Reflexiones sobre la derrota de la Revolución española
Diego Farpón
Agosto de 1940: el día 20 un agente contrarrevolucionario hiere de muerte a uno de los últimos dirigentes de la Revolución de Octubre, que fallecerá al día siguiente. Uno de los últimos, y no el último, porque todavía quedaban algunos vivos: no durarán mucho más. El 11 de septiembre la NKVD llevó a cabó el último gran asesinato en Oriol, u Orel. Fueron alrededor de 160 personas, entre las cuales se encontraban Khristian Rakovsky, Olga Davýdovna Kámeneva o Varsenika Djavadovna Kaspórova.
En el momento de su asesinato Trotsky se encontraba escribiendo distintas obras, además de construyendo la IV Internacional, en concordancia con la herencia teórica y práctica del socialismo científico.
Entre las obras que estaba escribiendo se encontraba la que, en diciembre de 1940, aparecería publicada en Fourth International, publicación del Socialist Workers Party, bajo el título clase, partido y dirección.
Clase, partido y dirección
¿Por qué fue derrotado el proletariado español? (1, 2)
El grado en que el movimiento de la clase obrera ha retrocedido puede calcularse no sólo por la situación de las organizaciones de masas, sino también por los grupos ideológicos y las investigaciones teóricas en las que tantos grupos están comprometidos. En París se publica la revista que faire (Qué hacer) (3), que por alguna razón se considera marxista, pero que en realidad permanece completamente dentro del marco del empirismo de los intelectuales burgueses de izquierda y de aquellos obreros aislados que han asimilado todos los vicios de los intelectuales.
Como todos los grupos que carecen de base científica, de programa y de tradición, esta pequeña revista ha intentado agarrarse a los faldones del POUM -que parecía abrir el camino más corto hacia las masas y la victoria-. Pero el resultado de estos lazos con la Revolución española parece a primera vista totalmente inesperado: la revista no avanzó, sino que retrocedió. De hecho, esto está totalmente en la naturaleza de las cosas. Las contradicciones entre la pequeña burguesía, el conservadurismo y las necesidades de la revolución proletaria se han desarrollado al extremo. Es natural que los defensores e intérpretes de la política del POUM retrocediesen tanto en el terreno político como en el teórico.
La revista que faire? no tiene ninguna importancia en sí misma. Pero tiene un interés sintomático. Por eso pensamos que es provechoso detenernos en la apreciación de esta revista sobre las causas del colapso de la Revolución española, en la medida en que revela muy gráficamente los rasgos fundamentales que prevalecen actualmente en el flanco izquierdo del pseudomarxismo.
«Que faire?» explica
Comenzamos con una cita textual de una reseña del panfleto L’Espagne livrée del camarada Casanova (4): “¿Por qué fue aplastada la revolución? Porque, responde el autor (Casanova), el Partido Comunista dirigió una política errónea que, desgraciadamente, fue seguida por las masas revolucionarias”. ¿Pero por qué, en nombre del diablo, las masas revolucionarias que rompieron con sus antiguos dirigentes se unieron a la bandera del Partido Comunista? “Porque no había un partido auténticamente revolucionario”. Estamos ante una tautología pura. Una política errónea de las masas, o un partido inmaduro, o bien manifiesta una determinada situación de las fuerzas sociales (inmadurez de la clase obrera, falta de independencia del campesinado) que debe explicarse partiendo de los hechos, presentados entre otros por el propio Casanova; o bien es el producto de las acciones de ciertos individuos o grupos malintencionados, acciones que no se corresponden con los esfuerzos de los “individuos sinceros”, los únicos capaces de salvar la revolución. Tras tantear la primera vía, marxista, Casanova coge la segunda. Estamos en el terreno de la demonología pura; “el criminal responsable de la derrota es el Diablo principal, Stalin, secundado por los anarquistas y todos los demás diablillos; el Dios de los revolucionarios no envió desgraciadamente un Lenin o un Trotsky a España como hizo en Rusia en 1917”.
La conclusión es la siguiente: “Esto es lo que ocurre cuando se pretende a toda costa forzar la ortodoxia osificada de una pandilla sobre los hechos”. Esta altanería teórica se hace aún más magnífica por el hecho de que es difícil imaginar cómo un número tan grande de banalidades, vulgarismos y errores específicamente de tipo filisteo conservador puede ser comprimido en tan pocas líneas.
