La Oposición

Ante el centenario de la Oposición de izquierda

Diego Farpón

En 1923 nació la Oposición de izquierda, un tremendo movimiento bolchevique que combatió, hasta la muerte, la degeneración de la Revolución de Octubre. A lo largo de una serie de breves escritos, aquí recopilados, hemos hecho una pequeña aproximación al nacimiento de aquella experiencia histórica.

1923: el partido bolchevique en la encrucijada

La historia que vamos a contar durante las próximas semanas no comienza en 1923, cuando surge la Oposición de Izquierda. Lo hace en el mismo instante en el que triunfa la Revolución de Octubre, en 1917. Durante ese espacio de seis años que transcurren entre 1917 y 1923 tienen lugar una serie de acontecimientos en Rusia, en Europa y en el partido bolchevique que van a desembocar en la constitución de la Oposición, germen, a su vez, de la organización que recogerá el testigo de la Internacional Comunista: la IV Internacional.
Hace un siglo tanto la Revolución de Octubre como el partido bolchevique se encontraban ante terribles contradicciones y tensiones. Y es que, como afirma Pierre Broué, “en 1922, todo está ya preparado para que se inicie el reino de los administradores (…)” (el partido bolchevique, p. 222). Años más tarde lo expresará de la siguiente manera: “esta gente no se agrupará antes de 1924. En 1922 y 1923 es cuando las cosas se definen (…)” (comunistas contra Stalin, p. 39).
Hubo un momento en el que el partido bolchevique se tornó irrecuperable. Lo atestiguan, de un lado, los asesinatos pergeñados por la burocracia contrarrevolucionaria que, aniquilando físicamente a la vieja guardia leninista y a la generación alumbrada por 1917, eliminan el sustrato material -el militante bolchevique- e impiden, así, que este intervenga en el proceso histórico; del otro lado, lo atestigua la misma fundación de la IV Internacional: señala, probablemente, el punto de no retorno, el momento en el que la IC, símbolo de 1917, es irrecuperable y exige a la militancia bolchevique, o bolchevique-leninista, la constitución de una nueva organización internacional para luchar por el socialismo fuera de Rusia pero, también, en Rusia.
La IV Internacional se constituyó en 1938. Hubo, pues, 15 años durante los cuales se forjó la nueva herramienta internacional del proletariado. La historia, como veremos, es compleja: si en 1922 la burocratización había avanzado y el partido bolchevique se había transformado, lo cierto es que este todavía ofrece un espacio de combate: no sería hasta 1927 cuando serían expulsados del partido Preobrazhensky -en agosto- y Trotsky -en diciembre-.
¿No es, entonces, legítimo pensar que hasta 1927 se podía combatir dentro del partido bolchevique? Sin embargo, a la contrarrevolución no le bastó con estas expulsiones, ni con el posterior exilio de Trotsky. El proceso, a medida que la contrarrevolución tomó fuerza se hizo sanguinario: se pasó de las expulsiones al asesinato, e incluso al asesinato de la vieja guardia leninista: así ocurrió en agosto de 1936, enero de 1937 y marzo de 1938. Asesinatos que corren paralelos a la Revolución española, que también es bañada en sangre. Y es que el combate por el bolchevismo no es un problema específicamente ruso. Si en los primeros años, tras la Revolución de Octubre, se soñaba con la Revolución alemana, lo cierto es que la burocracia tendrá pesadillas con la Revolución española más de una década después: la contrarrevolución necesitaba aniquilar el último eco de la Revolución de 1917 que, a su vez, de llegar a buen puerto, podría remover los cimientos de la burocracia asesina y contrarrevolucionaria.
Y todo esto aún era insuficiente. En 1940, en México, es asesinado Trotsky. Khristian Rakovsky, Olga Davýdovna Kámeneva o Varsenika Djavadovna Kaspórova sobrevivirán, encerradas/os en campos de exterminio, aisladores políticos, hasta septiembre de 1941.
¿Entonces, hasta qué momento fue posible la lucha en el partido bolchevique? ¿Hasta la década de los veinte, de los treinta, o incluso hasta principios de los cuarenta? Probablemente tengan razón quienes piensen en fechas tempranas y, probablemente, también, tengan razón quienes piensen en fechas tardías. La historia, escrita hoy, estaba entonces en pugna.
Recorremos a lo largo de las próximas semanas este desconocido y apasionante período de la historia, que hunde sus raíces en fechas más tempranas, como veremos, pero que en 1923 tuvo un punto de inflexión con el surgimiento de la Oposición.

