¿Por qué triunfó la revolución rusa? Enseñanzas para la clase trabajadora hoy
Como siempre en esta serie de artículos de Información Obrera, abordamos la experiencia de la Revolución rusa desde el punto de vista de los intereses de la clase trabajadora hoy, es decir, buscando las enseñanzas que nos aporta para nuestro combate actual. Desde esta perspectiva, una pregunta ciertamente pertinente es la que da título a este texto: ¿por qué triunfó la insurrección que lleva a la toma del poder por la clase obrera, estableciendo efectivamente el primer Estado obrero de la historia (salvando la limitada experiencia al respecto de la Comuna de París en 1871)? (1).
Como explicó certeramente Trotsky en su conferencia “En defensa de la Revolución rusa” pronunciada en 1932 en Copenhague, hay una serie de factores que confluyen en que, en palabras de Lenin, la cadena imperialista se rompa por el eslabón más débil. Es decir, que la revolución triunfe en la sociedad atrasada que es Rusia. En primer lugar, hay tres cuestiones que, en sí mismas, tienen un carácter revolucionario: la devastación que provoca la guerra, la penuria a que lleva la concentración de la propiedad de la tierra y el conflicto que supone la existencia de nacionalidades oprimidas. En segundo lugar, la incapacidad de afrontar esa situación por parte de las viejas clases dominantes (como se aprecia en particular en la decrepitud del zarismo), así como la incapacidad de tomar el relevo por parte de la burguesía (cuya debilidad política se aprecia en especial en la esterilidad de la apuesta por la Duma). En tercer lugar y en positivo, el peso social del proletariado a pesar de su limitado peso numérico, más la escuela que había supuesto la revolución de 1905 (“ensayo general” según la fórmula de Lenin), especialmente en cuanto a la experiencia de los órganos radicalmente democráticos que son los soviets, más, presidiendo todo, la organización política de la clase obrera, independiente de todo compromiso con las clases dominantes y sus instituciones, que es el partido bolchevique.
En un artículo previo explicamos la necesidad de la revolución, como única vía para poner fin a la sangría de la guerra, pero no sólo a eso sino, más ampliamente, al bloqueo al desarrollo de las fuerzas productivas impuesto por las exigencias de la rentabilidad. Pero la necesidad no garantiza su realización. Ésta requiere también el impulso político que, en Rusia, sólo se comenzará a decantar por el partido bolchevique desde la formulación de las Tesis de Abril de Lenin, que señalan inequívocamente el camino a la insurrección.
¿Cómo valorar todo esto desde la perspectiva actual? Desde luego, las analogías no pueden ni podrían ser plenas. Sin embargo, hay elementos que sí muestran cierta posibilidad de comparación, más allá de las particularidades de cada caso. En primer lugar, la profundización de la destrucción económica y la regresión social en torno a la crisis, las guerras y presidiendo todo, la desvalorización de la fuerza de trabajo. Y en segundo lugar, la grave crisis política que se aprecia por doquier, revelando la incapacidad de una salida al menos relativamente ordenada a los problemas: desde la potencia imperialista dominante, Estados Unidos, sacudida por los vaivenes de la nueva presidencia que revelan la ausencia de un proyecto cohesionado y coherente; hasta la UE, todavía menos unión y menos europea, cuya implosión se presenta como una hipótesis plenamente plausible y, en todo caso, mucho más que hace apenas diez años. Pasando por el conjunto del territorio mundial, con especial énfasis en Palestina y todo Oriente Medio, en América Latina, en el Magreb, etc. Y específicamente en el caso español, donde cada día se profundiza más la crisis del régimen de la restauración borbónica, impuesto por la dictadura con la aquiescencia de las direcciones de las principales organizaciones del movimiento obrero.
Entre las diferencias hay una muy sustantiva empero: el partido obrero independiente que puede efectivamente articular exitosamente la lucha de la clase trabajadora por sus aspiraciones. Para lograrlo no hay atajos, sólo la acción política consciente que agrupe a sectores cada vez más amplios de la clase trabajadora, sobre la base de la defensa incondicional de sus reivindicaciones. Una política de Frente Único Obrero (FUO) como la que siguió el partido bolchevique incluso contra el intento de golpe militar de Kornilov (septiembre de 1917), combatiéndolo sin poner el acento en denunciar en ese momento a Kerenski, que les había ilegalizado, perseguido, etc. O con la consigna de “todo el poder a los sóviets”, defendida desde la llegada de Lenin y la formulación de las Tesis de Abril sin tener mayoría en ellos, para llevar a los partidos obreros contrarios a la toma del poder (el menchevique y el socialista revolucionario de derechas) a hacerse con el gobierno y así romper con el gobierno provisional continuador de la Duma otorgada por el zar y partidario de que Rusia continuara en la guerra imperialista. O la asunción de la política de reparto de la tierra de los latifundios entre los campesinos, que era la posición de los socialistas revolucionarios de izquierdas para ganárselos al FUO (y Campesino), para impulsar la revolución. Hoy la necesidad del FUO se revela en todos los ámbitos, en la defensa de la enseñanza y la sanidad públicas, en la lucha contra la represión a los sindicalistas, en el combate contra los despidos…
Xabier Arrizabalo Montoro
(1) Información Obrera, nº 313, marzo 2016.