El autor de la cita anterior evita dar cualquier explicación de la derrota de la Revolución española; sólo indica que explicaciones profundas, como la «situación de las fuerzas sociales» son necesarias. La evasión de cualquier explicación no es accidental. Estos críticos del bolchevismo son todos teóricos cobardes, por la sencilla razón de que no tienen nada sólido bajo sus pies. Para no revelar su propia bancarrota, hacen malabarismos con los hechos y merodean alrededor de las opiniones de los demás. Se limitan a insinuaciones y pensamientos a medias, como si no tuvieran tiempo para delinear toda su sabiduría. De hecho, no poseen sabiduría alguna. Su altanería está revestida de charlatanería intelectual.
Analicemos paso a paso las insinuaciones y medias reflexiones de nuestro autor. Según él, una política errónea de las masas sólo puede explicarse porque “manifiesta una determinada situación de las fuerzas sociales”, a saber, la inmadurez de la clase obrera y la falta de independencia del campesinado. Cualquiera que busque tautologías no podría encontrar en general una más plana. La “política erróneas de las masas” se explica por la “inmadurez” de las masas. ¿Pero qué es la “inmadurez” de las masas? Evidentemente, su predisposición a las políticas erróneas. En qué consistía la política errónea y quiénes fueron sus iniciadores: las masas o los dirigentes -esto es dejado en silencio por nuestro autor-. Mediante una tautología descarga la responsabilidad en las masas. Este truco clásico de todos los traidores, desertores y sus representantes es especialmente repugnante en relación con el proletariado español.
El sofisma de los traidores
En julio de 1936 -para no referirnos a un periodo anterior- los trabajadores españoles repelieron el asalto de los oficiales que habían preparado su conspiración al amparo del Frente Popular. Las masas improvisaron milicias y crearon comités obreros, baluartes de su futura dictadura. Las organizaciones dirigentes del proletariado, por el contrario, ayudaron a la burguesía a disolver estos comités, a poner fin a los asaltos de los obreros a la propiedad privada y a subordinar las milicias obreras al mando de la burguesía, con el POUM además participando en el Gobierno y asumiendo la responsabilidad directa de este trabajo, ¿qué significa esto para el proletariado? Evidentemente sólo esto, la contrarrevolución. ¿Qué significa la “inmadurez” del [Falta texto en el original] a pesar de la línea política correcta elegida por las masas, éstas fueron incapaces de aplastar la coalición de socialistas, estalinistas, anarquistas y el POUM con la burguesía. Este modelo de sofisma toma como punto de partida un concepto de madurez absoluta, es decir, una situación perfecta de las masas en la que no requieren una dirección correcta y, más que eso, son capaces de vencer contra su propia dirección. No existe ni puede existir tal madurez.
¿Pero por qué unos obreros que muestran un instinto revolucionario tan correcto y unas cualidades combativas tan superiores se someten a una dirección traidora?, objetan nuestros sabios. Nuestra respuesta es: no hubo ni siquiera un atisbo de mera subordinación. La línea por la que marchaban los obreros cortaba en todo momento con un cierto ángulo con la línea de la dirección. Y en los momentos más críticos este ángulo llegó a ser de 180 grados. Entonces la dirección ayudaba directa o indirectamente a someter a los obreros por la fuerza de las armas.
En mayo de 1937 los obreros de Catalunya se levantaron no sólo sin su propia dirección sino contra ella. Los dirigentes anarquistas -patéticos y despreciables burgueses disfrazados de revolucionarios baratos- han repetido cientos de veces en su prensa que si la CNT hubiera querido tomar el poder e instaurar su dictadura en mayo, podría haberlo hecho sin ninguna dificultad. Esta vez los dirigentes anarquistas dicen la verdad sin adulterar. Los dirigentes del POUM se pusieron realmente a la cola de la CNT, sólo que encubrieron su política con una fraseología diferente. Fue gracias a esto y sólo a esto que la burguesía consiguió aplastar el levantamiento de mayo del proletariado “inmaduro”. No hay que entender exactamente nada en el ámbito de las interrelaciones entre la clase y el partido, entre las masas y los dirigentes para repetir la hueca afirmación de que las masas españolas se limitaron a seguir a sus dirigentes. Lo único que puede decirse es que las masas, que en todo momento trataron de abrirse paso por el camino correcto, se encontraron con que estaba por encima de sus fuerzas producir en el mismo fuego de la batalla una nueva dirección que se correspondiera con las exigencias de la revolución. Tenemos ante nosotros un proceso profundamente dinámico, en el que las diversas etapas de la revolución se suceden rápidamente, en el que la dirección o diversos sectores de la dirección desertan rápidamente al lado del enemigo de clase, y nuestros sabios se enzarzan en una discusión puramente estática: ¿Por qué la clase obrera en su conjunto siguió una dirección errónea?
