Rakovsky y la destrucción de la Revolución de Octubre
Diego Farpón
Agosto de 1927. Rako firma una declaración de la Oposición. El 7 de octubre el Gobierno francés declara a Rakovsky persona non grata y exige su destitución. Es así como Rakovsky volverá a Rusia cuatro años después de su marcha.
Rakovsky comenzó su exilio en Inglaterra, donde fue enviado como embajador. Después fue enviado a Francia. El 6 de julio de 1923, con Lenin todavía sin momificar, aunque retirado de la vida política debido a sus enfermedades, se anuncia el nombramiento de Rakovsky como embajador soviético en Inglaterra.
El aparato burocrático-stalinista inscribe de esta forma el nombre de Rakovsky entre los de los enemigos de la Revolución de Octubre. La contrarrevolución tiene, pues, profundas y tempranas raíces. ¿Pero Rakovsky fue exiliado o embajador, acaso no podría verse aquí una contradicción? Aclaremos esto pues interiorizada como tenemos la institucionalidad burguesa podríamos pensar que el hecho de que Rakovsky fuese enviado a Inglaterra era un merecido logro debido a su dedicación revolucionaria. Sin embargo, enviar a Rako al extranjero era una forma de alejarlo del territorio de la revolución, de alejar a uno de los más importantes cuadros con los que contaba el partido de su militancia y de las masas. Rakovsky no quería irse a Inglaterra, no quería ser embajador en un lejano país sino que, por el contrario, quería contribuir a desarrollar el partido y la revolución internacional con sus camaradas.
De esta forma comienzan pues, en fechas tempranas, a tomarse decisiones por la dirección que tienen como fin sentar las bases de su futuro dominio abiertamente contrarrevolucionario. La Revolución de Octubre había retrocedido ya lo suficiente como para que los cuadros políticos fuesen, en 1923, un problema. Que la solución no era fácil se vería años más tarde.
Lo cierto es que Rakovsky, vuelve a Rusia en 1927, resultado de las quejas de Francia. ¿Es el Gobierno francés el que designa los embajadores soviéticos en su país? ¿Cómo es posible que Rakovsky vuelva a Rusia?
En el presente escrito de noviembre del mismo 1927 el propio Rakovsky nos explica estas y otras cuestiones. La consigna «todo el poder para la administración» es denunciada por Rakovsky: ha pasado mucho tiempo en los cuatro años que Rakovsky ha estado fuera.
Menos de un mes más tarde, el 2 de diciembre, comenzará el XV Congreso del Partido. Con Trotsky expulsado del partido desde el 15 de noviembre, Rakovsky será quien ejerza de portavoz de la Oposición.
La oposición y la tercera fuerza
(8 de noviembre de 1927)
Rakovsky
Camaradas (1),
Estoy dispuesto a seguir el consejo del camarada Bujarin que ha llamado a mantener la calma en el pleno. Pero hay que decir que la mayoría, por desgracia, no le escuchó, ya que no dejó de apartar a los oradores de la oposición de la tribuna y de recurrir a argumentos tan poco convincentes como el lanzamiento de botellas después de lanzar libros encuadernados. Me propongo aportar la máxima calma y compostura a la discusión de la cuestión de la exclusión de los camaradas Trotsky y Zinóviev del Comité Central.
El hecho de que, diez años después de la Revolución de Octubre, nos encontremos ante una propuesta del Presidium de la Comisión de Control de excluir de nuestras filas a dos de las más prominentes personalidades de nuestro partido, dos de los más estrechos colaboradores de Lenin, no puede considerarse un acontecimiento ordinario. Puede que se haya trabajado el partido, puede que se haya preparado para tal eventualidad, pero aun así, si se aceptara esta propuesta, tal decisión supondría un golpe terrible para todo el partido.