Lenin y la conciencia de la burocratización del partido bolchevique

Nunca sabremos quién fue el primer bolchevique que se dió cuenta de que el partido se estaba burocratizando. Sin embargo, con los documentos que disponemos, podemos observar cómo el propio Lenin, en el XI Congreso del partido -Lenin, ya enfermo, sólo asistió al informe de apertura- plantea el problema, afirmando que «(…) muchos dicen, y con cierto fundamento, que nos hemos burocratizado (…)» (la última lucha de Lenin, p. 42).
Para Lenin el problema radica en la incapacidad de los bolcheviques para dirigir al Estado, que sigue bajo la lógica del viejo mundo: el Estado dirige a los bolcheviques y arrolla al propio partido. Lo explica de la siguiente manera: «es preciso que ellos, los comunistas, manejen el aparato al que han sido enviados, y no, como sucede con frecuencia, que el aparato los maneje a ellos. No hay por qué ocultar esto, hay que hablar de ello con claridad (…)» (lúldL, p. 133).
Y es que «si tomamos Moscú como ejemplo -4700 comunistas ocupan cargos de responsabilidad- y si observamos esa maquina burocrática, esa inmensa mole, nos debemos preguntar: ¿quién dirige a quién? Pongo muy en duda que pueda afirmarse que los comunistas dirigen a ese gentío. A decir verdad, no son los que dirigen, sino los dirigidos» (lúldL, pp. 55-56).
Tras un año de viraje, en el que las condiciones materiales -no es la propaganda del enemigo de clase, sino el propio Lenin quien en el informe al IV Congreso de la Internacional Comunista habla de «hambruna», achacándola a la guerra civil, y afirma que «reinaba el descontento entre los obreros» (lúldL, pp. 103-120)- provocaron que se introdujese la NEP y que estallasen distintos conflictos, entre los que merece un lugar destacado -tendremos tiempo de detenernos en otra entrega- el levantamiento de Kronstadt, Lenin afirma: «pues bien, ha transcurrido un año, el Estado se encuentra en nuestras manos, pero ¿funcionó la Nueva Política Económica durante ese año en la forma que nosotros queríamos? No. Y no lo queremos reconocer: el Estado no ha cumplido nuestra voluntad (…)» (lúldL, p. 45).
Naturalmente, Lenin no es el único que percibe el problema. Una propuesta de resolución presentada en aquel XI Congreso señala: «las organizaciones del partido han comenzado a verse recubiertas por un aparato inmenso (…) que , con su desarrollo progresivo, ha empezado a realizar incursiones burocráticas y a absorber una parte excesiva de las fuerzas del partido» (epb, p. 221).
Pese a las advertencias de Lenin tras aquel XI Congreso un grupo comenzaría a controlar «casi todos los puestos decisivos». Sus nombres, según Pierre Broué, «son aún poco conocidos»: Kaganóvich, Mólotov, Mikoyán, Zhdánov, Ordzhonikidze, Solz, Stalin. «Entre ellos no hay ningún teórico, ningún tribuno, ni siquiera un dirigente de masas de origen obrero; todos ellos son hombres hábiles, eficaces y pacientes, organizadores discretos, personajes de despacho y de aparato, prudentes, rutinarios, trabajadores, obstinados y conscientes de su importancia, gentes de orden en definitiva. Stalin es el que los aglutina y los integra; a su alrededor comienza a constituirse una facción que no proclama su nombre pero que actúa y extiende su influencia» (epb, p. 222).
El de Lenin no era un partido perfecto. Y, al contrario, distaba mucho de serlo. A Lenin le llevo toda la vida la construcción del partido, y lejos de hacer una foto de un momento concreto, y convertir el partido en una abstracción absurda y pensar que Lenin había terminado el partido, de una vez y para siempre -para cualquier lugar, para cualquier tiempo-, como algunas/os pretenden, diciendo que hay un partido leninista con unas determinadas reglas y formas de funcionar, hemos de buscar en la historia e intentar avanzar en la comprensión de la dialéctica de la organización proletaria.
Lenin morirá intentando transformar su partido para que pueda superar las nuevas contradicciones concretas que la nueva etapa de la lucha de clases le plantea.

