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Nueva crisis bancaria en Estados Unidos: causas, consecuencias y medidas

Las noticias sobre la nueva crisis bancaria en Estados Unidos llegan a un ritmo tan desquiciado como el del propio capitalismo. Hasta ahora, dos bancos han quebrado: el Silicon Valley Bank (SVB) y el Signature Bank. Y otros parecen acercarse peligrosamente a la misma situación, como First Republic Bank, Western Alliance, Metropolitan Bank o Customer Bancorp, cuyas cotizaciones bursátiles cayeron ayer lunes más del 60%.
La quiebra del SVB es la mayor desde 2008, lo que ha hecho saltar todas las alarmas. La historia que nos están contando sobre las causas de esta situación es la siguiente:
1) El SVB es un banco especializado en financiar a las startups tecnológicas, de ahí su nombre. Estas empresas han conseguido ingresos muy elevados durante años gracias, entre otras cosas, a la ingente inversión procedente de todo tipo de capitales riesgo. Estos ingresos los han depositado en este tipo de entidades, de manera que el SVB se ha encontrado con un enorme exceso de liquidez (hasta 175.000 millones de dólares, según parece).
2) En lugar de dedicar esa liquidez a la concesión de préstamos, que sería la forma más tradicional de operar de un banco, el SVB adquirió una gran cantidad de bonos públicos estadounidenses, que ahora ocupan una gran proporción de su cartera de inversión.
3) La brutal subida de los tipos de interés impuesta por la Reserva Federal de los Estados Unidos (Fed) ha hundido el precio de los bonos públicos. Esto, obviamente, ha provocado una fuerte minoración del valor de los activos del SVB.
4) Las pérdidas potenciales derivadas de esta situación se han manifestado cuando el SVB ha tenido que vender estos bonos desvalorizados para poder hacer frente a una retirada masiva de fondos por parte de sus principales clientes. Se calculan hasta 1.800 millones de dólares de pérdidas iniciales por esta razón.
5) Estas pérdidas iniciales ha hecho florecer rumores crecientes sobre la liquidez del banco y su capacidad para devolver sus depósitos, lo que ha provocado un típico pánico bancario a través de retiradas masivas por parte de sus clientes. Hasta 42.000 millones de dólares en diez horas, cifra que empequeñece los casi 17.000 millones que se retiraron de Washington Mutual en 2008 a lo largo de diez dias.
Ante esta situación, el gobierno ha reaccionado rápidamente afirmando que va a asegurar todos los depósitos del SVB, independientemente de si superan o no el límite de 250.000 dólares garantizado por ley. Esto es esencial para el caso del SVB, ya que más del 95% de sus clientes tienen cifras mayores en depósitos, puesto que son empresas. Para ello, ha puesto en funcionamiento el Bank Term Funding Program, un fondo público dotado de 25.000 millones de dólares al que los bancos con problemas podrán recurrir en caso de dificultades de liquidez presentando como colaterales bonos que serán valorados a su precio nominal, no a su precio de mercado, que es mucho menor.
Al mismo tiempo, ya han empezado a ponerse en marcha operaciones de compra de los restos del SVB por parte de otros bancos. Así, por ejemplo, el HSBC británico ha accedido a la compra de la filial de este banco en el Reino Unido por el módico precio de una libra esterlina. Esta dinámica acelerará el proceso de centralización del capital bancario que continúa caracterizando al sistema capitalista cada vez en mayor medida.
¿Será suficiente con esta reacción del gobierno Biden? ¿Qué consecuencias tendrá esta decisión y quién pagará la factura? ¿Se trata de una crisis puntual de un banco menor sin consecuencias o podría dar lugar a una crisis similar a la provocada por la quiebra de Lehman Brothers?
Para responder a estas preguntas, es esencial entender que la explicación convencional de esta crisis es tan superficial como la que nos ofrecieron del estallido de la gran recesión de 2008. Así como el impago de las hipotecas subprime fue el detonante y no la causa de fondo en aquel momento, actualmente la quiebra de SVB y sus posibles consecuencias no se deben simplemente a problemas de liquidez por la caída del valor de ciertos bonos. Las causas reales son más profundas y, desde luego, no se van a solucionar con una intervención puntual por parte del gobierno.
En primer lugar, debemos tener presente que la propia existencia de este modelo de negocio bancario responde a las necesidades de un sector empresarial extraordinariamente volátil e inestable, el de las startups y los fondos de capital riesgo. Este sector, en el que predomina la especulación y el análisis precipitado de beneficios y riesgos, es uno de los destinos favoritos de una gran masa de capitales en busca de una rentabilidad que no encuentran en otros sectores. Y eso ocurre porque la tasa de ganancia en industrias generadoras de valor y plusvalor continúa siendo insuficiente para las necesidades de valorización del capital. Por esa razón, estos capitales se lanzan a la pura especulación financiera y optan, además, por proyectos supuestamente tecnológicos enormemente arriesgados como los de estas startups. Por tanto, la razón de fondo estriba en los problemas de rentabilidad y acumulación del propio sistema capitalista.
