Cien años después «el arte de la insurrección»
El periodo que transcurre entre el 23 de febrero y el 25 de octubre (8 de marzo y 7 de noviembre) es verdaderamente convulso. Arranca la revolución de febrero ese día 23, con la movilización de las trabajadoras del textil en la jornada internacional de lucha de las mujeres trabajadoras contra la guerra. Rápidamente se extiende. El 27 de febrero se constituye el sóviet de Petrogrado (luego Leningrado y hoy S. Petersburgo), que en seguida impulsa el Comité Ejecutivo de los Sóviets. Por otra parte, el día 28 se forma un gobierno provisional salido de la duma, un pseudoparlamento. Durante los ocho meses siguientes se produce una inédita situación de “doble poder”, resultado de una paradoja: los dirigentes mencheviques y eseristas de los sóviets, ceden a la endeble burguesía rusa el poder que las masas han otorgado a éstos, los sóviets (la organización y conciencia de los trabajadores es débil y esos dirigentes, muchos recién salidos de la cárcel, tienen cierto prestigio). Pero los sóviets no sólo no desaparecen sino que, de hecho, comienzan a actuar como una suerte de gobierno paralelo (1).
Esta situación de doble poder es insostenible en el tiempo, debiéndose decantar en un sentido u otro, más tarde o más temprano, como señalaban reiteradamente dirigentes como Lenin o Trotsky. Sin embargo, ni siquiera en el partido bolchevique esta constatación era aceptada por toda su dirección. Inmediatamente de su llegada a Rusia el día 3 de abril, Lenin plantea sus “Tesis de abril”. Sobre la base de la caracterización de la guerra imperialista como tal, defiende la necesidad de completar la segunda fase de la revolución, el traspaso del poder al proletariado y el campesinado (tras la primera fase de febrero, en la que se había transferido el poder a la burguesía). ¿Cómo? Sobre la base de luchar, en el marco de los sóviets, por convencer a los trabajadores de la necesidad de su organización independiente, para desmontar cualquier ilusión de que sus intereses eran conciliables con los de la burguesía y el imperialismo (este punto, que revela una vez más la perspectiva internacionalista del bolchevismo, se plasma incluso en su propuesta de crear una nueva Internacional).
Aunque en primera instancia la posición de Lenin es derrotada, el 24 de abril la Conferencia nacional del partido bolchevique la aprueba, lo que permitirá un rearme del partido, a la postre decisivo para el triunfo de la revolución. ¿Por qué hubo resistencia en la propia dirección del partido? Tenían ilusión en que la revolución democrática burguesa no se había completado. De modo que no tocaba, al menos no todavía, la revolución proletaria. Lenin no apostaba por atajo alguno, por un golpe de Estado, ya que eso resultaba incompatible con la realidad que captaba con agudeza a través del método marxismo. Sí con lograr el apoyo de las masas. En el mismo mes de abril, en las “Cartas sobre táctica”, Lenin escribe lo siguiente (Carta primera: Apreciación del momento): «el marxismo exige de nosotros que tengamos en cuenta con la mayor precisión y comprobemos con toda objetividad la correlación de clases y de las peculiaridades concretas de cada momento histórico. Nosotros, los bolcheviques, siempre nos hemos esforzado por ser fieles a este principio, incondicionalmente obligatorio si se quiere dar un fundamento científico a la política». Vale la pena detenerse en ello: “correlación de clases”, claro, pero también “peculiaridades concretas de cada momento histórico”.
La conclusión de todo esto es que desde entonces se afianza un partido obrero, el partido bolchevique, independiente de todo compromiso con las instituciones del capital (dentro y fuera del país) y que, por esto mismo, estará en condiciones de dirigir que se resuelva positivamente la situación de doble poder. Obviamente no él solo, sino interviniendo en una orientación de frente único que toma cuerpo en los sóviets. Dicho de otro modo, a finales del mes de abril ya están disponibles los ingredientes para el arte de la insurrección y, desde entonces, se tratará de cocinarlos al fuego necesario para que ni se frustre el guiso ni tampoco se pase. Para lo que se dispone del mejor libro de recetas imaginable, el del marxismo.
En la segunda parte de este artículo abordamos el desarrollo de los acontecimientos hasta la insurrección. Resaltamos ahora que de lo expuesto se desprende una valiosísima enseñanza para los trabajadores: la necesidad de su organización política independiente como partido obrero, con una perspectiva innegociablemente internacionalista.