Lenin y el combate contra la burocratización del partido bolchevique

Como afirmamos en el anterior artículo, el partido bolchevique aparece no pocas veces ante nosotras/os mitificado, como un modelo que copiar, como un modelo acabado. Se olvida, de esta manera, que su construcción no fue lineal, sino que sufrió avances y retrocesos continuos. Además, se olvida así la naturaleza dialéctica de la construcción de Lenin: nada más ajeno al socialismo científico que pensar que Lenin podía acabar para siempre de construir el partido, como si hubiese arribado a una meta. Nada menos bolchevique que pensar que hay un partido que copiar. Allí donde se buscan abstractas fórmulas para interpelar al proceso social desaparece toda potencia creativa y, por tanto, toda posibilidad de constituir un partido, una organización, para la revolución.
El partido bolchevique, órgano vivo, tras llevar a cabo la Revolución de Octubre y sufrir la guerra imperialista, padeció profundos cambios. Así, “(…) la vieja guardia se ve completamente rebasada en número: en 1919 sólo un 8 por 100 de los miembros del partido han ingresado antes de febrero de 1917 y un 20 por 100 antes de octubre (…)”. El partido ha pasado de 250.000 miembros en 1919 a 730.000 en 1921 (epb, p. 177).
El cambio, por supuesto, no es sólo una cuestión numérica, sino cualitativa. En aquel mismo 1921 se podía leer en Pravda: “entre los camaradas del partido, resulta extraordinariamente difícil encontrar alguno que haya leído por lo menos el Capital de Marx o alguna otra obra básica de la teoría marxista”. (epb, pp. 176-177).
Cambia, también, la situación de la clase obrera, y su número, la sangre del partido: “(…) mientras que en 1919, existían tres millones de obreros industriales (…) en 1921 no sobrepasan 1.250.000 (…)” (epb, p. 198), y cambia su conciencia: “la clase obrera, considerablemente reducida en número, ha sufrido alteraciones más hondas aún en cuanto a la conciencia. Su vanguardia (…) ha abandonado en masa las fábricas al comienzo de la guerra civil (…)” (epb, p. 198). Lo cual añadido al estado de la industria, producción y equipo, prácticamente liquidados por la guerra, lleva a Pierre Broué a afirmar lo siguiente: “(…) no existe ya una vanguardia, ni siquiera un proletariado, en el sentido marxista de la palabra, sino una masa de obreros desclasados, un subproletariado miserable y semiocioso (…)” (epb, p. 199).
Además, el único partido legal será el bolchevique: “numerosos antiguos adversarios acuden a las filas bolcheviques y a menudo son acogidos entusiásticamente (…) el partido, en virtud de su monopolio político, se convierte en el único organismo en el que se pueden expresar las presiones divergentes de las clases y los desacuerdos políticos” (epb, p. 209).
Frente a este hecho, “Lenin defenderá en marzo, ante el VIII Congreso del Partido, la legalización de los mencheviques y de los socialrevolucionarios, cuyo periódico Délo Naroda vuelve a aparecer durante un cierto período (…)”, (epb, p. 181).
En un contexto en el que “decenas de miles de los mejores militantes han muerto: por el contrario, el final de la guerra civil provoca el flujo de los arribistas (…)” (epb, p. 208), Lenin pedirá que se refuercen los mecanismos de protección del partido: se trata de depurar al mismo, de expulsar las/os arribistas que se han abierto camino en el mismo, y al tiempo, de poner una serie de mecanismos para evitar la entrada de nuevas/os arribistas. Se implantará, entonces, la premilitancia.
No pasará mucho tiempo hasta la muerte de Lenin. En su nombre, el partido va a abrir sus puertas de par en par. La burocracia tiene claro el camino para tomar el control: diluir la potencia de la vanguardia en un partido de masas, desideologizado y manejable mediante artimañas y demagogia. Mientras Lenin agoniza, a mitad de enero de 1924, se pasa de la premilitancia a “(…) la promoción ‘llamada de Lenin’ [que] aporta más de doscientos mil nuevos afiliados (…) (epb, p. 264).

La cuestión nacional y el combate por el bolchevismo

El 22 de octubre de 1922 dimitieron 9 de los 11 miembros del Comité Central del Partido Comunista de Georgia. Un día antes Lenin había escrito al CC, y especialmente a dos de sus miembros: Tsintsadze y Kavtaradze. Lenin les reprochaba el «(…) tono indecente (…)» e «(…) insultos (…)» que habían dirigido a Ordzhonikidze, insistiendo en que «(…) sometan su conflicto, en un tono correcto y leal, al Secretariado del CC del PCR (…)» (lúldL, pp. 98-99).
Un mes antes, el 24 de septiembre, Stalin había presentado, en una comisión que debía estudiar las relaciones entre Rusia y las distintas repúblicas, un proyecto de federación soviética. En la misma carta a los georgianos Lenin señala que «estaba convencido de que todas las divergencias habían sido allanadas con las resoluciones del pleno del Comité Central, en cuya elaboración participé indirectamente y Mdivani directamente» (lúldL, pp. 98-99): Lenin había escrito sobre la cuestión el 26 de septiembre, y el proyecto había sido modificado por el CC del PCR, los días 5 y 6 de octubre, si bien Lenin, el mismo día 6, escribió a Kamenev: «declaro una guerra a muerte al chovinismo gran ruso. Lo comeré con todas mis muelas sanas en cuanto me libre de la maldita muela» (lúldL, p. 91).
Y es que, aunque Lenin desconocía hasta dónde lo habían hecho, las divergencias no sólo no habían sido allanadas sino que habían estallado. En diciembre será consciente de la magnitud del problema y se culpará en un tono duro y poco habitual de la situación a la que se ha llegado: «parece que soy fuertemente culpable ante los obreros de Rusia por no haber intervenido con suficiente energía y dureza en el famoso problema de la autonomización, llamado oficialmente, al parecer, problema de la unión de las repúblicas socialistas soviéticas» (lúldL, p. 203).
La postura de Lenin ha cambiado radicalmente durante noviembre: «se dice que era necesaria una unidad del aparato. ¿De dónde provenían esas afirmaciones? ¿No provenían acaso del mismo aparato ruso que, como lo señalé en una parte anterior de mi diario, tomamos del zarismo y recubrimos ligeramente con un barniz soviético?» (lúldL, p. 204). Y, si en un principio recriminó a los georgianos, vuelve a escribirles, pero esta vez para ponerse de su lado: «sigo su problema con todo el corazón. Me llenan de indignación la rudeza de Ordzhonikidze y la connivencia de Stalin y Dzerzhinski. Voy a preparar para ustedes unas notas y un discurso» (lúldL, p. 269).
Unos meses antes «(…) en el XI Congreso solo Preobrazhensky había preguntado cómo un solo hombre, en un régimen soviético y en el seno de un partido obrero, podía acumular en sus manos funciones y poderes de tal envergadura» (epb, p. 223). Lenin, ahora, ya identifica también que hay un problema con Stalin.
El 24 de diciembre, en una carta al XII Congreso, que tendría como fecha de celebración el mes de marzo del año siguiente, Lenin dictaba: «el camarada Stalin, convertido en secretario general, concentró en sus manos un poder ilimitado, y no estoy seguro de que siempre sea capaz de utilizar ese poder con suficiente cuidado (…)» (lúldL, p. 192), a lo cual el 4 de enero va a agregar: «(…) Stalin es demasiado rudo, y este defecto, aunque del todo tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el puesto de secretario general. Por eso propongo a los camaradas que piensen una manera de relevar a Stalin de ese cargo (…)» (lúldL, p. 210).
En su lucha contra la degeneración burocrática la cuestión nacional es la que aclara el problema a Lenin, que va a combatir, desde entonces y hasta su muerte, a Stalin, contra quien pasa de la crítica interna a la pública. En más vale menos pero mejor, escrito en febrero y publicado en marzo de 1923. La denuncia ya no se ciñe al interior del partido: «(…) para todos los lectores informados de Pravda, esto supone una verdadera bomba: Lenin denuncia públicamente a Stalin (…)» (epb, p. 232).