Esperaba con impaciencia los discursos de los camaradas responsables, los líderes de la mayoría. Escuché estos discursos con la máxima atención, sin interrumpirlos con una sola palabra, no queriendo que se me escapara una sola idea. Era de suma importancia para mí dilucidar este problema: «¿Se preguntan los dirigentes del partido, los miembros del Politburó, los miembros de esta asamblea que pertenecen a la mayoría, cómo van a repercutir las exclusiones masivas del partido, cómo van a repercutir las detenciones de los leninistas más genuinos y abnegados, y finalmente cómo va a repercutir la exclusión de los camaradas Trotsky y Zinóviev del Comité Central, en las relaciones entre las clases dentro y fuera del país? ¿Contribuirá todo esto al fortalecimiento del partido, al fortalecimiento de la dictadura del proletariado, al aumento del poder soviético, a la ampliación y profundización de la influencia de la Internacional Comunista?».
Esta es la cuestión que todos los miembros del Comité Central deberían haber tenido en mente. Pensé que se haría esta pregunta y esperé con atención absoluta la respuesta a esta pregunta.
¿Qué ha pasado? Si alguien de fuera hubiese estado aquí le habría sorprendido la pobreza, repito, la miseria de los argumentos que se esgrimieron a favor de la exclusión. ¿Contienen algún análisis de nuestra situación interna o externa? ¿Tienen en cuenta la lucha de clases? En absoluto. Todos estos argumentos se reducen a uno solo. Todos los oradores -tanto los que hablaron durante diez minutos como los que lo hicieron durante horas- expusieron, con algunas variaciones, un único argumento: Trotsky y Zinóviev rompieron la disciplina del partido y lo hicieron a pesar de las repetidas advertencias de los plenos. Por eso deben ser expulsados. Esto, se argumenta, es en interés de mantener la unidad del partido.
Reconoced, camaradas, que esta es la esencia de lo que han dicho a lo largo del día los portavoces de la mayoría. Los camaradas Trotsky y Zinóviev hablaron en nombre de la minoría, pero estaban en posición de acusados. En cuanto al camarada Muralov, no se le permitió completar su discurso más que las dos primeras veces. Sólo se permitió hablar a los oradores de la mayoría.
Por último, no es posible considerar como argumentos a favor de la expulsión lo que aquí presentó el camarada Stalin, por ejemplo, la referencia a la publicación en 1904 por el camarada Trotsky de un panfleto que dedicó «a su querido maestro P. B. Akselrod». No sé si el camarada Stalin ha olvidado -a no ser que nunca lo haya sabido- que también Lenin, bastante antes que Trotsky, consideraba a Akselrod un «querido maestro».
Tampoco es posible aceptar como argumentos todos estos disparates, toda esta información biográfica y autobiográfica que se presenta aquí en abundancia pero que está ampliamente contrarrestada por las fundadas críticas teóricas que hemos escuchado de la oposición.
Por supuesto, comprendo muy bien por qué se esgrimen tan a menudo argumentos sobre la disciplina. Son más cercanos, más accesibles a las amplias masas de miembros del partido, así como a las masas que no son miembros del partido y que simpatizan con él. Mediante la elaboración de estos argumentos, nada es más fácil que suscitar el odio y el enfado contra la oposición. El partido no sabe quién ha violado primero, sistemáticamente, conscientemente, los estatutos del partido, la disciplina, la unidad. Una gran fracción de la juventud del partido todavía tiende a considerar el actual régimen del partido como novedoso y a considerar cualquier cosa que se desvíe no sólo de sus estatutos, sino de este régimen caricaturesco como una violación de los estatutos, la disciplina y la unidad del partido. Sin embargo, lo que debe prevalecer en nuestra discusión, en un momento tan crítico, es el interés del partido, el interés de la dictadura del proletariado, el interés de la revolución. La forma de abordar la cuestión que hemos escuchado aquí es seca, formalista, burocrática. No es por los estatutos que existen el partido, el proletariado, el poder soviético, la Internacional Comunista; sino que los estatutos existen para que la vanguardia revolucionaria del proletariado pueda realizar sus aspiraciones de clase. Lenin demostró más de una vez que todas las discusiones sobre la disciplina revolucionaria sin vínculos con la línea política y la práctica revolucionaria eran sólo griterío, sólo palabrería.
En el momento en que se hace evidente que el partido de Lenin está en peligro a causa del régimen anómalo del partido, en el momento en que se nos hace evidente que la dictadura del proletariado está amenazada por una política errónea, tanto externa como internamente, los estatutos del partido -en su forma auténtica, no la que nos presenta nuestro aparato administrativo- los estatutos del partido, por supuesto, no pierden nada de su fuerza y no pasan a un segundo plano.