Por otra parte, no hay que olvidar que la crisis bancaria de 2008 no se saldó con una nueva regulación más exigente para la banca. La ley Gramm-Leach-Bliley del gobierno Clinton promulgada en 1999, que acabó definitivamente con la relativa protección que la ley Glass-Steagall de Roosevelt de 1933 pretendía ofrecer frente a los excesos especulativos del sector financiero, no fue realmente revertida por la modesta ley Dodd-Frank de 2010 aprobada bajo el mandato de Obama. Además, durante el gobierno de Trump se modificaron varios aspectos de esta última ley con el objetivo de promover, de nuevo, la desregulación del sector bancario. Gracias a ello, por ejemplo, el SVB no tenía que hacer frente a las mayores exigencias de cobertura que tienen los bancos considerados «sistémicos», puesto que Trump elevó el límite de activos para entrar en esa categoría desde los 50.000 millones de dólares originales hasta 250.000, lo que permitió al SVB, con un balance de 220.000 millones, librarse de esas ataduras.
En cuanto a las consecuencias, existen varios frentes que analizar. Por un lado, es obvio que esa financiación ofrecida por el gobierno para garantizar los depósitos está avalada por bonos desvalorizados, es decir, por bonos que, hoy en día, aunque sean del Tesoro estadounidense, son bonos basura a todos los efectos. Esto significa que se abre una nueva vía de política monetaria hiperexpansiva parcial para los bancos con problemas que será financiada, si nadie lo remedia, con pura emisión monetaria. Y que, evidentemente, está destinada a salvar a las empresas tecnológicas. Es cierto que Biden se ha apresurado a afirmar que no supondrá ningún coste para el contribuyente porque se sufragará con las tarifas que la banca paga a los reguladores, pero esto es algo casi tan difícil de creer como cuando el exministro de Economía y actual vicepresidente del BCE Luis de Guindos nos dijo que el rescate de Bankia no nos costaría ni un euro a los ciudadanos españoles.
Por otra parte, es bastante probable que la Fed deba reconsiderar su criminal estrategia de estrangulamiento de la demanda por medio de la subida de tipos de interés, algo que incluso ya descuentan muchos analistas, bancos y fondos como Goldman Sachs. Esta política monetaria restrictiva ha irrumpido como elefante en cacharrería, atacando la inflación a cañonazos y provocando descalabros en toda la economía mundial, de modo que esta crisis bancaria no deja de ser una consecuencia más de ello. Es cierto que el invento del Bank Term Funding Program podría suponer una vía de financiación sin exigir necesariamente la moderación de tipos, pero parece bastante probable que los halcones monetarios no tengan más remedio que reprimir sus instintos represivos. Esto, desde luego, sería una buena noticia para la clase trabajadora, puesto que permitiría contener un poco el brutal incremento de la miseria que está provocando el encarecimiento de las deudas hipotecarias. Sobre todo, porque se ha demostrado falsa la creencia monetarista según la cual una política monetaria restrictiva acabará per se con la inflación.
Aunque se ha dicho que el caso no es comparable con el de Lehman Brothers por el tamaño y la importancia mucho menores del SVB, lo cierto es que es el 16º del país y, sobre todo, no hay que olvidar que los tentáculos financieros que conectan a este banco o cualquier otro con dificultades con el resto del sistema financiero mundial son totalmente desconocidos e imprevisibles. Por tanto, es imposible saber hasta qué punto están expuestas otras entidades de Estados Unidos y del resto del mundo. Por ejemplo, los seis bancos españoles perdieron ayer lunes casi 12.000 millones de euros en la Bolsa, algo generalizado en los mercados europeos. Asimismo, el fondo de pensiones sueco Alecta y el poderoso Statens pensjonsfond noruego que gestiona los ingresos del petróleo están afrontando pérdidas directamente derivadas de su exposición a estos bancos.
Por último, es evidente que esta quiebra perjudicará a muchas startups, incluso aunque no tengan relación directa con este tipo de bancos. A la ralentización de la inversión en este tipo de negocios que ha caracterizado los últimos meses debido a la caída de su rentabilidad, se une ahora un problema de financiación, puesto que incluso los capitales riesgo serán bastante más reacios a entrar en empresas de este tipo como consecuencia de esta alarma.
En definitiva, estamos ante el enésimo episodio de destrucción social provocado por un sistema económico, el capitalista, que ni puede ser domeñado por la legislación ni podrá ser eternamente rescatado por los Estados sin continuar empobreciendo a la clase trabajadora mundial.

Mario del Rosal