Kronstadt o el día que el partido impuso su voluntad

El partido, otrora vanguardia y con capacidad de influencia y dirección sobre las masas, al tiempo que era capaz de ser eco de las reivindicaciones legítimas de estas, se desdibujaba en la medida en que la que la clase obrera languidecía por el bloqueo económico mientras era exterminada por la invasión imperialista.
La falta de estímulo exterior -la Revolución alemana se hace esperar- tampoco ayudaba; el Estado, que debía entrar en un proceso de extinción, se hizo fuerte: los soviets retrocedieron, la burocracia se impuso. Así, sutilmente, el Estado pervivía de manera transfigurada: la contrarrevolución construyó un espacio que le permitió no ser aniquilada.
El proceso de transformación del partido bolchevique se hizo relevante cuando se situó por encima de la clase obrera. En su delirio final acabaría, también, por encima de la militancia bolchevique y de la vieja guardia leninista: «el partido» asesinará en nombre de la revolución a las/os revolucionarias/os. «El partido», porque había dejado de ser el partido de Lenin y de la revolución para ser el partido de la contrarrevolución, de la burocracia, de la resistencia de la sociedad de clases y de la posibilidad de recomposición del Estado agonizante.
La rebelión de Kronstadt es sintomática. Hunde sus raíces en la situación económica, pero también refleja debates que tenían lugar en el partido: «(…) la discusión sobre los sindicatos y la campaña de Zinóviev a favor de la «democracia obrera» avivan las brasas. El comité del partido en Petrogrado, intentando explotar el descontento de los marinos ante la centralización que imponen los comisarios políticos, exige que le sea confiada la dirección política de la flota: Zinóviev respalda a los que denuncian la «dictadura de los comisarios» y, en Kronstadt, todos estos elementos de agitación encuentran el terreno abonado» (epb, p. 199).
Pero no encontramos críticas bolcheviques ante lo ocurrido, ante la represión, a pesar de que «(…) el programa de los rebeldes despertaba no pocos ecos del programa de la revolución de 1917 cuya punta de lanza había sido Kronstadt, y las reivindicaciones que incluía correspondían a las aspiraciones de buen número de obreros y campesinos, cansados del sacrificio, exhaustos, destrozados y hambrientos (…)» (epb, p. 204). La ausencia de autocrítica no parece justificada aún cuando «(…) los militantes delegados al X Congreso, incluso los pertenecientes a la oposición obrera, han intervenido en el ataque y en la represión (…)» (epb, p. 204).
Poco más tarde, en el esquema de sobre el impuesto en especie, Lenin resume Kronstad: «la economía en la primavera de 1921 se ha transformado en política» (Lenin, v. 43, p. 398). Había sido, pues, la situación económica la que había propiciado la rebelión. La rebelión de Kronstadt tenía, al menos, parte de razón: el comunismo de guerra pasaba a la historia. En el X Congreso se introdujo la NEP: «(…) en este sentido hemos cometido muchas faltas, yendo demasiado lejos: hemos ido demasiado lejos por el camino de la nacionalización del comercio y de la industria, por el camino de cerrar la circulación local de mercancías. ¿Ha sido un error? Sin duda alguna (…) Mas, al propio tiempo, el hecho indudable, que no debemos ocultar en la agitación y la propaganda, es que hemos ido más lejos de lo que era necesario desde el punto de vista teórico y político. Podemos permitir en grado considerable el libre intercambio local de mercancías, no destruyendo, sino reforzando el poder político del proletariado (…)» (L, v. 43, pp. 62-63).
Será años más tarde Víctor Serge quien señalará la importancia de la reflexión: «(…) el episodio de Kronstadt a la vez plantea las preguntas sobre las relaciones entre el partido del proletariado y las masas, sobre el régimen interior del partido (la oposición obrera fue maltratada), sobre la ética socialista (todo Petrogrado fue engañado por el anuncio de un movimiento blanco en Kronstadt), sobre la humanidad en la lucha de clases y sobre todo en la lucha en el seno de nuestras clases. Finalmente hoy se nos pone a prueba en relación con nuestra capacidad de autocrítica» (la degeneración de la URSS y la guerra civil española, pp. 157-158).
En su momento el más sincero fue Radek: «(…) ¿acaso debemos ceder ante unos trabajadores cuyas fuerzas físicas y su paciencia están agotadas y que están menos informados que nosotros respecto a sus propios intereses generales? (…) el partido opina que no puede ceder, que debe imponer su voluntad de victoria a los trabajadores fatigados dispuestos a abandonar (…)» (epb, p. 205).
Las/os bolcheviques no sabían, entonces, hasta dónde sería capaz el partido de imponer su voluntad.