El camarada Bujarin habló de una «tercera fuerza». Sonaba como si quisiera salir del círculo vicioso de formalismos burocráticos en el que se había metido el debate sobre la exclusión de los camaradas Zinóviev y Trotsky del Comité Central. Pero, ¿en qué consiste finalmente esta «tercera fuerza» del camarada Bujarin? Un puñado de aventureros, antiguos partidarios de Kolchak, antiguos miembros del socialismo revolucionario que juegan al insensato proyecto de imitar a Pilsudsky. ¿De qué se trata? ¿Se trata sólo de charlar con una taza de té? ¿O estamos ante los inicios de una nueva organización? El resto de la investigación nos lo dirá. Pero ese no es el quid de la cuestión. Si me detengo en el informe del camarada Menzhinsky, es en primer lugar para acusar al camarada Bujarin por no haber levantado una sola palabra de protesta contra el procedimiento inadmisible e indigno de tratar de involucrar a la Oposición en un asunto con el que no tiene ni puede tener ninguna contribución directa o indirecta. Luego se le reprochó haber reducido esta inmensa cuestión, esta cuestión decisiva para el desarrollo ulterior de nuestra revolución -la cuestión de la «tercera fuerza», de nuestras relaciones con la «tercera fuerza»- a lo que se llama un asunto judicial, que no merece ocupar más que la última página de nuestros periódicos.
El camarada Trotsky y después el camarada Zinóviev han señalado aquí el extraño carácter de la aparición del informe del camarada Menzhinskyg en el momento en que se discutía la cuestión de la expulsión de Trotsky y Zinóviev, cuando se rechazaba la propuesta de la Oposición de reservar una comparecencia especial para el caso del «oficial Wrangel», ¡y con qué energía y qué escándalo!
Por qué se ha tardado una hora, hoy mismo, durante el examen de la cuestión relativa a Zinoviev y Trotsky, en leer las declaraciones de las personas implicadas en este caso de «conspiración», cuando en estas declaraciones no hay nada, absolutamente nada, que toque de alguna manera, directa o indirectamente, cualquier relación de este caso con la lucha de la oposición.
No puedo evitar pensar en un libro publicado en francés el año pasado. El camarada Sokolnikov estaba especialmente interesado en este libro, y recomendó encarecidamente su lectura. El autor es un francés, un tal Lenôtre. Su título es Robespierre y la Madre de Dios. Se escribió a partir de documentos de archivos. El argumento es el siguiente: cuando la Convención comenzó a preparar el derrocamiento de Robespierre, el Comité de Seguridad Pública, dirigido por los enemigos de Robespierre, comenzó a reunir todo tipo de información sobre una anciana medio loca que se creía «la Madre de Dios». Esta anciana recibía en su casa a teósofos y espiritistas. Ella había tenido una relación lejana y pasajera con Robespierre (si no me equivoco, Robespierre, a petición de alguien, la había salvado de la guillotina). Parece que Robespierre no la había visto en su vida. Estos materiales se utilizaron para acusar al líder del ala izquierda de la Convención de haber participado en un complot contra la Constitución.
¿Realmente vamos a ver cómo se repite la historia en todos sus mezquinos detalles? Estoy convencido de que la trama del «oficial de Wrangel» tendrá el efecto exactamente contrario al esperado.
Volvamos a la «tercera fuerza».
Sabemos lo que es esta tercera fuerza, que intenta aprovecharse de nuestros desacuerdos dentro del partido, de nuestras dificultades internas y externas, del agravamiento de la lucha de clases en el campo, del aumento del paro en las ciudades. No era necesario que se nos hablara durante una hora de la existencia de un complot o de un plan de complot: no faltaron complots de este tipo al principio de la existencia del poder soviético, y probablemente habrá más mientras no consigamos librarnos del cerco del mundo burgués y de la contrarrevolución. La lucha contra estos aventureros no es para nosotros. Difícil. No son estos hechos los que pueden hacernos reaccionar por el bien del partido y de la dictadura del proletariado.