El enfoque dialéctico
Hay un viejo dicho evolucionista-liberal: cada pueblo tiene el Gobierno que se merece. La historia, sin embargo, muestra que un solo y mismo pueblo puede, en el curso de una época comparativamente breve, tener Gobiernos muy diferentes (Rusia, Italia, Alemania, España, etc.) y, además, que el orden de estos Gobiernos no marche en absoluto en una y única dirección: del despotismo a la libertad, como imaginaban los liberales evolucionistas. El secreto es que un pueblo se compone de clases hostiles, y las clases mismas se componen de capas diferentes y en parte antagónicas que caen bajo diferentes direcciones; además cada pueblo cae bajo la influencia de otros pueblos que igualmente se componen de clases. Los Gobiernos no expresan la “madurez” sistemáticamente creciente de un “pueblo”, sino que son el producto de la lucha entre las diferentes clases y las diferentes capas dentro de una misma clase y, por último, de la acción de fuerzas externas -alianzas, conflictos, guerras, etc-. A esto se debe añadir que un Gobierno, una vez establecido, puede durar mucho más que la relación de fuerzas que lo produjo. Precisamente de esta contradicción histórica surgen las revoluciones, los golpes de Estado, las contrarrevoluciones, etc.
El mismo enfoque dialéctico es necesario para tratar la cuestión de la dirección de una clase. Imitando a los liberales, nuestros sabios aceptan tácitamente el axioma de que cada clase tiene la dirección que merece. En realidad, la dirección no es en absoluto un mero “reflejo” de una clase o el producto de su libre creación. Una dirección se forma en el proceso de enfrentamientos entre las distintas clases o de fricción entre las distintas capas dentro de una clase determinada. Una vez surgida, la dirección se sitúa inevitablemente por encima de su clase y, por tanto, queda predispuesta a la presión e influencia de otras clases. El proletariado puede “tolerar” durante mucho tiempo una dirección que ya ha sufrido una completa degeneración interna, pero que todavía no ha tenido la oportunidad de expresar esta degeneración en medio de grandes acontecimientos. Es necesaria una gran conmoción histórica para revelar claramente la contradicción entre la dirección y la clase. Las mayores conmociones históricas son las guerras y las revoluciones. Precisamente por esta razón, la clase obrera se ve a menudo sorprendida por la guerra y la revolución. Pero incluso en los casos en que la vieja dirección ha revelado su corrupción interna, la clase no puede improvisar inmediatamente una nueva dirección, especialmente si no ha heredado del período anterior fuertes cuadros revolucionarios capaces de utilizar el colapso del viejo partido dirigente. La interpretación marxista, es decir, dialéctica y no escolástica, de la interrelación entre una clase y su dirección no deja piedra sobre piedra del sofisma legalista de nuestro autor.
Cómo maduraron los trabajadores rusos
Él concibe la madurez del proletariado como algo puramente estático. Sin embargo, durante una revolución, la conciencia de una clase es el proceso más dinámico que determina directamente el curso de la revolución. ¿Era posible en enero de 1917 o incluso en marzo, tras el derrocamiento del zarismo, dar una respuesta a la pregunta de si el proletariado ruso había “madurado” lo suficiente para la conquista del poder en ocho o nueve meses? La clase obrera era entonces extremadamente heterogénea social y políticamente. Durante los años de la guerra se había renovado en un 30-40 por ciento desde las filas de la pequeña burguesía, a menudo reaccionaria, a expensas de los campesinos atrasados, a expensas de las mujeres y de la juventud. El partido bolchevique en marzo de 1917 era seguido por una insignificante minoría de la clase obrera y además había discordia dentro del propio partido. La inmensa mayoría de los obreros apoyaba a los mencheviques y a los “socialistas-revolucionarios”, es decir, a los social-patriotas conservadores. La situación era aún menos favorable con respecto al ejército y al campesinado. A esto hay que añadir: el bajo nivel cultural general del país, la falta de experiencia política de las capas más amplias del proletariado, sobre todo en las provincias, por no hablar de los campesinos y los soldados.