¿Es vigente hoy y aquí esta enseñanza? Vivimos momentos muy convulsos, con un ataque brutal del aparato de Estado monárquico a los derechos democráticos y en particular al derecho de los pueblos a decidir libremente su futuro. Evidentemente, toda comparación con la situación en Rusia en el año 1917 sería muy limitada. Sin embargo, el método para comprenderla es el mismo, “correlación de clases” y “peculiaridades concretas”. Salvando las distancias, si el gobierno provisional sólo podía tener un recorrido muy limitado para acoger las reivindicaciones de las masas, ¿acaso no ocurre hoy que la Constitución del 78 apenas tiene margen alguno aquí para lo mismo? Durante todo el periodo que va de febrero a octubre, el gobierno provisional siguió declarando que convocaría una asamblea constituyente. Nunca lo hizo, a diferencia del gobierno surgido de la revolución, que la convoca apenas el 12 de noviembre, dieciocho días después de la insurrección. ¿Alguien puede tener confianza en que, bajo la monarquía, se consulte al pueblo catalán que reclama, cada vez más mayoritariamente, un referéndum para ejercer el derecho de autodeterminación? En Rusia se instituyó el derecho de autodeterminación el 2 de noviembre, sólo ocho días después del 25 de octubre: la Declaración de los derechos para los Pueblos de Rusia. Y no de forma retórica, de hecho se acogen a él para declarar su independencia muchas repúblicas en las semanas y meses siguientes (Ucrania, Moldavia, Finlandia, Lituania, Estonia, Bielorrusia, Polonia, Letonia, etc.).
Quienes nos hablan de diálogo, quienes nos hablan de reformar la constitución monárquica, ¿acaso no se parecen a quienes sostenían que el gobierno provisional aún podía avanzar en la democracia? Sólo la liquidación del gobierno provisional permitió satisfacer las reivindicaciones de las masas (parar la guerra en Rusia, la nacionalización de la banca, los derechos de los pueblos, etc.). Y sólo se pudo liquidar mediante la revolución. En palabras de Trotsky, “la irrupción de las masas en el gobierno de sus propios destinos”. Masas cuya voluntad de movilizarse cada vez es más patente. Construyamos la otra pata, el partido obrero que necesitamos.
En la primera parte de este artículo (2), publicada en el número anterior de Información Obrera (319), consignamos algunos de los principales acontecimientos que tienen lugar a lo largo del año 1917, desde la revolución de febrero y la paradójica situación de doble poder que se abre, entre el gobierno provisional y los sóviets. También señalamos el carácter insostenible de esta situación, que se agravaba cada vez más, ausente toda posibilidad de una salida democrática en el marco de la supervivencia del régimen que mantenía a Rusia en la guerra imperialista, el atraso y la opresión de los trabajadores, los campesinos y los pueblos (3).
La insurrección es un momento decisivo que en absoluto puede entenderse ni sólo ni principalmente como resultado de una conspiración, de un movimiento puramente táctico. Detrás está todo lo mencionado, sujetos sociales que se constituyen como tales de acuerdo a sus intereses materiales. Es decir, de acuerdo al lugar que ocupan en las relaciones de producción propias de cada tipo de sociedad: son las clases sociales, más allá de cómo se expresen o no políticamente. Pero en Rusia la clase trabajadora no sólo se expresa políticamente en la existencia de los sóviets, embriones de un Estado obrero, sino que tiene un instrumento que puede ayudar decisivamente a decantar la situación, incidiendo en la irrupción de las masas y en su orientación: el partido bolchevique. Un partido que hace bueno el aforismo de que el movimiento se demuestra andando, pero andando con la guía que aporta el método marxista.
La tarde del día 24 de octubre Lenin escribe una carta a los miembros del Comité Central: “la situación es crítica en extremo. Es claro como la luz del día que hoy todo lo que sea aplazar la insurrección significará verdaderamente la muerte. Poniendo en ello todas mis fuerzas, quiero convencer a los camaradas de que hoy todo está pendiente de un hilo, de que en el orden del día figuran cuestiones que no pueden resolverse por medio de conferencias, ni de congresos (aunque sean incluso congresos de los sóviets), sino únicamente por los pueblos, por las masas, por medio de la lucha de las masas armadas”.