Aislamiento de Stalin, pasividad de Trotsky

Vimos anteriormente que en Kronstadt «(…) por primera vez, en nombre de «su mayor conciencia», el partido que hasta entonces los dirigía, sabiéndoles convencer, había combatido con las armas en la mano, contra unos trabajadores que se habían expresado libremente, de un modo reaccionario en su opinión. La lírica armónica de 1917 pertenecía ya al pasado» (epb, p. 205).
Pero la lírica armónica va a combatir fuertemente. Ni la historia está escrita ni el partido bolchevique condenado a un futuro determinado.
A medida que el proceso social lo exige se constituyen, por un lado, los grupos opositores, por otro se forja la propia crítica. Y así surgen los decistas, primera oposición en el seno del partido bolchevique. Por su parte, la crítica, en sus inicios, era abstracta, apuntaba generalidades: se señalaba una excesiva centralización o el ahogamiento de la iniciativa de las organizaciones locales; pero poco a poco, esta se irá concretando y llegará, como ya vimos, a acorralar a quienes dirigían el proceso de degeneración: la cuadrilla de Stalin.
Los decistas se organizaron ya en el VIII Congreso, en 1919, bajo el nombre de Grupo del Centralismo Democrático. Este grupo será, más tarde, parte de la Oposición de Izquierda y, después, de la Oposición Unificada. Entre sus filas viejos bolcheviques, como Saprónov, o Tsintsadze, aquel que más tarde sería parte de los bolcheviques-leninistas.
Más conocida es la Oposición Obrera. Con raíces desde el IX Congreso, se proclamó en 1921. Pero también aparecieron Verdad Obrera o el Grupo Obrero: las/os viejas/os bolcheviques intentaban combatir el rumbo de su organización.
Mientras se organizan y clarifican los grupos opositores comienza el combate ideológico, la forja y amolamiento de la crítica contra la fracción de Stalin. El XII Congreso, en abril de 1923, muestra la tendencia histórica: Stalin contra todas, contra todos. Más allá de los acuerdos coyunturales, Stalin, representante del grupo dominante, va a estar aislado, haciendo equilibrios para ser una vez apoyado por unos, otra vez por otros. Este grupejo necesitaba disolver la histórica militancia bolchevique en un partido de masas.
¡Y es que incluso Lenin era parte de la oposición! ¡Y le había pedido ayuda a Trotsky! Ya hablamos en la cuarta entrega sobre el conflicto con Georgia. Volvamos. Lenin escribe a Trotsky: «Le ruego con insistencia que asuma la defensa de la cuestión georgiana en el CC del partido. Esta cuestión se encuentra ahora bajo el asedio de Stalin y Dzerzhinski, de cuya imparcialidad no me puedo fiar. Es más, todo lo contrario. Si usted aceptara asumir la defensa, podría estar tranquilo. Si por uno u otro motivo no acepta, devuélvame todo el legajo (…)» (lúldL, p. 266).
En el XII Congreso «(…) Preobrazhensky denuncia la no aplicación de las principales resoluciones del X Congreso (…) Kossior ataca a la «pandilla» del secretario general (…) Lutovinov comenta irónicamente la pontifical infalibilidad de que hace gala la dirección (…) Budu Mdivani y Majaradze, que han sido derrotados en el Congreso Georgiano celebrado en marzo, denuncian el chovinismo granruso del aparato manipulado por Stalin y Ordzhonikidze (…) Bujarin califica de chovinista, en lo referente a las nacionalidades, la política de Stalin (…) Rakovsky se refiere a una cierta política de «rusificación» de las minorías y afirma que Stalin, sobre este punto, reinicia la tradición zarista. Este último, es el que invoca la autoridad de Lenin y su carta -que aún no ha sido publicada- sobre la cuestión nacional, para estigmatizar la concepción centralizadora que Stalin ha impuesto en la Constitución de la URSS» (epb, pp. 239-240).
Trotsky, sin embargo, no combate: «por su parte, Trotsky abandona la sala durante la discusión de la cuestión georgiana, guarda silencio durante las denuncias contra el aparato y aporta su apoyo a la troika al afirmar la inquebrantable solidaridad del Politburó y del comité central, respondiendo indirectamente a las críticas con un llamamiento a la disciplina y a la vigilancia que se asemeja considerablemente al llevado a cabo por Zinóviev» (epb, p. 240). En mi vida, Trotsky señala: «(…) la idea de un ‘bloque’ entre él y yo para dar la batida al aparato y a la burocracia era sólo conocida, por aquel entonces, de Lenin y de mí, aunque los demás vocales del Buró Político sospechaban algo (…) mi campaña se hubiera interpretado, o a lo menos hubiera podido interpretarse, como una batalla personal reñida por mí para conquistar el puesto de Lenin al frente del partido y del Estado (…)» (mi vida, p. 516).

