La OposiciónRakovsky

Frente a las capitulaciones la Oposición se mantiene en pie

Diego Farpón

En 2003 Pierre Broué publica Communistes contre Staline: massacre d’une génération. En esa monumental obra de combate señala: “la historia de los opositsioneri soviéticos, tanto tiempo disimulada tras tantas mentiras y calumnias surgidas de los «amigos» de Stalin y de los enemigos del comunismo -sus comportamientos y sus objetivos historiográficos son idénticos-, reserva al investigador apasionado momentos de intensa emoción. Personalmente, he conocido dos, extraordinarios: el descubrimiento de que Christian Georgievich (Rakovsky) había muerto de pie y el del regreso de Ivan Nikitich”.
Por suerte, las futuras generaciones ya se encontrarán este trabajo realizado. Lo subrayamos, en cualquier caso, porque muestra las dificultades para conocer la realidad, incluso aunque esta sea la lucha de miles y miles en su combate por la revolución mundial, incluso aunque esta lucha sera universal. Hoy, miles de documentos que ayudarían a desarrollar la ciencia y el conocimiento del socialismo científico siguen siendo inaccesibles para el proletariado español. Cuando retrocede la ciencia, no lo olvidemos, vuelven los monstruos y los mitos.
Frente al mito stalinista y anticomunista, podemos señalar que sí, efectivamente: Rako murió de pie. “Estaba viejo, cardiaco, diabético. Había confesado para salvar a jóvenes, y ellos los habían matado. Les escribió que no eran más que asesinos y que había que proclamarlo. Fue condenado a muerte por decreto. Tenía miedo y le amordazaron. Cuando murió, le arrancaron sus harapos y le cortaron en pedazos: la orden fue echar su carne a los lobos”.
En 1929 Rakovsky se encontraba en Saratov. Había llegado allí tras su paso por Astrakhan. Las condiciones para su salud y la vida eran mejores aquí. Pero esto no detuvo a Rakovsky: la capitulación de Radek, Preobrazhensky y Smilga, que supuso un terremoto en las filas de la Oposición, fue combatida por Rako.
Como señalamos anteriormente, este documento forma la parte final de la explicación de las tesis que será publicada el 22 del mismo mes. La última parte de este documento (el objetivo de la declaración de la oposición) apareció en el número 6 del boletín de la Oposición (bolcheviques-leninistas). La primera parte (la política de la dirección y el régimen del partido), apareció en el número 7 del boletín.


La política de la dirección y el régimen del partido

La agudización de la lucha de clases sacó a la clase trabajadora y al partido de ese letargo que era a la vez condición y consecuencia de la dominación del centrismo. Objetivamente, el centrismo ha sido condenado por la historia, pero por eso, deseando mantenerse como grupo dirigente, está tomando medidas para fortalecerse aún más organizativa e ideológicamente, utilizando para ello el gigantesco poder que la revolución ha concentrado en manos de la dirección del partido. Han expulsado y expulsan a los derechistas del Consejo Central de Sindicatos de toda la Unión y de la Comintern, de las instituciones soviéticas y del partido, pero sólo para sustituir a los aduladores de la derecha por centristas. Pero lo más característico de la dirección centrista es que concentra su hostilidad contra la oposición leninista con una energía redoblada y triplicada, enriqueciendo su arsenal con más y más herramientas de coerción cada día. La invención más notable a este respecto, realizada después de la redacción de nuestra plataforma, una invención que pone su impronta en la época que estamos viviendo y resucita en el Estado soviético los métodos clericales de la Edad Media, es obligar a los opositores del Partido Comunista a renunciar a sus opiniones comunistas por todos los medios. (Como probó el tratamiento al llamado «centrismo de izquierdas» – Shatzkin, Sten y otros- la intolerancia del centrismo ha aumentado aún más recientemente). La vida ha demostrado todo el fracaso de los zig-zags ideológicos centristas, equivocados y antileninistas, pero el centrismo, utilizando el monopolio de la prensa, sigue falseando las enseñanzas leninistas y engañando al Partido y a la clase obrera diciéndoles que no es el kulak el que nos ataca, sino que nosotros atacamos al kulak (Bauman, Molotov). La afirmación de los capituladores de que el centrismo ha cambiado, aunque se apoya en la misma base social en expansión de los «gestores» (funcionarios), con su correspondiente ideología y con sus propios métodos de aparato para dirigir el país y el partido, sólo indica que los capituladores han perdido toda conciencia teórica y se han revolcado ellos mismos en el fango del centrismo. Como el centrismo está condenado por la historia, como cualquier otra corriente mezquina, y antes o después dejará de ser un factor decisivo en la vida del partido, la liquidación de la oposición leninista, su disolución en el pantano centrista, no significaría otra cosa que dar el poder a la derecha. Al traicionar a la oposición, los capituladores están traicionando los intereses del comunismo, del partido y de la clase obrera.
