que, bajo la presión cada vez mayor del régimen capitalista desorganizado y destruido, un obstáculo iba a ser puesto en el camino para detener el desarrollo del Consejo en la forma de la radicalización cada vez mayor de las masas populares. Por eso pudieron arriesgarse a pronunciar la consigna del establecimiento de un verdadero sistema de Soviets gobernantes, es decir, de la toma de todo el poder sólo por el proletariado. Parece que en Múnich consiguieron, eliminando a los consejos que durante mucho tiempo habían dejado de ser los representantes de la masa proletaria, ponerse en completo contacto inmediato con estas masas y conseguir así tomar realmente el poder. Era obvio que esto no podía tener éxito en todo el país, después de todo lo que hemos dicho anteriormente, especialmente porque la organización del partido comunista no estaba todavía lo suficientemente avanzada -lo que podría haber hecho: sustituir a los miembros desaparecidos del Soviet por personas capaces de trabajar- para lo que, sin embargo, podría haber intentado. Probablemente lo veremos como veremos el derrocamiento de estos prometedores comienzos, por el gobierno socialista de Hoffmann, quizás con la ayuda de los «camaradas» que también, el 7 de abril, votaron por el «gobierno de los soviets». Esperamos que los comunistas logren salvar su organización y mantenerla en condiciones de trabajar, para que se puedan aprovechar las experiencias de los días de lucha y nos quede la posibilidad de conservar especialmente las semillas del futuro, cuyo desarrollo creará los soviets.
Mediante una propaganda incansable, el establecimiento y la puesta de relieve de los puntos más importantes del programa de acción para todas las capas proletarias y semiproletarias de la población, la indicación y explicación de los contrastes entre las clases sociales, el desarrollo del espíritu de lucha y, finalmente, la reorganización de los Soviets en asambleas proletarias conscientes de las injusticias de clase, por las conquistas de los comunistas por todos estos medios para preparar tan bien el momento de la toma del poder que ninguna fuerza en el mundo pueda oponerse a la preponderancia organizada de las clases oprimidas, esta es la tarea que nos queda y que conducirá también a Baviera -a pesar de las peculiaridades de su «estructura económica y social»- hacia el objetivo deseado.
Victor Roebig