1923: surge la Oposición de izquierda

Habíamos dejado a nuestras/os bolcheviques en el XII Congreso, que tuvo lugar en abril de 1923. Como vimos, fueron derrotados distintos grupos que se oponían a la línea dominante, con la complacencia de Trotsky, al que había pedido ayuda un Lenin enfermo y que nunca más volvería a participar de la política, pese a que físicamente sobreviviría hasta enero de 1924. Stalin, apoyándose en Zinóviev y Kámenev, mantuvo el dominio de la dirección del partido.
A partir de este momento la clase obrera es golpeada desde todos los flancos: en el frente interno avanza la burocratización del partido, en el externo irrumpe una violenta crisis social: «(…) a partir del otoño de 1922, la subida de los precios industriales suscita la extensión del paro: los 500.000 parados de entonces aumentan hasta alcanzar la cifra de 1.250.000 en el verano de 1923 (…)» (epb, p. 233). Como sabemos, la revolución en Europa no cristaliza y no empuja la Revolución rusa (la Revolución alemana, en la indecisión, es nuevamente derrotada tras el verano de 1923).
El rumbo del partido y la situación de la clase obrera activarán, al fin, una gran oposición. Por un lado entrará en escena Trotsky: el día 8 de octubre «(…) Trotsky dirige al comité central una carta que le constituirá en jefe de la oposición (…)». Pero el resto de disidentes no dormía. El mismo 15 de aquel octubre, «(…) cuarenta y seis militantes -de los que, al menos algunos, conocían la iniciativa de Trotsky pero cuya acción era completamente independiente de este último- dirigen al comité central una declaración (…)» (epb, p. 242).
En cualquier caso la dirección del partido no va a aceptar los reclamos democráticos que pide la oposición: acusan tanto a Trotsky como a los 46 de fraccionalismo y la declaración no será publicada. Sin embargo el empuje de la oposición es tan grande que el partido ha de ceder para no implosionar: entre noviembre de 1923 y marzo de 1924 va a tener lugar un enfrentamiento abierto en las páginas de Pravda. Preobrazhensky abre fuego contra la dirección, señalando que no sólo no se cumplen los acuerdos del X Congreso -sustitución de los métodos militares por los democráticos- sino que cada día, en mejores condiciones una vez superada la guerra, «(…) hemos intensificado el burocratismo, la petrificación y el número de cuestiones que se deciden a priori desde arriba (…)» (epb, p. 246).
Pese a las apariencias, la dirección comienza las maniobras para que no cambie nada. Sirva de ejemplo señalar que el responsable de Pravda “(…) Konstantinov, es destituido por haber protestado el día 16 de diciembre al escribir: «la calumnia y las acusaciones infundadas se han convertido en las armas de discusión de numerosos camaradas; es preciso evitar esto»” (epb, pp. 251-252), pero también porque “(…) organizaba las discusiones en Pravda sobre la base de la igualdad en el derecho de expresión (…)” (ccS, p. 47). “(…) Su sucesor no resulta más dócil a las directivas del comité central y será, a su vez, destituido (…)” (epb, p. 252).
Si ocurrió antes no lo sabemos, Serge señala, y nos parece adecuado recuperarlo, hablando de Kronstadt, que : «(…) la verdad sobre el conflicto fue hurtada al país y al Partido por la prensa, que, por vez primera mintió (…)» (lddlUylGCE, p. 178).
Finalmente, la dirección acabará eliminando de las páginas de Pravda un debate que no era de su agrado. Paralelamente, desmantela a la oposición: mientras algunas/os son expulsadas/os del partido -incluidos miembros del CC de las Juventudes Comunistas-, otras/os son enviados a localidades apartadas en la misma URSS e incluso habrá quienes serán enviados al extranjero. Como resultado de todo ello la oposición será derrotada tanto en la XIII Conferencia como en el XIII Congreso, de mayo de 1924.
De hecho, la maquinaria burocrática venía actuando desde tiempo atrás: desde 1921 Krestinsky había sido enviado a Alemania, desde 1922 Joffe se encontraba en China y, finalmente, saltaron las alarmas cuando Rakovsky fue expulsado a Londres como diplomático en julio del mismo 1923. Esto hizo que la declaración de los 46 no pudiese ser firmada por lo que Broué llama “los exiliados de la diplomacia” (ccS, p. 43), pero también, claro, hizo que estos bolcheviques no pudiesen seguir articulando la oposición.