Los capituladores pasan por alto la cuestión capital: ¿qué giro se está produciendo en el equilibrio de fuerzas de clase en el país? Es cierto, como veremos, que a veces hablan de esto, pero sólo cuando necesitan sembrar el pánico entre la oposición. Por lo general, los cambios en el país y en el partido se cubren con cambios en las políticas de la dirección centrista, lo que, por supuesto, no es lo mismo. Los cambios en el país siguen evolucionando de forma desfavorable para el proletariado. Es indudable que existe un giro a la izquierda en el Partido, pero sus causas y su carácter son diferentes al giro de la dirección. En la dirección centrista se impone el giro hacia la lucha contra el capitalismo agrario. Se trata de un desplazamiento del grupo burocrático que actúa bajo la presión de los acontecimientos. El giro en el partido -nos referimos a la sección obrera del partido- es de clase. Mientras el centro hace sus movimientos de izquierda en la cuestión agraria, adaptándose al momento con reservas, el giro en el partido es un verdadero cambio revolucionario.
La dirigencia centrista oculta cuidadosamente los diversos procesos contradictorios que tienen lugar en el país. Una de las características más dañinas de la dirigencia centrista es tapar sus huellas y presentar todo de color de rosa (todo va de mejor en mejor). Pero no consigue ocultar todo. Los ocasionales y ruidosos escándalos demuestran hasta dónde ha llegado la descomposición del aparato de centro-derecha, tanto en el partido como en los soviets y los sindicatos. Desde el comisariado hasta los comités ejecutivos de las aldeas, el óxido burgués penetra en todos los poros de la dictadura proletaria. El empresario privado de la ciudad y el rico terrateniente del campo ya han dominado en parte la burocracia y la han subordinado a sus intereses de clase. A veces, a través del material oficial que describe una imagen de bienestar general y de relaciones idílicas entre la clase obrera y nuestro poder estatal, hechos trágicos, como el asesinato y el linchamiento en la estación de Grivno, irrumpen como un relámpago entre las nubes, arrojando una luz momentánea pero clara sobre la verdadera realidad. La prensa tuvo que registrar las palabras del abogado de la defensa en el juicio: «Ha habido una disputa pasajera entre la clase obrera y el aparato que ella misma ha creado». En los mismos periódicos, en los discursos del fiscal y del procurador, se constató el hecho del comportamiento pasivo e indiferente de los comunistas y de los miembros del Komsomol que estaban presentes entre la turba durante la salvaje escena del linchamiento. Por otra parte, quienes sean capaces de analizar políticamente el acontecimiento de Grivno comprenderán que es más sintomático que esta o aquella resolución de la conferencia del partido. No menos sintomático es un hecho como el boicot a un trabajador por parte de su propia tienda al afiliarse al Partido Comunista, o el hecho recogido en el informe sobre el estado de la organización de Bakú, donde se constata que la «deserción» de trabajadores alcanza el 25% del número de inscritos durante el año. Los trabajadores abandonan el Partido, a pesar de que estar en el Partido es hasta cierto punto un seguro contra el despido. En cuanto a los sentimientos en el campo, podemos limitarnos a señalar los resultados del «carácter caótico de las recolecciones de cereales»: han provocado un bloqueo entre los pobres y la clase media y los kulak del campo.