Pero hay otros hechos que apuntan a una auténtica «tercera fuerza»: los kulaks, los burócratas, los burgueses de Nep, los capitalistas internacionales y sus intentos de colarse en la grieta de nuestras desavenencias y crear un cisma de arriba a abajo entre comunistas y obreros, entre obreros y campesinos. ¿En quién se apoya esta «tercera fuerza»? De eso es de lo que teníamos que hablar. Pero Bujarin no dijo ni una palabra. Es sobre esta «tercera fuerza» sobre la que quiero detenerme con cierto detalle.
Sin embargo, quiero expresar una reserva de antemano: no sólo no me hago responsable de lo que pueda decirse o escribirse sobre tal o cual grupo dentro de nuestro partido, sino que digo categóricamente que la interpretación que se hace de los distintos grupos es una apreciación subjetiva de nuestros enemigos de clase. Sin embargo, aunque sea subjetiva, esa valoración es extraordinariamente peligrosa para nosotros. Incluso cuando la intención atribuida a la mayoría no se corresponde con la realidad, no es menos cierto el hecho de que la lucha dentro de nuestro partido se representa, casi sin excepción, como una lucha entre el ala revolucionaria del partido (la oposición) y una fracción moderada del partido (la mayoría), este hecho da a nuestros enemigos una gran determinación en su ofensiva contra nosotros.
Tengo ante mí una apreciación de nuestras relaciones internas realizada por el famoso periodista Ivy Lee, estrechamente relacionado con los círculos dirigentes de Estados Unidos. Esto es lo que escribe: «Hay un grupo moderado, encabezado por Stalin, Rykov y Chichérin, que considera que Rusia debe desarrollar ante todo su economía política y social, que esto puede lograrse mediante el desarrollo de relaciones normales con los países capitalistas que son dueños de los principales recursos financieros del mundo… Este grupo moderado cree en la necesidad de renunciar, al menos por el momento, a la teoría de la revolución mundial… El otro grupo, dirigido por Trotsky, Zinóviev, Radek, Kámenev y otros, ha sido privado del poder… Los puntos de vista fundamentales de este grupo de comunistas de izquierda se reducen a esto: la revolución mundial debe ser impulsada con toda la energía posible: la Tercera Internacional, con toda su violencia y trabajo ilegal, debe ser apoyada en sus esfuerzos por destruir el mundo capitalista. Dudo que haya una sola persona responsable en Rusia que se decida a confirmar que la anterior teoría de la revolución representa la opinión de alguno de los dirigentes del PC. Por supuesto, el PC y la Tercera Internacional siguen gritando: «¡Abajo el capitalismo! ¡Abajo el imperialismo! Viva el Ejército Rojo». Pero aunque algunos de los dirigentes del Gobierno ruso siguen repitiendo estos viejos estribillos, de hecho, en los asuntos cotidianos, adaptan su acción a las condiciones existentes».
Esto es lo que escribe Ivy Lee y, con él, decenas y cientos de políticos influyentes de la burguesía mundial.
¿Qué conclusiones prácticas se pueden extraer? ¿Qué dicen nuestros enemigos? En primer lugar, sobre la cuestión de las deudas: no hay que apresurarse a resolver la cuestión de las deudas, dicen los capitalistas -el tiempo trabaja a nuestro favor-; los bolcheviques, poco a poco, bajo la presión de la implacable realidad económica, cuando se hayan liberado de las críticas de la izquierda, nos harán las concesiones que se negaron a hacer, que se niegan a hacer incluso hoy. Se verán obligados a reconocer las deudas y, al final, a pagarnos más de lo que están dispuestos a pagar ahora.
No creo que ningún miembro del Politburó pretenda reconocer las dudas, pero esta idea de que somos débiles, esta idea que se refuerza día a día con nuestros propios fallos y faltas, da a nuestros adversarios la oportunidad para ser más y más exigentes e insolentes.
Quiero limitarme a los hechos de nuestra política internacional. Nuestro último conflicto con Francia es la mejor ilustración de la forma en que el imperialismo mundial, confiando en la moderación de la mayoría del Comité Central, libra batallas con nosotros y, lo que es más grave, las gana.
