La revolución en la Austria Alemana
Diego Farpón
Este escrito, fechado en octubre de 1919, fue escrito en la cárcel: Karl Radek fue hecho prisionero tras la derrota del levantamiento espartaquista, el 12 de febrero de 1919, y sus huesos permanecieron allí hasta enero de 1920.
Apareció en l’Internationale Communiste, organe du comité exécutif de l’Internationale Communiste, nº9, abril de 1920, pp. 1301-1310.
Un desafortunado intento de insurrección
(La crisis del partido comunista en la Austria Alemana)
1. Las revelaciones de Bettelheim
Cualquiera que haya observado la evolución del movimiento comunista en Austria durante los últimos meses (aunque se haya reducido a las noticias de los periódicos) ha podido convencerse de que este movimiento atraviesa una grave crisis. Ya en los primeros días de la revolución proletaria húngara se había intentado en Viena hacer estallar la revuelta. Los iniciadores de este plan hablaron desde la suposición profundamente errónea de que se trataba de un medio para aliviar a la República Soviética de Hungría. Para lograr este fin repartieron a diestro y siniestro grandes sumas de dinero que no tuvieron otro efecto que provocar la descomposición del movimiento comunista austríaco. El resultado inevitable fue que el movimiento fue abandonado por aquellos camaradas que no querían cargar con ninguna responsabilidad por la descomposición del partido y que al mismo tiempo consideraban imposible, en vista de la embarazosa situación de la República Soviética de Hungría, luchar abiertamente contra sus agentes. Esto tuvo como consecuencia que, tras la caída de la República Soviética Húngara, se creó un penoso ambiente de acusaciones mutuas de carácter político y puramente personal, que provocó la dimisión del partido de varios camaradas y dificultó la acción de los que se quedaron. Gracias a la intervención de los militantes más destacados de las demás organizaciones de la Internacional Comunista, el ambiente se purificó tanto que ahora existía la esperanza de la posibilidad de una acción combinada de los representantes de las distintas corrientes del partido austriaco. Sin embargo, surgieron más dificultades porque era imposible discutir públicamente lo que se había aclarado en la intimidad de un pequeño círculo. Además, tuvimos que contar con los camaradas húngaros que, al igual que el doctor Bettelheim, desempeñaron un papel destacado durante la crisis y que posteriormente fueron detenidos en Viena. Estas dificultades ya han pasado. El doctor Friedrich Adler ha publicado en el Kampf de Viena, del 4 de octubre, un manuscrito que se encontraba en la casa de Bettelheim en el momento de su detención y en el que se expone el curso de estos acontecimientos. Con ello, Friedrich Adler quería, según él, arrojar un rayo de luz sobre ese «pantano llamado Partido Comunista».
Sólo podemos estar agradecidos a Friedrich Adler por ello, aunque la cobardía y la venalidad que en su día denunció en la socialdemocracia austriaca (ver su discurso de acusación en la edición berlinesa del acta de su juicio) deberían haberle impulsado a enfrentarse al «pantano» en la que, tras su coalición con los antisemitas, la socialdemocracia se ha visto ciertamente mucho más enredada que en 1910. Pero, como ya hemos dicho, sólo podemos estar agradecidos a Bettelheim y a Adler por haber hecho posible el examen público de esta cuestión. Tenemos la intención de poner ya a disposición del público esta posibilidad.