Los capituladores intentan distinguir la industrialización y la construcción de los koljoses de toda la cadena de medidas del centrismo, de su política general. Considerándolos como una especie de «cosa en sí», intentan considerar el «nuevo curso» del centrismo como igualmente independiente de las causas que lo provocaron directamente. Por último, evitan u ocultan la cuestión más importante y básica: ¿qué condiciones deben cumplirse para que tanto la industrialización como la construcción de granjas colectivas no se queden en meras resoluciones sobre el papel (como la resolución sobre la democracia en el Partido de finales de 1923), y para que no se detengan a mitad de camino o para que no produzcan resultados opuestos a los esperados?
Al transformarse en acólitos y naturales centristas, en partidarios de un posibilismo sin principios, los capituladores eluden el aspecto más importante de la industrialización y de la lucha contra el capitalismo agrario, dándose cuenta de que una discusión honesta en torno a estas cuestiones revelaría la dualidad y la contradicción del centrismo y su incapacidad para emprender el camino de la construcción socialista consecuente. De hecho, una discusión de este tipo revelaría que 1) la política del centro sigue siendo derechista, tanto en la cuestión obrera como en el régimen del partido (aquí incluso empeorando en comparación con el pasado) y en parte en el pueblo (la prohibición de los sindicatos de pobres, la nueva ley sobre impuestos alimentarios, el aumento de los precios de cereales, que dio a la parte acomodada de los campesinos 350 millones de rublos adicionales); todo esto no sólo perturba la industrialización y la construcción de koljoses, sino que las pone en peligro directo de fracasar; 2) el giro a la izquierda del centro (la industrialización, la construcción de granjas colectivas) es forzado, por un lado, por la presión de la derecha, que deseaba eliminar el centro mediante las huelgas de cereales de los kulaks, por otro, por la presión de la clase obrera, cuyos intereses habían golpeado las huelgas de cereales, y, finalmente, por la presión de la oposición leninista. La supresión de la acción de estos dos últimos factores crearía inmediatamente las condiciones para un nuevo giro a la derecha del centro, bien con sus jefes a la cabeza, bien con la supresión de los actuales jefes de aquella parte del partido; 3) la única garantía real contra nuevas recaídas derechistas del centralismo, es la oposición leninista que expresa consecuentemente los intereses del proletariado y de los campesinos pobres.
Los capituladores miran el plan quinquenal únicamente desde el ángulo de la aritmética, sin tener en cuenta -incluso con este enfoque- que debido a la inflación y a la caída del poder adquisitivo de los chervonets, la cifra de inversión es de hecho inferior a la que figura en el plan quinquenal. Pasan por alto la cuestión principal: qué cambio producirá el plan quinquenal en la relación de fuerzas de clase en el país.
Este «descuido» por parte de Radek y compañía es plenamente comprensible, ya que el plan quinquenal es la hoja de ruta para encubrir la capitulación. Mientras tanto, esto es lo que un coeditor del órgano oficial de la «Economía Planificada» de Gosplan (Strumilin) se ve obligado a admitir. Si el plan quinquenal se lleva a cabo en su totalidad, al final del mismo la renta nacional per cápita aumentará, en la ciudad un 51%, en el pueblo un 52%, y en la parte acomodada del pueblo un 40%. Sin embargo, esto es a condición de que los precios de los productos agrícolas se estabilicen en un 114%, es decir, un 14% más que en 1927-28. Mientras tanto, el índice del sector agrícola privado ha aumentado un 37,9% sólo este año. Además. La renta real del trabajador urbano debería aumentar al final del quinquenio en un 58%, y la productividad laboral por trabajador entre un 100 y un 110%. Al mismo tiempo, el pueblo recibirá 3.500 millones de rublos sólo por la diferencia de precios, y sólo participará en los gastos estatales para la industrialización en una proporción de alrededor del 10%. El crecimiento salarial en el primer semestre del presente año fue del 7,1%, y el índice del sector público aumentó un 8,5%, el del sector privado un 19,3%, y el del sector agrícola, como hemos visto, un 37,9%. Conclusión: la participación de los ricos rurales en el conjunto de la economía seguirá creciendo, a pesar de que se hable de combatir el capitalismo agrario.