La burocracia, problema de la transición al comunismo

Cuando los bolcheviques analizan el problema de la burocratización del Estado y de la degeneración de la Revolución de Octubre, o el problema de la democracia y del método de trabajo en el partido, no están analizando un conjunto de elementos aislados ni de problemas teórico-abstractos. Al contrario, están analizando un periodo muy concreto de la lucha de clases: el periodo de transición del Estado capitalista al Estado comunista, fase previa a la instauración de la sociedad socialista (retomamos, pues, el planteamiento de Marx, que puede encontrarse en sus manuscritos de 1844, expuesto con lucidez por Gajo Petrović, marxismo contra stalinismo, pp. 183-201).
El problema de la ruptura con el capitalismo y de la construcción del comunismo es el problema que enfrentaron las/os bolcheviques. Durante un tiempo este problema fue superado de manera positiva, incluso bajo las garras del stalinismo: tal era la fuerza que había desatado la Revolución de Octubre. Así, numerosas conquistas pervivirán hasta los años treinta e inclusive hasta 1991 y actualmente, pues la situación social en los antiguos países del bloque soviético todavía hoy no puede entenderse sin comprender 1917: su presencia aún no ha sido completamente aniquilada, pese a los esfuerzos que la clase dominante lleva a cabo cada día.
Como ya sabemos, uno de los primeros en enfrentar la deriva burocrático-stalinista fue Khristian Rakovsky. En el verano de 1923 escribía que entre las distintas repúblicas “(…) llegará el momento -todavía en un futuro lejano- en que no será necesaria ninguna unión porque no será necesario ningún Estado. Aunque, repito, estos tiempos son todavía un futuro lejano, sin duda nos acercarán mucho a la transición a una sociedad genuinamente comunista (…)”.
Sin embargo, cuando las condiciones son favorables a la solución del problema, este empeora: “(…) sólo después de la Revolución de Octubre se crearon las condiciones para la resolución de la cuestión nacional (…)”, pero “(…) sin embargo, en algunos círculos insignificantes del partido comunista, la Revolución de Octubre creó ciertos prejuicios que impidieron una visión realista. Con el derrocamiento de la dominación capitalista y señorial, se creó la impresión de que la cuestión nacional ya estaba resuelta. Para estos camaradas, era como si la discusión de la cuestión nacional fuera un residuo de los viejos tiempos de antes de la revolución (…)”.
Así, Rako va a buscar en Engels, Marx y Lenin para concluir que “de vez en cuando, aparece en la discusión la idea de que el estado proletario debe ser un Estado centralizado y que, en consecuencia, las repúblicas soviéticas deben fusionarse en un único Estado centralizado. Esta conversación no tiene nada que ver con el comunismo. La tarea de centralización general nunca formó parte del programa comunista. En cuanto al Estado, la actitud de los comunistas también es clara (…)” y es que “(…) evidentemente, el poder soviético no puede tener peor enemigo que la centralización, si por ésta entendemos la concentración del poder en un solo órgano y la transformación de toda la población en atento instrumento para la ejecución de los decretos centrales. Lo mismo ocurre si, con el mismo término, nos referimos a la destrucción de la iniciativa y la automotivación económica, política y administrativa. En otras palabras, el poder soviético es el enemigo de los decretos centrales. El poder soviético significa la participación de las masas obreras (y a través de ellas de las masas campesinas) en la vida política del país. Pero si la vida política se convierte en el privilegio de un pequeño grupo de personas, entonces, por supuesto, las masas trabajadoras no participarán en el control del país y el poder soviético perderá su apoyo más importante. Los comunistas siempre lucharán decididamente contra esa centralización” (traslashuellasdelsocialismocientifico.com).
La primera gran quiebra, el primer gran paso de la contrarrevolución, es en relación al Estado, es en relación a la pervivencia de este elemento que asegura la dominación de clase. Pero, ¿por qué pervive la burocracia bajo el poder soviético? Rako afirmará, pocos años después, en una carta a Valentinov: “(…) en un Estado proletario, donde la acumulación capitalista no está permitida a los miembros del partido gobernante, la diferenciación es primero funcional, pero luego se convierte en social. No digo diferenciación de clase, sino diferenciación social. Lo que quiero decir es que la posición social de un comunista que tiene a su disposición un coche, un buen piso, vacaciones regulares y recibe el salario máximo autorizado por el partido es diferente de la del mismo comunista que trabaja en las minas de carbón, donde recibe 50 ó 60 rublos al mes (…)”.