¿Cuál era el activo del bolchevismo? Una concepción revolucionaria clara y pensada a fondo al principio de la revolución sólo la tenía Lenin. Los cuadros rusos del partido estaban dispersos y en un grado considerable desorientados. Pero el partido tenía autoridad entre los obreros avanzados. Lenin tenía gran autoridad entre los cuadros del partido. La concepción política de Lenin correspondía al desarrollo real de la revolución y se reinformaba con cada nuevo acontecimiento. Estos elementos del activo hicieron maravillas en una situación revolucionaria, es decir, en condiciones de encarnizada lucha de clases. El partido adaptó rápidamente su política a la concepción de Lenin, es decir, al curso real de la revolución. Gracias a ello encontró un firme apoyo entre decenas de miles de obreros avanzados. En pocos meses, basándose en el desarrollo de la revolución, el partido logró convencer a la mayoría de los trabajadores de la justeza de sus consignas. Esta mayoría, organizada en soviets, fue capaz a su vez de atraer a los soldados y campesinos. ¿Cómo puede resumirse este proceso dinámico y dialéctico en una fórmula de madurez o inmadurez del proletariado? Un factor colosal en la madurez del proletariado ruso en febrero o marzo de 1917 fue Lenin. No cayó del cielo. Personificaba la tradición revolucionaria de la clase obrera. Para que las consignas de Lenin llegaran a las masas tenían que existir cuadros, aunque al principio fueran numéricamente pequeños; tenía que existir la confianza de los cuadros en la dirección, una confianza basada en toda la experiencia del pasado. Anular estos elementos de los cálculos es simplemente ignorar la revolución viva, sustituirla por una abstracción, la «relación de fuerzas», porque el desarrollo de la revolución consiste precisamente en esto, en que la relación de fuerzas cambia incesante y rápidamente bajo el impacto de los cambios de la conciencia del proletariado, la atracción de las capas atrasadas hacia las avanzadas, la creciente seguridad de la clase en su propia fuerza. El resorte principal vital en este proceso es el partido, al igual que el resorte principal vital en el mecanismo del partido es su dirección. El papel y la responsabilidad de la dirección en una época revolucionaria son colosales.
La relatividad de la “madurez”
La victoria de Octubre es un testimonio serio de la “madurez” del proletariado. Pero esta madurez es relativa. Unos años más tarde el mismo proletariado permitió que la revolución fuera estrangulada por una burocracia surgida de sus filas. La victoria no es en absoluto el fruto maduro de la “madurez” del proletariado. La victoria es una tarea estratégica. Es necesario utilizar las condiciones favorables de una crisis revolucionaria para movilizar a las masas; tomando como punto de partida el nivel dado de su “madurez” es necesario impulsarlas hacia adelante, enseñarles a comprender que el enemigo no es en absoluto omnipotente, que está desgarrado por las contradicciones, que detrás de la imponente fachada prevalece el pánico. Si el partido bolchevique no hubiera llevado a cabo esta labor, ni siquiera podría hablarse de la victoria de la revolución proletaria. Los soviets habrían sido aplastados por la contrarrevolución y los pequeños sabios de todos los países habrían escrito artículos y libros con la tesis de que sólo los visionarios desarraigados podrían soñar en Rusia con la dictadura del proletariado, tan pequeño numéricamente y tan inmaduro.
El papel auxiliar de los campesinos
Igualmente abstracta, pedante y falsa es la referencia a la “falta de independencia” del campesinado. ¿Cuándo y dónde ha observado nuestro sabio en la sociedad capitalista un campesinado con un programa revolucionario independiente o con capacidad de iniciativa revolucionaria independiente? El campesinado puede desempeñar un gran papel en la revolución, pero sólo un papel auxiliar.