Sin sindicatos de campesinos pobres, la influencia política del campesinado acomodado crecerá aún más, ya que el kulak seguirá agrupando en torno a sí a las clases medias campesinas y a una parte de los campesinos pobres, y la vía burocrática de racionalización con ayuda de la presión administrativa, las «listas negras» y los trucos de Larin puede crear tal separación entre la clase obrera y el partido, una desventaja política que no se puede compensar con mejores logros en la industrialización. La dirección del Partido piensa apoyarse en los grupos pobres del campo, pero estos últimos son sólo una ficción. «El trabajo con los grupos de pobres apenas se realiza», escribió un miembro del colegiado del Comisariado Popular de Agricultura, Lacis, en Pravda, 23 de diciembre de 1928. Otro dato: en Siberia hay 15.000 cooperativas, pero sólo 266 grupos de pobres están organizados (cifras de Komarov, miembro del Comité Regional).
Tanto hacia la clase obrera como hacia los campesinos pobres, el centrismo continúa con su antigua política de miedo y desconfianza, una característica de la burocracia en general. El centrismo teme la participación real de las masas trabajadoras en la construcción socialista. Por supuesto, le gustaría apoyarse en ellos, pero con la condición de que las masas no hicieran «política», es decir, no discutieran, y mucho menos criticaran, la «línea general». El centrismo mata cualquier iniciativa real de las masas. Si, incluso bajo la influencia de la lucha agravada en el campo, el centrismo se ve obligado a admitir los sindicatos de campesinos pobres, los someterá a una tutela burocrática tal que pronto se convertirán en lo mismo que nuestros sindicatos, de los que el burocratismo ha castrado el contenido de clase y revolucionario. La industrialización y la lucha contra el capitalismo agrario, dirigidas por un aparato en parte desgastado, en parte perdiendo su entusiasmo revolucionario y en muchos de sus eslabones decaído, estarán en constante peligro de fracaso.

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La oposición del 23-24 preveía el enorme daño que la perversión del régimen de partidos suponía para la dictadura proletaria. Los acontecimientos justificaron plenamente su predicción: el enemigo entró por la ventana burocrática.
En este momento, más que nunca, hay que decirlo en voz alta: un régimen de partidos propiamente democrático es la piedra de toque de una verdadera trayectoria de izquierdas.
Existe la opinión, muy extendida incluso entre los revolucionarios acérrimos, de que la «línea correcta» en el campo de la economía debe conducir «por sí misma» al régimen de partido correcto. Este punto de vista, con su pretensión de ser dialéctico, es unilateral y antidialéctico porque ignora el hecho de que la causa y el efecto en el proceso histórico cambian de lugar todo el tiempo. La línea equivocada agravará el régimen equivocado y el régimen equivocado, a su vez, deformará aún más la línea.
Con Lenin había una línea correcta, pero fue precisamente Lenin quien señaló cómo el aparato, con sus métodos antiproletarios, convertía la línea correcta en su contrario.
«La máquina no va donde los comunistas la dirigen, sino donde alguien, sean los especuladores, sean los capitalistas privados-económicos, o ambos, la dirigen. La máquina no va exactamente por el camino, y a menudo no por el camino imaginado por quien está al mando de la máquina»,
Así lo expresó Lenin en el último Congreso del Partido en el que tuvo que intervenir. Lo que Lenin señaló en aquel momento, como prueba de la influencia de la burguesía en nuestro aparato, se desarrolló gracias a la política de la cúpula centrista, al seleccionar personas no por su demostrada capacidad, experiencia y honestidad, sino únicamente por el principio de adaptabilidad, lo que produjo ese exuberante ramillete burocrático, cuyas flores individuales llevan los nombres de todas nuestras principales ciudades: Smolensk, Astracán, Bakú, etc. El centrismo no creó la burocracia. La heredó junto con otras peculiaridades generales, culturales, etc. de nuestro país. Pero en lugar de luchar contra el burocratismo, el centrismo lo convirtió en un sistema de gobierno, lo transfirió del aparato soviético al aparato del partido y le dio a este último formas y dimensiones totalmente inéditas y completamente injustificables para el papel de dirección política que se supone debe desempeñar el partido. Además, la dirección centrista ha elevado los métodos de mando y coerción a dogmas comunistas («los principios organizativos del leninismo»), los ha refinado y perfeccionado hasta un virtuosismo burocratismo raramente alcanzado en la historia. Es mediante estos métodos desmoralizadores, convirtiendo a los comunistas pensantes en máquinas, matando la voluntad, el carácter, la dignidad humana, que la cúpula centrista ha conseguido convertirse en una oligarquía inamovible e inviolable, que ha sustituido a la clase y al partido. A los capituladores ya no les gusta hablar de régimen de partido y de burocracia de partido, todo esto les parece ahora bastante natural, como si fuera inherente a la dictadura proletaria. Desde el momento en que los capituladores decidieron buscar su lugar bajo nuestro sol burocrático soviético, el régimen estalinista se convirtió para ellos en lo mejor de lo mejor: democrático, obrero y de partido. Ahora, Radek se ha convertido en un apologista especialmente cínico, amenazando a sus antiguos camaradas con la fanfarronería del artículo 58. En su declaración del 13 de julio, los tres «nominados» intentan defender aquellos métodos de dirección que, internamente, han contribuido a la profunda degradación del aparato, y externamente, han contribuido a la destrucción de la dictadura proletaria. Los que hablan de democracia de partido, incluido, obviamente, Lenin, no son más que vulgares liberales que luchan por la libertad en abstracto. Mientras tanto, la lucha contra el enemigo de clase que resurge descaradamente seguirá descansando en el equivocado y archienemigo régimen de partidos.