2. Nacimiento del Partido Comunista en la Austria Alemana
Para entender bien la crisis que se manifestó tan claramente de mayo a agosto, es necesario tener en cuenta que el partido comunista austriaco era considerablemente más débil que el partido comunista alemán. En Alemania, ya mucho antes de la guerra, existía en la socialdemocracia una tendencia radical de izquierda que se formó en la lucha contra el oportunismo declarado y velado (tendencia Kautsky, Haase) y que puso los cimientos del futuro partido comunista alemán. Durante la guerra, esta tendencia amplió su ideología, adquirió, en medio de excepcionales dificultades y a costa de considerables pérdidas, toda una serie de nuevos partidarios, creó organizaciones ilegales y se ganó rápidamente a las masas. La escisión que se produjo en 1917 en la socialdemocracia alemana facilitó esta labor. La fundación de un partido comunista autónomo fue el resultado de ocho años de lucha por las ideas y cuatro años de trabajo organizativo de cientos de personalidades. En general, en la Austria Alemana no había, antes de la guerra, una oposición marxista dentro de la socialdemocracia. Con la excepción de Joseph Shtraccer, todos los marxistas austriacos, Otto Bauer y Fritz Adler en primer lugar, se encargaron de no luchar contra el oportunismo, sino de iluminarlo teóricamente. Esta circunstancia hizo que en la Austria Alemana los partidos no estuvieran obligados a votar los créditos militares; las sesiones del parlamento austríaco generalmente no se celebraban, lo que dio a los dirigentes del partido socialdemócrata austríaco, que tenían en Víctor Adler un líder de gran -y legítima- autoridad moral y en Renner un guía político de probada eficacia, la oportunidad de ocultar y confundir las oposiciones existentes en el partido. Hasta qué punto la oposición moderada del partido austriaco se sintió débil durante la guerra lo demuestra el ejemplo de Fritz Adler, que utilizaba un revólver porque sabía que las masas no le seguían y se sentía incapaz de emprender una amplia acción política. Surgida en plena guerra y agrupada en torno al camarada Franz Koritschoner, la oposición de izquierda radical contaba con pocos partidarios.
Cuando estalló la revolución, los elementos que pronto se agruparon en un partido comunista de la Austria Alemana, formaron un grupo insignificante de intelectuales muy jóvenes que, bajo la influencia de la guerra, se impregnaron de las tendencias de proletarias revolucionarias, pero que, sin embargo, eran ajenos a toda experiencia política; los prisioneros de guerra que volvían de Rusia se unían a ellos, pero está claro que no estaban al corriente de la situación en Austria. A partir de entonces era evidente que un partido compuesto por tales elementos no podría convertirse en un corto lapso de tiempo en el centro de las tendencias revolucionarias que aparecieron en el proletariado cuando la socialdemocracia austríaca, dirigida por Renner y Zitsom con la ayuda de Fritz Adler (que tras haber perdido en 1915, bajo la influencia de la guerra, todo autocontrol, fue durante la revolución el más pacífico de los pequeñoburgueses) concluyó una alianza con la burguesía. El joven partido comunista austríaco inevitablemente tuvo que cometer muchos errores antes de poder encontrar su camino legítimo en la lucha. La política comunista no es una simple aplicación de los principios inventados y patentados en Moscú, sino que consiste en dirigir a las masas revolucionarias, cuyas condiciones son muy diferentes en los distintos países.
Sólo después de haberse enriquecido con la experiencia de su lucha natural y de haber aprendido a sacar conclusiones de esta experiencia, las masas trabajadoras pueden abrirse camino hacia el comunismo. Cuanto más instruidos y experimentados sean los luchadores de vanguardia del proletariado, más podrán valorar la importancia de esta experiencia, más y mejor ayudarán al proletariado a orientarse.
El partido comunista de la Austria Alemana, dada la juventud de sus dirigentes, sólo pudo durante los primeros meses de su existencia realizar tímidas tentativas de propaganda y organización. No podía prever lo largo y tortuoso que sería el camino hacia la meta. La impetuosidad del movimiento revolucionario en Alemania que se prolongó desde enero hasta abril, y las huelgas en Inglaterra, les parecieron el presagio de la próxima victoria de la revolución universal. Y fue en el estado de ánimo suscitado por estas esperanzas que sorprendió la proclamación de la República Soviética Húngara y, poco después, la de los soviets de Múnich.
3. La táctica insurreccional húngara en Viena
Los trabajadores revolucionarios de Viena, no sólo los comunistas, sino también los socialdemócratas, estaban absolutamente electrizados por los acontecimientos de Hungría y Baviera. Los dirigentes comunistas se consideraron obligados a realizar la más enérgica propaganda a favor de la proclamación de la república soviética. Tenían mucha razón cuando respondieron a los socialdemócratas que el establecimiento de la república de los Soviets en Viena ampliaría el campo de acción y daría la posibilidad de luchar con las dificultades alimentarias que entonces tomaban, en Viena, un cariz grave y que servían de argumento principal a F. Adler y sus seguidores contra el establecimiento del poder soviético en la Austria Alemana. La proclamación de la República de los Soviets austro-alemanes no sólo implicaba la necesidad de alimentar a un mayor número de hombres, como clamaban los socialdemócratas, sino que habría unido al ardiente proletariado húngaro cientos de miles de trabajadores austriacos capaces de organizarse; es seguro que habría aumentado considerablemente la fuerza militar de las repúblicas soviéticas aliadas y les habría dado la posibilidad de ocupar los territorios ricos en trigo de Hungría. La victoria del proletariado austro-alemán en Austria habría sido, incontestablemente, seguida de una respuesta de los obreros checos y habría servido para calmar a la Entente, cambiando radicalmente la situación que se produjo durante el aislamiento de Budapest. Los comunistas de la Austria Alemana no han hecho más que cumplir con su deber, extendiendo todas sus fuerzas para llevar al proletariado austriaco a proclamar la república de los Soviets.