En muchos casos, los campesinos españoles actuaron con audacia y lucharon valientemente. Pero para despertar a toda la masa del campesinado, el proletariado tenía que dar ejemplo de un levantamiento decisivo contra la burguesía e inspirar a los campesinos la convicción en la posibilidad de la victoria. Mientras tanto, la iniciativa revolucionaria del propio proletariado era paralizada a cada paso por sus propias organizaciones.
La “inmadurez” del proletariado, la “falta de independencia” del campesinado, no son factores decisivos ni básicos de los acontecimientos históricos. Subyacente a la conciencia de las clases están las clases mismas, su fuerza numérica, su papel en la vida económica. Subyacente a las clases hay un sistema específico de producción que está determinado a su vez por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. ¿Por qué no decir entonces que la derrota del proletariado español estuvo determinada por el bajo nivel tecnológico?
El papel de las personalidades
Nuestro autor sustituye el determinismo mecanicista por un condicionamiento dialéctico del proceso histórico. De ahí las burlas fáciles sobre el papel de los individuos, buenos y malos. La historia es un proceso de lucha de clases. Pero las clases no ejercen todo su peso de forma automática y simultánea. En el proceso de lucha las clases crean diversos órganos que desempeñan un papel importante e independiente y están sujetos a deformaciones. Esto también sienta las bases del papel de las personalidades en la historia. Naturalmente, hay grandes causas objetivas que crearon el Gobierno autocrático de Hitler, pero sólo los pedantes insulsos del “determinismo” podrían negar hoy el enorme papel histórico de Hitler. La llegada de Lenin a Petrogrado el 3 de abril de 1917 transformó a tiempo el partido bolchevique y le permitió llevar la revolución a la victoria. Nuestros sabios podrían decir que si Lenin hubiera muerto en el extranjero a principios de 1917, la Revolución de Octubre habría tenido lugar “igual”. Pero no es así. Lenin representaba uno de los elementos vivos del proceso histórico. Personificaba la experiencia y la perspicacia del sector más activo del proletariado. Su oportuna aparición en la arena de la revolución era necesaria para movilizar a la vanguardia y darle la oportunidad de aglutinar a la clase obrera y a las masas campesinas. La dirección política en los momentos cruciales de los giros históricos puede llegar a ser un factor tan decisivo como lo es el papel del comandante en jefe en los momentos críticos de la guerra. La historia no es un proceso automático. Si no, ¿para qué dirigentes? ¿para qué partidos? ¿para qué programas? ¿para qué luchas teóricas?
El estalinismo en España
“¿Pero por qué, en nombre del diablo”, se pregunta el autor como ya hemos oído, “las masas revolucionarias que rompieron con sus antiguos dirigentes, se unieron a la bandera del Partido Comunista?”. La pregunta está falsamente planteada. No es cierto que las masas revolucionarias rompieran con todos sus antiguos dirigentes. Los obreros que antes estaban vinculados a determinadas organizaciones siguieron aferrándose a ellas, mientras observaban y controlaban. Los trabajadores en general no rompen fácilmente con el partido que les despierta a la vida consciente. Además, la existencia de una protección mutua en el seno del Frente Popular les adormecía: como todo el mundo estaba de acuerdo, todo debía ir bien. Las masas nuevas y frescas se volvieron naturalmente hacia la Komintern como el partido que había realizado la única revolución proletaria victoriosa y que, se esperaba, era capaz de asegurar las armas a España. Además, la Komintern era la más ferviente defensora de la idea del Frente Popular, lo que inspiraba confianza entre las capas inexpertas de trabajadores. Dentro del Frente Popular, la Komintern fue la defensora más celosa del carácter burgués de la revolución; esto inspiró la confianza de la pequeña burguesía y, en parte, de la burguesía media. Por eso las masas “se unieron a la bandera del Partido Comunista”.