La importancia de la Oposición para el futuro

El origen de la Oposición pone de relieve que el método es una cuestión fundamental. Para las/os bolcheviques lo importante era el método. O, al menos, lo fue hasta 1923. La carta de Joffe a Trotsky, del 12 de agosto de 1927 plantea abiertamente el problema del método y la dirección política: «¿No está empezando a penetrar también en la oposición el régimen que la mayoría del Comité Central ha establecido para todo el partido, y contra el que nosotros (la oposición) estamos luchando tan duramente? Los altos cargos deciden, mientras que todos los demás se limitan a aceptar sus decisiones. ¿Es lícito que los 13 miembros de la oposición, el Comité Central y la Comisión Central de Control hagan una declaración en nombre de toda la oposición sin debatir previamente en el seno de la oposición tanto el hecho de hacer la declaración como su contenido?».
Sobre la centralidad del problema del método escribirá también Rakovsky a Trotsky desde Astracán, especialmente en las cartas del 18 y 27 de mayo de 1928: «En primer lugar, sitúo los métodos de dirección en el partido, la clase y el Estado. Cuanto más observo nuestra vida en el partido y en el Estado, y cuanto más estudio a Lenin, más llego a esta conclusión (…) «el régimen del partido» al que se le ha dado en la plataforma el mismo lugar que a las otras secciones, debe ocupar de hecho el primer lugar. Sólo así se puede comprender todo el problema (…)» (traslashuellasdelsocialismocientifico.com).
No conseguirían, nuestras/os bolcheviques, corregir el método de trabajo, pese a que el combate, iniciado por el propio Lenin, se mantuvo en el tiempo. ¿Hasta cuándo se pudo vencer a la burocracia? Ya nos lo preguntamos en la presentación de esta serie de escritos: pudo ser a inicios de de la década de los años 20, o incluso hasta 1941, porque lo cierto es que durante dos décadas la oposición no dejó de combatir a la burocracia liquidacionista, y sólo el exterminio físico pudo poner fin al combate político.
Es cierto que muchos se cansaron y renunciaron. Capituladores, les llamaban quienes se mantenían firmes. Sin embargo, si se cansaron, si renunciaron, si se dejaron triturar por la maquinaria contrarrevolucionaria es algo que no podemos juzgar éticamente. Algunos se rindieron, pero después volvieron a combatir, así fuese para volver a rendirse más tarde. Ahora, no lo olvidemos, no sería justo: la maquinaría chantajeó a la militancia bolchevique con el asesinato de sus parejas, padres, madres, hijas e hijos, nietas y nietos… Para ellas, para ellos, resistir era el secuestro de sus familias, su tortura y desaparición. Así, incluso se convierte en algo menor la imposibilidad de trabajar o el destierro, e incluso la propia muerte. Las dimensiones de la maquinaria asesina fueron y son inmensurables. Aquellos que titubearon y que acabaron siendo capituladores, es cierto, terminaron enfangados en el lodo y la sangre y se ahogaron en el estercolero que, de alguna manera, provocaron, y no deben dejar de denunciarse sus capitulaciones, pero su legado, no lo olvidemos, es 1917 y sus contradicciones son las contradicciones de la propia revolución y, también, de la misma Oposición, aunque en esta podamos encontrar algunos miembros que combatieron hasta el final sin claudicar. Esta no puede ser, sin embargo, la medida: no se puede exigir que aquella generación estuviese constituida únicamente por figuras divinas.
Finalmente, hemos de ligar este legado teórico al periodo de transición entre el Estado capitalista y el Estado comunista, como ya hemos señalado, fase previa a la sociedad socialista. Por este camino tendremos que volver a transitar: inevitablemente la revolución social debe destruir el Estado capitalista. Y habrá, entonces, que levantar un nuevo Estado, que haríamos bien en llamar Comuna; como señaló Engels: «(…) siendo el Estado una institución meramente transitoria, que se utiliza en la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es un absurdo hablar de Estado popular libre: mientras el proletariado necesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir. Por eso nosotros propondríamos decir siempre, en vez de la palabra Estado, la palabra «Comunidad» (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana que equivale a la palabra francesa «Commune» (…)» (Obras escogidas, Engels, Marx, III, p. 32).
Nada se arregla, claro, cambiando el término: pero se puede buscar un nuevo camino si la experiencia teórica y práctica de la Revolución rusa en el periodo de transición al comunismo, construida y elaborada por la Oposición, cimienta la futura comuna.