Permítanme empezar diciendo que no tengo intención de contar aquí la historia de este conflicto. Quiero destacar sólo un aspecto del caso. La campaña contra la Delegación de la URSS en París partió de la convicción de que Rakovsky no encontraría ningún defensor en su propio Gobierno, ya que pertenecía a la oposición, y esta convicción dio a la prensa francesa, que exigía la retirada del embajador, una insolencia y una perseverancia sin precedentes que al final obligó al Gobierno soviético a retirar a su embajador, aunque el Gobierno francés había declarado ya el 4 de septiembre que el incidente Rakovsky estaba cerrado.
Como prueba de lo que acabo de decir, citaré hechos. Tal vez no carezca de interés, de antemano, para caracterizar la psicología de nuestros enemigos de clase, presentar aquí algunas consignas de Matin, que dirigió la campaña contra mí y las publicó en los titulares: «Contra los soviéticos, una sola arma, la firmeza, un solo curso de acción, ¡la represión!» Por desgracia, la firmeza estaba totalmente del lado del enemigo y estaba ausente en el nuestro.
Y ahora iré a los hechos.
El 6 de septiembre, M. Briand dijo al corresponsal de L’Œuvre, M. Bardoux: «M. Rakovsky pertenece a la minoría del Partido Comunista, por lo que es muy posible que la mayoría esté muy contenta de aprovechar la oportunidad para destituirlo». Hay que recordar que en esta fase del conflicto, Briand declaró que, por su parte, el Gobierno francés estaba satisfecho con la declaración de Chicherin, que la prensa francesa presentó como una condena de Rakovsky, y que ahora era Moscú, y sólo Moscú, quien debía decidir si Rakovsky debía permanecer en París. En cuanto al Gobierno francés, escribió en su última nota, creo que del 4 de octubre: «La retirada de Rakovsky es la consecuencia lógica del hecho de que ha sido repudiado».
El 17 de septiembre, L’Homme libre publicó un artículo firmado por su redactor jefe, el diputado Eugène Lautier, que decía: «Lo que está ocurriendo con Rakovsky recuerda mucho a lo que ocurrió con el embajador alemán en París, el príncipe Radolin. Al igual que Bülow, el canciller alemán, abandonó al príncipe Radolin a su suerte porque no le gustaba, hoy Chicherin abandona a Rakovsky a su suerte».
Podría presentar aquí toda una serie de declaraciones tomadas de la prensa francesa, por ejemplo esta declaración de Matin: «Rakovsky es tan indeseable en Moscú como en París», pero no quiero hacerles perder el tiempo.
Me limitaré aquí a las citas de la prensa francesa que cada uno de vosotros puede verificar, y aun así sólo estoy citando la centésima, quizá la milésima parte de lo que se ha escrito, pero también puedo daros declaraciones de los propios ministros o de políticos influyentes que tienen aún más fuerza y autoridad. Todas estas declaraciones pueden resumirse así: «No insistiríamos en la retirada de Rakovsky si el propio Gobierno soviético, con su conducta, no nos dejara claro que no es hostil a la idea de esta retirada»…
«No es posible defender a Rakovsky ya que el propio Chicherin no lo apoya».
Quiero añadir una declaración del diputado socialista Moutet. Se la dio al periódico social revolucionario Dni el 14 de septiembre en el curso de una entrevista en la que declaró: «En cuanto al incidente de Rakovsky, mi respuesta probablemente le sorprenderá. Personalmente, estoy convencido de que toda la historia de la firma de la famosa declaración de Rakovsky no es más que un episodio de la lucha de Stalin contra la Oposición. A Stalin le convenía deshacerse de todos los embajadores que pertenecían a la Oposición. Se encontró una forma u otra de hacerles firmar, se produjeron complicaciones, ya sabes el resto».
Puedo aceptar que el argumento es falso. En cualquier caso, contradice la práctica habitual del Partido. Es bien sabido que son precisamente los opositores los que son enviados como embajadores al extranjero.
Pero os he traído todos estos hechos para mostraros con qué certeza absoluta de victoria actuaron nuestros enemigos. Y esta certeza provenía de la convicción de que, dado que Rakovsky pertenecía a la minoría, la mayoría no lo defendería. Esta certeza encontró una apariencia de afirmación en la pasividad del Ministro de Asuntos Exteriores y del Politburó hacia su representante en París.