Nuestro autor plantea el asunto como si el proletariado estuviera en una zapatería bien surtida, eligiendo un nuevo par de botas. Incluso esta simple operación, como es bien sabido, no siempre tiene éxito. En cuanto a los nuevos dirigentes, la elección es muy limitada. Sólo gradualmente, sólo sobre la base de su propia experiencia a través de varias etapas, pueden las amplias capas de las masas convencerse de que un nuevo liderazgo es más firme, más fiable, más leal que el anterior. Sin duda, durante una revolución, es decir, cuando los acontecimientos se mueven con rapidez, un partido débil puede convertirse rápidamente en uno poderoso siempre que comprenda lúcidamente el curso de la revolución y posea cuadros firmes que no se intoxiquen con palabrería ni se aterroricen por la persecución. Pero tal partido debe estar disponible antes de la revolución en la medida en que el proceso de educación de los cuadros requiere un período de tiempo considerable y la revolución no ofrece este tiempo.
La traición del POUM
A la izquierda de todos los demás partidos en España se situaba el POUM, que sin duda abarcaba elementos proletarios revolucionarios que anteriormente no estaban firmemente ligados al anarquismo. Pero fue precisamente este partido el que jugó un papel fatal en el desarrollo de la Revolución española. No podía convertirse en un partido de masas porque para ello primero era necesario derrocar a los viejos partidos y sólo era posible derrocarlos mediante una lucha irreconciliable, mediante una exposición despiadada de su carácter burgués. Sin embargo, el POUM, aunque criticaba a los viejos partidos, se subordinaba a ellos en todas las cuestiones fundamentales. Participó en el bloque electoral “Popular”; entró en el Gobierno que liquidó los comités obreros; se comprometió en una lucha para reconstituir la coalición gubernamental; capituló una y otra vez ante la dirección anarquista; dirigió, en relación con esto, una política sindical errónea; adoptó una actitud vacilante y no revolucionaria hacia el levantamiento de mayo de 1937. Desde el punto de vista del determinismo en general es posible, por supuesto, reconocer que la política del POUM no fue accidental. Todo en este mundo tiene su causa. Sin embargo, la serie de causas que engendraron el centrismo del POUM no son en absoluto un mero reflejo de la condición del proletariado español o catalán. Dos causalidades se movieron una hacia la otra en ángulo y en un momento dado entraron en conflicto hostil. Teniendo en cuenta la experiencia internacional previa, la influencia de Moscú, la influencia de una serie de derrotas, etc, es posible explicar política y psicológicamente por qué el POUM se desarrolló como un partido centrista. Pero esto no altera su carácter centrista, ni altera el hecho de que un partido centrista actúa invariablemente como un freno para la revolución, debe cada vez aplastar su propia cabeza y puede provocar el colapso de la revolución. No altera el hecho de que las masas catalanas eran mucho más revolucionarias que el POUM, que a su vez era más revolucionario que su dirección. En estas condiciones, descargar la responsabilidad de las políticas erróneas en la “inmadurez” de las masas es incurrir en la pura charlatanería a la que recurren con frecuencia los políticos en bancarrota.
La responsabilidad de la dirección
La falsificación histórica consiste en que la responsabilidad de la derrota de las masas españolas se descarga sobre las masas trabajadoras y no sobre los partidos que paralizaron o simplemente aplastaron el movimiento revolucionario de las masas. Los defensores del POUM se limitan a negar la responsabilidad de los dirigentes, para eludir así su propia responsabilidad. Esta filosofía impotente, que pretende conciliar las derrotas como un eslabón necesario en la cadena de los acontecimientos cósmicos, es completamente incapaz de plantear y se niega a plantear la cuestión de los factores concretos como los programas, los partidos, las personalidades que fueron los organizadores de la derrota. Esta filosofía del fatalismo y la postración es diametralmente opuesta al marxismo como teoría de la acción revolucionaria.
La guerra civil es un proceso en el que las tareas políticas se resuelven por medios militares. Si el resultado de esta guerra estuviera determinado por el “estado de las fuerzas de clase”, la guerra misma no sería necesaria. La guerra tiene su propia organización, su propia política, sus propios métodos, su propia dirección por la que se determina directamente su destino. Naturalmente, el “estado de las fuerzas de clase” proporciona los cimientos para todos los demás factores políticos; pero del mismo modo que los cimientos de un edificio no reducen la importancia de las paredes, las ventanas, las puertas, los tejados, el “estado de las clases” no invalida la importancia de los partidos, de su estrategia, de su dirección. Al disolver lo concreto en lo abstracto, nuestros sabios se quedaron realmente a medio camino. La solución más “profunda” del problema hubiera sido declarar que la derrota del proletariado español se debía al desarrollo inadecuado de las fuerzas productivas. Semejante clave está al alcance de cualquier necio.