Los «realistas», encabezados por Fritz Adler y Bauer, al advertir al proletariado contra este «experimento», lo traicionaron de hecho, ayudando a los Renner y a los Ellenbogen a entregarlo atado de pies y manos a la burguesía; y si el proletariado está hoy definitivamente vendido a la burguesía por estos mismos Ellenbogen y Renner, es el resultado de su táctica de renuncia a toda lucha. La misma suerte corrieron los Renner y Ellenbogen, por un lado, y los Haases y Dittman, sus hermanos de espíritu, por otro. Pero la agitación a favor de la dictadura de los Soviets pareció a una parte de los camaradas húngaros un apoyo demasiado insuficiente por parte del proletariado austriaco. No hay que perder de vista que el partido comunista húngaro sólo contaba con un número muy reducido de militantes formados y experimentados, que después de su fácil victoria se vio obligado a nombrar para muchos puestos importantes a camaradas que no tenían ninguna experiencia, por no hablar de todos los aventureros que se habían colado en sus filas sólo porque había salido victorioso. Es muy difícil establecer en este momento en qué medida participaron en la propaganda exterior de la república de los Soviets esos elementos inexpertos, esos aventureros y chacales que siempre se aventuran en el campo de batalla después del combate. Es un hecho que estos elementos llevaron a Viena una agitación activa, empujando al joven partido comunista austriaco a la revuelta. A mediados de mayo el doctor Bettelheim llegó a Viena, en calidad de emisario húngaro. Se presentó como apoderado de la III Internacional que supuestamente le había mandatado para proclamar lo antes posible la república de los Soviets en la Austria Alemana. En realidad, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista conocía a Bettelheim -una persona que hasta entonces había sido un completo desconocido para el movimiento- tan bien como Bettelheim conocía a la Internacional Comunista: es decir, lo ignoraba absolutamente. Ignoramos si fue el propio doctor Bettelheim quien inventó la fábula de esta fantástica misión, para poder actuar más fácilmente sobre los camaradas inexpertos de Viena, o si alguna institución de la república de los Soviets húngaros le indujo conscientemente a error, deseando darle más audacia en la ejecución de un plan elaborado en Hungría. En todo caso, el «mandato de Moscú» del doctor Bettelheim es el producto de la fantasía de un joven camarada sin idea de comunismo o la maniobra fraudulenta de un aventurero. En ningún momento el Partido Comunista Ruso -antes y después de la fundación de la Tercera Internacional- encargó a ningún camarada que fuera a un país determinado a proclamar en un momento dado la República de los Soviets. Si los camaradas rusos que trabajaron durante mucho tiempo en determinados países, o incluso los camaradas extranjeros que vivían en Rusia como prisioneros de guerra, viajaron desde Rusia para trabajos de propaganda ya sea a Austria, Alemania, Francia o cualquier otro país, no hace falta decir que el partido comunista ruso les apoyó materialmente -y este apoyo fue habitualmente muy modesto-, al igual que nunca negó su ayuda a los grupos y partidos socialistas extranjeros que se dirigieron a él de la misma manera. La única compensación natural por la apuesta de estos camaradas era la propagación de las ideas comunistas y las noticias precisas sobre el curso de la revolución rusa. El partido comunista ruso y el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista dirigidos por él nunca se han engañado pensando que podían dirigir desde Moscú la política concreta de los partidos comunistas extranjeros que trabajan en plena acción de su propio movimiento.