En esta carta que expresa la determinación de la dirección del partido obrero, se concentra la experiencia de todo el movimiento obrero internacional: “¡¡No se puede esperar!! ¡¡Nos exponemos a perderlo todo!! (…) ¿Quién ha de hacerse cargo del Poder? Esto, ahora, no tiene importancia: que se haga cargo el Comité Militar Revolucionario ‘u otra institución’ que declare que sólo entregará el Poder a los verdaderos representantes de los intereses del pueblo, de los intereses del ejército (inmediata propuesta de paz), de los intereses de los campesinos (inmediata toma de posesión de la tierra, abolición de la propiedad privada), de los intereses de los hambrientos”.
Los procesos sociales no son decretables a voluntad; resultan de las leyes que los rigen, en torno a las cuales tiene lugar la intervención de las clases. La carta de Lenin es un destilado del método marxista que permite apreciar la singularidad del momento: “Si hoy nos adueñamos del Poder, no nos adueñamos de él contra los Sóviets, sino para ellos (…) La toma del Poder debe ser obra de la insurrección; su meta política se verá clara después de que hayamos tomado el Poder (…) Así lo ha demostrado la historia de todas las revoluciones, y los revolucionarios cometerían el mayor de los crímenes, si dejasen pasar el momento, sabiendo que de ellos depende la ‘salvación de la revolución’, la propuesta de paz, la salvación de Petrogrado, la salida del hambre, la entrega de la tierra a los campesinos. El gobierno vacila. ¡Hay que acabar con él, cueste lo que cueste! Demorar la acción equivaldría a la muerte”.
La insurrección había comenzado antes. Como explica Trotsky en Historia de la revolución rusa, fue el 9 de octubre con el conflicto de la guarnición o el 12, con la creación del Comité Militar Revolucionario, que pone los medios para dicha culminación: “la etapa final, en el curso de la cual los insurrectos rechazaron definitivamente las formas convencionales de la dualidad de poderes, con su legalidad dudosa y su fraseología defensiva, duró exactamente veinticuatro horas: del 25, a las 2 de la mañana, hasta el 26, a las 2 de la mañana. En ese lapso de tiempo, el Comité militar revolucionario recurrió abiertamente a las armas para apoderarse de la ciudad y detener al gobierno: en las operaciones participaron, en total, sólo las fuerzas necesarias para cumplir una tarea limitada, en todo caso no más de veinticinco a treinta mil hombres”.
Se ha tomado el poder, lo que permitirá constituir un Estado obrero. Aunque está por hacer y no en las mejores condiciones, ya el mismo día 26 se promulgan tres decretos importantísimos: el de la constitución del gobierno de los trabajadores y los campesinos (el Consejo de Comisarios del Pueblo); el de la tierra y el de la paz. Y en los días siguientes nuevos decretos que ya hemos comentado en artículos anteriores. El triunfo de la insurrección culmina exitosamente el proceso revolucionario comenzado mucho antes y que, de acuerdo a la noción de “revolución permanente” formulada ya por Marx y Engels desde 1844 y retomada por Trotsky y por Lenin desde 1904, en ningún caso puede constreñirse en el tiempo y en el espacio a unos hechos puntuales. Esto justifica plenamente el sentido de estudiar la revolución rusa porque, como decía el propio Trotsky en enero de 1917 en un texto sobre 1905, Lecciones del gran año: “Los aniversarios revolucionarios no son sólo días para conmemorar, son días para sacar lecciones de las experiencias revolucionarias”.
Quizá pueda parecer extemporáneo el énfasis que ponemos en la insurrección. Pero la cosa cambia, debe cambiar, si lo entendemos en términos de su significado profundo: la culminación de un proceso que se asienta en la necesidad, para los trabajadores, de poner en cuestión la organización social que nos oprime cada vez más, negándonos una vida digna. Culminación que sólo puede comprenderse como resultado de la experiencia de la clase trabajadora organizándose políticamente de forma independiente, plenamente independiente de todo compromiso con todas y cada una de las instituciones del capital. Rechazando por tanto toda ilusión en el diálogo con los explotadores y sus representantes, como si pudieran conciliarse sus intereses y los nuestros. Lo que resulta de rabiosa actualidad. Literalmente.
Xabier Arrizabalo Montoro
(1) Información Obrera, nº 319, octubre 2017.
(2) El presente escrito fue publicado en dos números consecutivos de Información Obrera. Ofrecemos aquí el artículo completo.
(3) Información Obrera, nº 320, noviembre 2017.