Al reducir a cero la importancia del partido y de la dirección, estos sabios niegan en general la posibilidad de la victoria revolucionaria. Porque no hay el menor motivo para esperar condiciones más favorables. El capitalismo ha dejado de progresar, el proletariado no crece numéricamente, por el contrario es el ejército de parados el que crece, lo que no aumenta sino que reduce la fuerza de lucha del proletariado y tiene un efecto negativo también sobre su conciencia. Tampoco hay motivos para creer que bajo el régimen del capitalismo el campesinado sea capaz de alcanzar una mayor conciencia revolucionaria. La conclusión del análisis de nuestro autor es, pues, un pesimismo total, un alejamiento de las perspectivas revolucionarias. Hay que decir -para hacerles justicia- que ellos mismos no entienden lo que dicen.
De hecho, las exigencias que plantean a la conciencia de las masas son totalmente fantásticas. Los obreros españoles, así como los campesinos españoles, dieron el máximo de lo que estas clases son capaces de dar en una situación revolucionaria. Pensamos precisamente en la clase de millones y decenas de millones.
Que faire? no representa más que una de esas escuelitas, o iglesias o capillas que, asustadas por el curso de la lucha de clases y el comienzo de la reacción, publican sus pequeñas revistas y sus estudios teóricos en un rincón, al margen de la evolución real del pensamiento revolucionario, por no hablar del movimiento de las masas.
La represión de la Revolución española
El proletariado español fue víctima de una coalición compuesta por imperialistas, republicanos españoles, socialistas, anarquistas, estalinistas y, en el flanco izquierdo, el POUM. Todos ellos paralizaron la revolución socialista que el proletariado español había empezado a realizar. No es fácil deshacerse de la revolución socialista. Nadie ha ideado todavía otros métodos que no sean las represiones despiadadas, la masacre de la vanguardia, la ejecución de los dirigentes, etc. El POUM, por supuesto, no quería esto. Quería, por un lado, participar en el Gobierno republicano y entrar como oposición leal y pacífica en el bloque general de los partidos gobernantes y, por otro lado, lograr relaciones pacíficas de camaradería en un momento en que se trataba de una guerra civil implacable. Por esta misma razón, el POUM fue víctima de las contradicciones de su propia política. La política más consecuente del bloque en el poder era la de los estalinistas. Eran la vanguardia combatiente de la contrarrevolución republicano-burguesa. Querían eliminar la necesidad del fascismo demostrando a la burguesía española y mundial que ellos mismos eran capaces de estrangular la revolución proletaria bajo la bandera de la “democracia”. Esta era la esencia de su política. Los derrotados del Frente Popular español intentan hoy descargar la culpa sobre la GPU. Confío en que no podamos ser sospechosos de indulgencia hacia los crímenes de la GPU. Pero vemos claramente y decimos a los trabajadores que la GPU actuó en este caso sólo como el destacamento más resuelto al servicio del Frente Popular. Ahí estaba la fuerza de la GPU, ahí estaba el papel histórico de Stalin. Sólo los filisteos ignorantes pueden dejar esto de lado con estúpidas bromitas sobre el Diablo en Jefe.