Quien escribe estas líneas y dirigió hasta diciembre de 1918 la propaganda exterior de los bolcheviques, en sus conversaciones con los comunistas alemanes, húngaros, checos, yugoslavos que entre otros visitaron en octubre de 1918 Austria-Hungría, les advirtió categóricamente en nombre del partido comunista ruso contra la simple copia de los ejemplos rusos en la primera fase de la revolución austro-alemana, e incluso les aconsejó que modificaran su posición respecto a la Asamblea Nacional en relación con las condiciones de lugar y tiempo, y a la fase ya alcanzada por el movimiento.
El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, dirigido por tácticos tan sabios como Zinóviev y Trotsky, discípulos de Marx, que llevan muchos años trabajando en el partido (Trotsky desde hace 25 años, Zinóviev desde hace 17 años), ciertamente no podía recomendar otra política. El Partido Comunista Ruso sabe que la victoria final de la revolución rusa sólo es posible si la revolución universal es victoriosa. Y la revolución universal sólo puede desarrollarse como un movimiento creado en cada país por sus propias masas proletarias y no por los primeros «emisarios» que lleguen. Si la revolución proletaria en los países extranjeros no se desarrolla en un futuro próximo lo suficiente como para derrotar al imperialismo de la Entente, la República de los Soviets Rusos puede morir de una hemorragia; pues la guerra defensiva contra la Entente paraliza todas sus fuerzas dirigidas a la reorganización económica de la sociedad. Este fue el destino de la Hungría soviética porque su base era demasiado pequeña. Pero la conciencia de este peligro no debe impedirnos comprender que sólo el desarrollo de la revolución proletaria (y no las revueltas provocadas artificialmente) puede ayudar a las repúblicas soviéticas amenazadas; insurrecciones similares sólo pueden debilitar el movimiento en otros países y, por consiguiente, la Rusia soviética y los demás centros revolucionarios, al tiempo que comprometen, en general, las ideas comunistas. Si en la Austria Alemana el proletariado hubiera aceptado en su mayoría y realizado la idea de la dictadura de los soviets, la república soviética de Hungría se habría fortalecido. Pero si el partido comunista austriaco hubiera tomado el «poder» por insurrección -lo que no era en absoluto imposible en vista de la debilidad del gobierno- sin contar con el apoyo de la mayoría del proletariado, esta victoria sólo habría debilitado a la república soviética de Hungría. La República Soviética austriacos no habría sido «soviética» en este caso, porque los soviets estaban en contra de su proclamación. Los sindicatos tampoco la aceptaron. ¿En quién, entonces, se apoyó? Obligada a recurrir al apoyo de una guardia roja reclutada al azar y a luchar contra la mayoría de la clase obrera, ¿de dónde más podría haber sacado fuerzas para acudir en ayuda de la Hungría de los Soviets? Esta simple consideración fue lo suficientemente persuasiva como para demostrar la insensatez de la táctica insurreccional a todos aquellos que conocen la república de los Soviets de otra manera que no sea de oídas. Pero en este caso se trata de una desafortunada ignorancia; el Mesías de la oficina de propaganda de Budapest no tiene la más mínima concepción del comunismo; esto se demuestra en cada palabra de sus ataques contra el partido comunista de la Austria Alemana.