Volviendo a la cuestión de la exclusión de los camaradas Trotsky y Zinóviev, os digo: camaradas, al asumir la responsabilidad de esta exclusión, debéis ser conscientes de que hoy estáis firmando un acuerdo que os llevará a pagar muy caro a los imperialistas.
El significado histórico del último conflicto franco-soviético consiste en que las negociaciones sobre las bases que el Politburó consideraba como las únicas compatibles con nuestros intereses políticos y económicos han fracasado. El Gobierno francés presentará ahora otras demandas. Acaba de terminar un período de cuatro años que comenzó con el reconocimiento del Estado soviético por parte de los Gobiernos británico e italiano. Durante este periodo consideramos que podíamos llevarnos bien con los Estados capitalistas (por supuesto de forma provisional, porque nadie pensaba en la posibilidad de un acuerdo duradero con ellos, y por supuesto en igualdad de condiciones). Ahora estamos entrando en una nueva fase en la que el acuerdo sólo será posible si capitulamos.
La situación así creada sólo puede modificarse a nuestro favor mediante un cambio radical de toda la línea del partido. En la actualidad, sólo somos despiadados con la Oposición, sólo somos conciliadores con los supuestos amigos. En cuanto a los imperialistas, sólo hay diplomacia e indecisión hacia ellos. ¿Qué hay que hacer? ¿Qué es indispensable hacer? Reestablecer la verdadera unidad del partido sobre una base revolucionaria y, todos juntos, incluida la Oposición, unidos en un solo frente de lucha, dar una réplica decisiva a la insolencia de nuestros enemigos.
Ya ven, camaradas, qué ingenuo, qué poco racional, qué poco bolchevique es reducir el problema de los desacuerdos dentro del partido a una cuestión de ruptura de la disciplina del partido. Sé muy bien que hay partidarios de la fórmula «todo el poder para la administración» que afirman -y no cabe duda de que están convencidos de la corrección de su afirmación- que si el partido consigue deshacerse de su ala izquierda, si cierra la boca a Trotsky, Zinoviev y otros miembros del CC, si elimina a los opositores del partido, si mete a algunos de ellos en la cárcel, el resultado será un fortalecimiento del partido. Esta es la más terrible de las ilusiones. El momento en que la administración triunfa sobre el partido, el momento en que éste se convence de que está en la cima de su poder, es el momento que nuestros enemigos de clase considerarán más favorable para dar un golpe a la Unión Soviética. Un Partido Comunista que dejara de discutir libremente -por supuesto en el marco de los estatutos del Partido- las grandes cuestiones de política interior y exterior, tal Partido ya no podría mantener su papel de líder de la dictadura del proletariado y del movimiento internacional.
Me da pena que los dirigentes del partido y del partido bolchevique sigan creyendo que en la actual y dificilísima situación nacional e internacional es posible dirigir un gran Estado revolucionario apoyándose no en los miembros conscientes del partido, sino en los funcionarios de la administración. Me da pena que estos camaradas busquen apoyo entre las masas, ya que, siendo ellos mismos sólo la sombra de los dirigentes, sólo repetirán lo que les indiquen las secciones de propaganda, lo que esté escrito en su panfleto… gobernar un país de esta manera es imposible.
¡Se habla de unidad! Por supuesto, sin la unidad perderemos el poder. En un país donde el proletariado industrial constituye un porcentaje insignificante de la población total, en un país tan agrícola y atrasado, hablar de dos partidos es condenar la revolución a la ruina por adelantado.
¿Quién es el responsable de la situación en la que nos encontramos? Ponéis toda la responsabilidad únicamente en la Oposición. Os digo que si en vuestra dirección no hubiera habido otra falta que la de excluir primero del Politburó, y luego del CC, a los compañeros más cercanos de Lenin, de haber echado del partido a los mejores y más abnegados camaradas entre los viejos bolcheviques, sólo esta falta merecería la condena como malos dirigentes.
¿Será capaz de escapar del camino catastrófico en el que se ha embarcado? Se ha dejado llevar demasiado por sus antipatías, sus prejuicios, sus errores teóricos y prácticos. La corrección de la dirección del partido sólo puede hacerla el propio partido.
(1) Artículo aparecido en cahiers León Trotsky, nº18.