Estos señores ni siquiera se preocupan por la cuestión del carácter social de la revolución. Los lacayos de Moscú, en beneficio de Inglaterra y Francia, proclamaron que la Revolución española era burguesa. Sobre este fraude se erigió la pérfida política del Frente Popular, política que habría sido completamente falsa aunque la Revolución española hubiera sido realmente burguesa. Pero desde el principio la revolución expresó mucho más gráficamente el carácter proletario que la revolución de 1917 en Rusia. En la dirección del POUM se sientan hoy señores que consideran que la política de Andrés Nin fue demasiado “izquierdista”, que lo realmente correcto era haber permanecido en el flanco izquierdo del Frente Popular. La verdadera desgracia fue que Nin, cubriéndose con la autoridad de Lenin y de la Revolución de Octubre, no pudo decidirse a romper con el Frente Popular. Victor Serge, que se apresura a comprometerse con una actitud frívola ante cuestiones serias, escribe que Nin no quiso someterse a las órdenes de Oslo o de Coyoacán. ¿Puede realmente un hombre serio ser capaz de reducir a chismes de poca monta el problema del contenido de clase de una revolución? Los sabios de que faire? no tienen respuesta alguna a esta pregunta. No entienden la cuestión en sí misma. ¡Qué importancia tiene, en efecto, el hecho de que el proletariado “inmaduro” fundara sus propios órganos de poder, se apoderara de empresas, tratara de regular la producción, mientras el POUM trataba con todas sus fuerzas de no romper con los anarquistas burgueses que, en alianza con los republicanos burgueses y los socialistas y estalinistas no menos burgueses, asaltaban y estrangulaban la revolución proletaria! Tales “nimiedades” sólo interesan, evidentemente, a los representantes de la “ortodoxia osificada”. Los sabios de que faire? poseen en cambio un aparato especial que mide la madurez del proletariado y la relación de fuerzas independientemente de toda cuestión de estrategia de clase revolucionaria…
Lev Trotsky
Notas
(1) Antes del texto figura: “nota editorial: entre los archivos del camarada Trotsky se encontraron un borrador y notas fragmentarias que ahora publicamos en forma de artículo inacabado”.
(2) La presente traducción se ha hecho desde Fourth International, published by the Fourth International Publishing Association, volume I, No 7, de diciembre de 1940. Hemos contado también con la traducción publicada en Trotsky, Lev, la revolución española (1930-1940), volumen II. 1936-1940, edición, prólogo y notas de Pierre Broué, Fontanella, Barcelona, 1977. De la edición de Broué reproducimos las dos siguientes notas, que ayudan a contextualizar el presente artículo. El resto de notas las descartamos, en la medida en que abordan cuestiones que, entendemos, van más allá del presente artículo y podrían desviar la atención sobre el contenido del mismo.
(3) La publicación de la revista que faire? había sido emprendida en diciembre de 1934 por un núcleo de cuadros del PC francés entre los que se encontraban un miembro del Buró político, André Ferrat (que firmaba Marcel Bréval), su mujer Jeanne y el polaco Georges Kagan (uno de los delegados de la IC, encargado en sus tiempos de la “agit-prop” y de los cahiers du Communisme) que firmaba Pierre Lenoir. Su punto de partida era su hostilidad a la política sectaria del “tercer período” y su desconfianza hacia Doriot, campeón de la política de frente único, pero del que sospechaban que ya estaba comprometido con la burguesía. El núcleo inicial sería reforzado posteriormente con la colaboración de comunistas extranjeros, como Hipólito Etchebehere, militante franco-argentino que firmaba Juan Rústico, y de antiguos trotskystas como Pierre Rimbert y Kurt Landau. Partidarios todavía, después de 1933, del “enderezamiento” del PC, los hombres de este grupo acusaban a Trotsky de haber capitulado ante la socialdemocracia al preconizar el entrismo. Fueron expulsados, tras Ferrat, en pleno auge de la ola huelguística de junio de 1936, y se acercarían posteriormente a la SFIO, a la que Andres Ferrat se adhirió personalmente en 1938 (P. Broué y N. Dorey; “Críticas de izquierda y oposición revolucionaria al Frente Popular 1936-38”, le mouvement social, nº 54, enero-marzo de 1966). En el intervalo el grupo había apoyado al POUM y simpatizado con su política: se sabe que Etchebehere había caído en el frente de Madrid a la cabeza de su columna motorizada y que Landau había sido asesinado en Barcelona.
Nota extraída de Trotsky, Lev, la revolución española (1930-1940), volumen II. 1936-1940, edición, prólogo y notas de Pierre Broué, Fontanella, Barcelona, 1977, pp. 303-304.
(4) Casanova era el pseudónimo circunstancial de un militante trotskysta polaco, llamado Borten, que había trabajado en España durante la guerra civil. Al llegar a París, de Barcelona, vía campo de Gurs, había redactado de una tirada este folleto que Pierre Naville tituló l’Espagne livrée, en recuerdo del Paris livré de Gustave Flourens. Ha sido reproducido en los cahiers de la Quatrième Internationale, nº 1, febrero de 1971.
Ibíd., p. 304.