4. La revuelta del 15 de junio
Esto es lo que comunica Bettelheim sobre la fuerza del partido comunista hacia el 15 de mayo, cuando llegó a Viena con su fantasioso mandato. El comité central del partido no había sido capaz de decidir una sola acción de importancia -más adelante veremos lo que para este personaje es la palabra “acción”-, no podía presumir de ningún éxito. El comité no conocía la composición del partido, el número de camaradas que trabajaban en las empresas aisladas, no había podido convocar a los delegados de estas empresas. Las organizaciones estaban literalmente desprovistas de agitadores y no se realizaba ningún trabajo sistemático del partido. Una enorme masa de desempleados quedó al margen de cualquier organización, las relaciones con el campo se descuidaron. De este estado de cosas, cualquier hombre sensato sólo podría haber sacado una simple conclusión: it is a long way to Tipperary. Todo el trabajo está aún por hacer: hay que organizar el partido, penetrar en las empresas y sentar las bases de las organizaciones; establecer relaciones con el campo, realizar enérgicamente la acción de propaganda, utilizar todas las manifestaciones de la vida política social para la acción que movilice a la clase obrera, organizarla y llevarla gradualmente al terreno de la lucha. Pero los Mesías y los profetas, como sabemos, no aran ni siembran; tienen una varita mágica con la que hacen milagros. Es cierto que el doctor Bettelheim, que no era más que un ex-pseudoprofeta, sólo podía realizar pseudo-milagros. En lugar de organizar el partido lo desorganizó, disolviendo su centro de dirección y nombrando un «directorio». Como corresponde a un obrador de milagros, quiere cosechar donde no ha sembrado y decide precisamente el 15 de junio -por consiguiente, justo al final de su primer mes, tan rico en éxitos, de estancia en Viena- liberar al proletariado del yugo capitalista proclamando la república de los Soviets. No pudo decidirse por nada más modesto, pues escribe textualmente en su notable obra: «entiendo por acción la proclamación de la república soviética». Mientras tanto, el doctor Bettelheim se limitó a expulsar de la dirección del partido a Joseph Straccer, el comunista austriaco más activo, y a nombrar el «directoire». Sin embargo, esto fue suficiente. La causa avanzó rápidamente. Surgieron organizaciones en las empresas, en los cuarteles se manifestaron fuertes movimientos, los parados, los movilizados, los inválidos organizaron manifestaciones. La fuerza de la revolución proletaria salía a la luz como por arte de magia, en Viena y en el campo, de modo que se podía esperar plenamente el éxito del advenimiento de la república de los Soviets precisamente para el 15 de junio. “Cuán grande fue la fuerza de la revolución proletaria” es lo que veremos a continuación. El fenómeno verdaderamente milagroso que el doctor Bettelheim pudo prever con anticipación el día de la revolución se explica fácilmente: como él comunica, simplemente se había decidido para ese día y no se había pasado por alto ni un solo detalle de una revolución bien preparada. En una palabra, el 15 de junio iba a tener lugar una insurrección bajo las formas requeridas. No había nada sobrenatural en estos medios milagrosos gracias a los cuales, antes del comienzo de la acción en una fecha fija, se esperaba la organización, los numerosos disturbios, etc. El doctor Bettelheim había desatado en Viena todo un enjambre de agitadores que repartían el dinero con ambas manos y que preparaban “la acción” según todas las reglas del arte. Esto se decidió para el 15 de junio, pero el día anterior, el 14, el directorio fue arrestado (Bettelheim afirma, además, sin prueba alguna, que él (el directorio) fue arrestado a petición propia).
Ese mismo día, los desempleados y los soldados desmovilizados organizaron una manifestación para exigir la liberación de los dirigentes. Hubo muertes. Entonces, ¿por qué no triunfó la «revolución proletaria»? El proletariado libera a sus dirigentes y les exige que lleven a cabo la revolución. «Provocada como por arte de magia», la revolución proletaria presenta a sus dirigentes esta exigencia: «Me habéis provocado, debéis llevar la obra hasta el final». La revolución debe ser llevada a cabo por Tomann, Koritschoner, de lo contrario no saldrá nada. El viejo lema de que la emancipación de los trabajadores sólo será obra de los propios trabajadores es transformado por los «comunistas» recién acuñados en esto: «el proletariado sólo puede ser liberado y salvado por sus dirigentes». Aquí es evidente la cercanía de los Bettelheim y los Renner, situados oficialmente en las antípodas; estos últimos «salvan» al proletariado, como los mendigos que piden pan para los hambrientos; los Bettelheim los salvan «proclamando» la república. En el primer caso, los proletarios deben callar; en el segundo, deben actuar siguiendo las instrucciones de sus dirigentes, pero en ambos casos son figurantes. Los salvadores son los dirigentes. Pero aquí comienza una deliciosa opereta: los «dirigentes» elegidos por Bettelheim para salvar al proletariado se niegan a marchar. Los dirigentes prometieron hacer la revolución, pero tenían tan poca confianza en sí mismos que ni siquiera se decidieron a rezar antes de la misa. Todo deseo de emancipación del proletariado les había abandonado.
