Capacidades y dificultades de la revolución rusa
«¿Quién podría creer -escribirá a este respecto, con tono indignado, el general ruso Zaleski- que un empleado de tribunales o un guardián del Palacio de Justicia hayan podido convertirse de repente en presidentes del Congreso de los jueces de paz? ¿O un enfermero pasando a ser director de ambulancias? ¿O un peluquero, alto funcionario? ¿O un alférez ayer, a generalísimo? ¡Un lacayo de ayer o un peón pasando a ser prefecto! El que todavía ayer engrasaba las ruedas de los vagones convirtiéndose en jefe de una sección de la red o en jefe de estación… ¡Un cerrajero designado a la cabeza de un taller!
¿Quién podría creerlo? Había que creerlo. No se podía dejar de creer en ello, ya que los alféreces habían derrotado a los generales; el prefecto, antiguo peón, había puesto en razón a los amos de la víspera; los engrasadores de ruedas de vagones habían organizado los transportes; los cerrajeros, en calidad de directores, habían puesto en pie a la industria» (Trotsky, historia de la Revolución rusa, 1929-1932).
Esta cita ilustra bien las posibilidades que abre la revolución, al deshacerse del lastre que supone el parasitisimo de las clases dominantes del antiguo régimen. Aunque el triunfo de la revolución en octubre de 1917 no significa que se hayan resuelto todos los problemas, sí remueve el primer obstáculo para ir resolviéndolos, como revela con claridad, por ejemplo, el hecho de que pocas semanas después Rusia salga de la guerra a la que ha llevado la competencia imperialista. Medidas inmediatas como la nacionalización de los bancos, la expropiación del latifundio o el control obrero sobre la producción, entre muchas otras, lo muestran también, ya que liquidan el dominio de las relaciones capitalistas de producción que limitaban cada vez más el desarrollo de las fuerzas productivas (1).
Ésta es la clave en torno a la cual se va a dilucidar el futuro de la revolución, que depende del apoyo interno y de su condición de referente fuera: la capacidad de desarrollar las fuerzas productivas. Este desarrollo no es el mero aumento de la productividad, sino su materialización en la mejora sostenida de las condiciones de vida de la población. Por tanto, aumentar la productividad, mejorar el rendimiento del trabajo, es una condición imprescindible pero no suficiente. El reto es formidable porque la economía rusa es “un pobre venido a menos”. Una economía atrasada, fundamentalmente agrícola y ganadera, ya que el grado de industrialización es muy reducido, y que además padece los efectos devastadores de la guerra. De hecho, en 1920 la producción industrial era solamente una cuarta parte de la de 1913 y en 1925 aún no la había alcanzado (era el 75%).
Pero no es sólo el atraso, sino también el aislamiento, especialmente cuando resulta derrotada la revolución alemana. Lo que estaba en juego era tan importante que las potencias imperialistas no habían perdido el tiempo: inmediatamente impulsaron una guerra contra la revolución. Porque no era solo ni principalmente que perdieran el control de un mercado como el ruso, sino sobre todo el carácter de referente que suponía la experiencia bolchevique para los trabajadores de todo el mundo.
Hasta 1921 se extiende un periodo conocido como “comunismo de guerra”, cuyo contenido no obedece a ninguna discusión teórica profunda en torno a la construcción del comunismo, sino que simplemente se trata de poner la maquinaria económica al servicio de la guerra, es decir, de la supervivencia de la revolución, que es lo que está siendo impugnado por el imperialismo mediante la financiación del esfuerzo bélico del “ejército blanco”. A partir del triunfo en la guerra se inicia el periodo de la Nueva Política Económica, la NEP por sus siglas en inglés. El cual tampoco es objeto de polémica en el seno del partido bolchevique, ya que su contenido, puramente instrumental, radica en el intento de restaurar la actividad productiva, recurriendo para ello a todas las palancas, incluidas las del sector privado. En ese periodo hay un profundo debate acerca de cómo conducir la economía en adelante, en el que se enfrentan concepciones distintas, representadas por Bujarin y Preobrazhensky, especialmente en torno al lugar que deben ocupar los distintos sectores productivos, agricultura e industria, y en torno al papel de los mecanismos de mercado frente a las posibilidades de la planificación.
Explicaremos más detalladamente el contenido de este debate en un próximo artículo, pero queremos concluir éste consignando un hecho crucial: ciertamente las limitaciones eran profundas, pero el proceso abierto con la revolución y su refrendo con el posterior triunfo del ejército rojo recién creado, muestra las capacidades económicas de una sociedad que se ha desembarazado del lastre de la explotación de clase. Por citar un solo dato, en el marco del Estado obrero constituido en 1917 y a pesar de que desde finales de los años veinte se consolidará una orientación extraña a la orientación revolucionaria, la producción industrial en 1929 es ya el doble que en 1913 y en 1932 el triple. El desarrollo de las fuerzas productivas va más allá del crecimiento industrial, pero en todo caso este crecimiento revela las capacidades de un Estado obrero frente a los límites cada vez más acuciantes de las economías capitalistas.
Xabier Arrizabalo Montoro
(1) Información Obrera, nº 314, marzo-abril 2017.