Los viejos métodos ya han sido condenados y han fracasado estrepitosamente. Así lo reconoce la cúpula centrista, pero como siempre trata de quitarse responsabilidades, echar polvo en los ojos, engañar a las masas, a cuya justa indignación lanzan unos cuantos chivos expiatorios. También intenta engañar a las masas con la llamada autocrítica. Todo el mundo puede criticarse a sí mismo, pero los principales y responsables culpables, no sólo no se critican a sí mismos, sino que no se dejan criticar por el partido. Están dotados del atributo divino de la infalibilidad.
Sin embargo, no pueden ocultar la situación al partido a la clase obrera. La pregunta se ha convertido en una cuestión urgente y debe ser respondida, y esta respuesta debe darse sin demora. Ante el partido hay dos caminos: o bien será capaz de dar a la dictadura del proletariado una organización dirigente basada en la confianza, de la que hablaba Lenin, que será capaz de establecer la democracia obrera; que será capaz de frenar el aparato desenfrenado y autocrático, cuyos abusos, mala gestión e incapacidad cuestan cientos y cientos de millones de rublos, además del terrible daño moral que inflige a la dictadura proletaria. O bien, el partido demuestra ser lo suficientemente maduro como para hacer todo esto, o facilitará -contra su voluntad y con el mayor perjuicio para sí mismo, la revolución y el comunismo- al enemigo de clase, que entonces irrumpirá en nuestra fortaleza soviética bajo la bandera de una falsa, hipócrita y mezquina democracia burguesa, allanar entonces el camino al fascismo desenfrenado. No hay otra salida.

El objetivo de la declaración de la oposición

El objetivo de nuestro llamamiento: 1) demostrar que nuestra expulsión del Partido es un duro golpe para el partido comunista y para el proletariado, ya que los acontecimientos han confirmado nuestra crítica a la dirección centrista y la justeza de nuestra plataforma; 2) señalar las condiciones cuyo cumplimiento es un requisito necesario para la aplicación del nuevo curso; 3) Demostrar la necesidad de nuestro regreso al Partido: ¿por qué nuestros puntos de vista, que la dirección centrista se ve ahora obligada, aunque parcialmente, a aplicar, son incompatibles con nuestra permanencia en el Partido, mientras que la derecha, cuyos puntos de vista, según la propia mayoría, reflejan los intereses de la pequeña burguesía, puede permanecer en el Partido? Debemos protestar contra la salvaje persecución de la oposición, exigir la liberación de los presos y detenidos, la eliminación del artículo 58 para los exiliados, el regreso de Trotsky del exilio.
Debemos declarar nuestra voluntad, al volver al partido, de renunciar a los métodos de lucha de las fracciones, pero disfrutando de los derechos que los estatutos del partido otorgan a cada miembro del mismo.