He aquí algunos hombres malos que podrían haber liberado al proletariado y que no quisieron hacerlo. Pero el 15 de mayo, el doctor Bettelheim llegó a Viena, enviado por su propia institución, la Internacional, con la misión de allanar el camino para la dominación del proletariado. ¿Por qué no cumplió su misión y liberó al proletariado? Que no tuviera confianza en sus propias fuerzas es inadmisible, pues este intrépido agitador creía ciegamente en sus propias fuerzas. Se «abstuvo, es cierto, de emancipar al proletariado» por temor a que los militantes de la revolución vienesa que no sabían que la revolución era provocada «por el encantamiento» pudieran decirle: » perdone, señor Bettelheim, no le conocemos y no puede emanciparnos». Estas «revelaciones» de Bettelheim serían bastante agradables, si esta historia no hubiera exigido víctimas. El propio Bettelheim redimió en parte su culpa imaginando sus revelaciones y demostrando -contra su voluntad- a todo trabajador sensato la estupidez y la vacuidad de la táctica insurreccional. Sin embargo, tras la experiencia del 15 de junio no se convenció de la inadmisibilidad de tal táctica y debemos creer que estamos ante una especie de Rinaldo Rinaldini incurable. Pero los trabajadores comunistas no están enajenados y gracias a las revelaciones de Bettelheim tendrán la más profunda sospecha de la detestable acción milagrosa de las insurrecciones. Los comunistas que formaban la vanguardia del proletariado austriaco, en los días de junio, descartaron las lácticas insurreccionales de Bettelheim. No se dejaron arrastrar a la aventura de «proclamar» la república soviética. Ahora deben convencerse de la inadmisibilidad y la vergüenza de los disturbios, y de la necesidad de erradicar en la práctica la aspiración misma a tales movimientos.
La táctica del comunismo y la lucha socialdemócrata
Sin embargo, está claro que las crisis del movimiento deben ser combatidas no por la investigación histórica, por muy beneficiosa que sea, sino por las manifestaciones activas del proletariado. Es cierto que no se trata de «proclamaciones» a lo Bettelheim, sino de un obstinado trabajo de organización, de la creación de agrupamientos correspondientes, de la lucha diaria de las masas contra las crisis cada día más graves -lucha que cooperará en la acumulación de la energía latente del proletariado austriaco, hasta el día en que la proclamación de la república de los Soviets húngaros ya no sea una mera estratagema insurreccional, sino la expresión real de la vida misma. Adler, que se debate en las redes de Renner, sabe por qué marcha ahora contra el «pantano» del partido comunista. Se encuentra después del primer año de la revolución ante «el naufragio» de su política que, además, no era la suya, sino la de sus amigos, y de la que, a pesar de todo, también era responsable. La democracia (es decir, el «poder popular») no era en realidad más que el dominio insaciable del capital de la Entente. La «socialización» legislativa terminó con la compra de la sociedad minera de los Alpes por los capitalistas italianos, un excelente asunto que M. Adler roció con una ligera capa de «socialización»; el dossier de este asunto podría depositarse en los archivos de la II Internacional con esta inscripción: «La socialización democrática del patrimonio nacional en la Austria Alemana o su entrega a los capitalistas de la Entente». Los soviets de diputados obreros a los que Max Adler entonó entusiastas himnos se preparan para una muerte indolora. ¿Cuáles son las causas de todo esto? Una espantosa crisis que estos señores habían predicho que sería la consecuencia inevitable de la dictadura de los Soviets y que habían querido evitar por medio de la coalición con la burguesía, está ahora haciendo estragos y es el resultado de sus lamentables temores a cualquier lucha. Pero las masas trabajadoras no pueden apartarse de la lucha. Sufren hambre y frío e infaliblemente preguntarán: «¿Es posible que perezcamos sin resistir?». Las masas lucharán, marcharán por nuestro camino. Esto es lo que sabe Adler, que se ha enredado en sus propias redes y, como ya no se siente con fuerzas para salir de su propio pantano, se propone la tarea de desenmascarar el pantano comunista. Pero el partido comunista nunca ha ocultado nada y no ocultará nada. Puede haber cometido errores políticos, porque es joven, y está obligado a buscar nuevos caminos. De su despiste pueden haber salido algunas salpicaduras. Pero podrá limpiar su nombre; el futuro le pertenece, porque está comprometido con la lucha dictada por las exigencias de este momento histórico. El pantano es agua estancada; avanzaremos, pues, con el torrente impetuoso de la revolución proletaria. El doctor Adler nos ha lanzado una bomba de gas venenoso, de la que algunos pueden salir heridos. Pero pronto, después de remontar la ola venenosa, pasaremos a la ofensiva y las masas nos seguirán.
K. Radek
Octubre, 1919