Ya que podemos influir en las masas trabajadoras no partidistas, es nuestro deber -para orientar sus esfuerzos contra la derecha y la amenaza kulak. Por la industrialización y la construcción de granjas colectivas- instar a la clase obrera a que apoye al partido y al gobierno, sin olvidar los errores de la dirección del partido con sus métodos apparatchik, y sin dejar de luchar por la mejora de su posición material y por la participación real en los asuntos del partido y del Estado.
Para defender sus intereses de clase, el proletariado debe utilizar aquellos métodos de presión sobre los órganos de poder que sean compatibles con los intereses de la industria socialista y con la seguridad del Estado socialista. La constitución del partido, de los sindicatos y de los soviets proporcionan a la clase obrera y a las masas trabajadoras unos derechos que ninguna forma de Estado en la historia, a excepción de la Comuna de París, ha conocido.
Es deber de la oposición llevar las reivindicaciones de la clase obrera a la legalidad sindical y partidaria, rechazando métodos de lucha que, como la huelga, son perjudiciales para la industria y el Estado y, por tanto, para los trabajadores. La oposición leninista debe rechazar enérgicamente los intentos de elementos pequeñoburgueses o incluso abiertamente contrarrevolucionarios de explotar el descontento de las masas para sus objetivos políticos.
Es necesario superar los sentimientos gremiales-corporativistas, filisteos-pequeñoburgueses y sindicalistas entre los trabajadores, y al mismo tiempo escuchar con sensibilidad cada una de las demandas de la clase obrera, separando en ellas lo que es mejor, legítimo y en interés de toda la clase.
Es el deber de todo opositor leninista consciente rechazar resueltamente las desviaciones de nuestra táctica reformista de partido, sin importar si van en la dirección de la capitulación o en la dirección del decismo.
La táctica de la oposición leninista es compleja y exigente. Camina sobre el filo de un cuchillo. Tiene que, evitando tanto las formas oportunistas como las demagógicas, impulsar el proceso de diferenciación en el partido y la puesta en marcha de una parte del mismo, liberarlo de la influencia centrista, luchar por la aplicación de todas las medidas positivas de la dirección centrista, apoyarla hasta el final de todas las medidas positivas de la lucha contra la derecha y, al mismo tiempo, desenmascarar sin piedad el oportunismo centrista. Debe esforzarse simultáneamente por fortalecer la autoridad del Estado soviético, defenderlo contra todos los enemigos abiertos y encubiertos, apoyar a la dirección centrista en todas sus actividades encaminadas a asegurar la Unión y, al mismo tiempo, luchar contra los métodos de violencia exhibidos por la dirección centrista contra el partido y la clase obrera. Para la vanguardia comunista revolucionaria, sobre todo en una dictadura proletaria, no hay caminos trillados.
Estamos a favor de un Partido Comunista unido, no sólo aquí sino en todas las secciones de la Comintern. Esto lo declaramos firme y decididamente en nuestro telegrama al Comité Central (copia al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista), que unió a todo el exilio y cortó el camino a los capituladores en la difusión de calumnias sobre la mítica «alianza de todos los sindicatos».
Estamos a favor de la reforma y nos oponemos decididamente a todo aventurerismo. Esta actitud nuestra no deriva de una teoría ridícula sobre la «naturaleza del poder», que no proporciona ninguna base para una táctica reformista creíble. (En Francia, después de 1789, la «naturaleza del poder» siguió siendo burguesa, y cuántas revoluciones y golpes de estado violentos se produjeron), sino del hecho concreto e innegable de que bajo una dictadura proletaria, la forma soviética es la forma más perfecta de democracia proletaria. Sólo es necesario: 1) evitar que el centrismo mutile su contenido revolucionario de clase (y se ha trabajado seriamente en ello), y 2) educar a los trabajadores para que puedan utilizar los derechos que la fórmula soviética les reconoce (por supuesto, al igual que las formas partidista y sindical). Por lo tanto, la tarea de la oposición leninista no es en absoluto revolucionaria en relación con nuestro Estado -no busca ningún levantamiento violento- sino que es una tarea de reforma. Nuestro método: la lucha contra los que no permiten a los miembros del partido y a los trabajadores disfrutar de sus derechos. El punto decisivo en esta lucha es el ejemplo personal de la firmeza ideológica comunista.

M. Okudzhava, V. Kossior, H. Rakovsky
Saratov, 3 de agosto