Estado españolProcesos revolucionarios

Reflexiones sobre el poder en el marco de la Revolución española

Diego Farpón

Escrito en enero de 1937, este texto apareció en The Spanish Civil War: the View from the Left (Dedicated to the Memory of Sam Bornstein), vol. 4 Nos. 1 & 2.
Su autor, Hans David Freund, fue asesinado por el stalinismo meses después de escribir este texto, a mediados de agosto de 1937.


El poder dual en la Revolución española
La cuestión de los comités

Desde el comienzo de la revolución, el proletariado, al carecer de una dirección revolucionaria, no ha dejado de quedarse detrás de la burguesía. El Comité Central de Milicias como subcomité de la Generalitat (finales de julio), el Consejo Económico de «contención», en otras palabras, de canalización y ruptura de la iniciativa de las masas (mediados de agosto), un gobierno de unión sagrada con la CNT y el POUM (mediados de septiembre), y gobiernos con plenos poderes para liquidar la revolución (mediados de diciembre): esas son las etapas de la contrarrevolución tal como se expresan en las organizaciones representativas.
Esta ha sido una evolución en dirección opuesta a la de las organizaciones dirigentes de la Revolución Francesa, desde los Estados Generales hasta la Convención. Esta comparación muestra también el carácter más democrático de la Revolución Francesa: el proletariado español, que no supo dotarse de un partido de dictadura de clase, ha sido hasta ahora también incapaz de dotarse de una organización representativa sobre bases democráticas. La autoridad de los sindicatos, y las inclinaciones revolucionarias de la central anarquista, habían hecho saber que esa base democrática, que eran los Soviets en Rusia y en otras partes, era al mismo tiempo imposible y superflua. La unificación sindical que se está preparando va quizás a reforzar aún más esta opinión en la mente de muchos militantes. La Alianza Obrera, en la mente de muchos, ¿es en realidad algo más que la coordinación de las dos centrales sindicales? Y los partidos políticos, el Partido Socialista y el Partido Comunista, ¿no marchan al mismo tiempo hacia la unificación, y el propio POUM suplica la unificación con ellos? ¿No está la Alianza de la Juventud en vías de realizarse?
En realidad -y cada vez hay más y más camaradas que ven esta realidad- la intensificación de estas discusiones sobre la unificación es proporcional a la medida en que el proletariado se aleja del poder, y la burguesía prepara un nuevo triunfo, impensable hace sólo unos meses.
Bajo el signo de la «unidad antifascista», el gobierno CNT-Tarradellas-Nin ha disuelto los comités locales de las milicias y restablecido el código militar de la monarquía.
Bajo el signo de la unidad sindical, se ha reforzado el peso específico de la burocracia sindical que avanza hacia el corporativismo y se prepara para frenar y hacer retroceder el movimiento del proletariado y del pequeño campesinado por la emancipación económica y política.
Bajo el signo de la unidad, el Comité de Coordinación de las Juventudes Unificadas (estalinistas) y las Juventudes Libertarias maniatan las tendencias revolucionarias, particularmente entre estas últimas, por no hablar de la consigna de la Alianza Nacional de la Juventud Española de la que hablaremos en otro contexto.
Del mismo modo, ya que no se queda en el papel, en las actuales circunstancias políticas, un mando único en el ejército significa la subordinación del proletariado a la burguesía liberal, el estancamiento de las operaciones militares y la preparación de un armisticio vergonzoso.
La «unidad antifascista» se revela como unidad anticomunista y antirrevolucionaria. El problema de la unidad del proletariado sigue planteado, con más fuerza y urgencia que nunca.

Las Alianzas Obreras

En octubre de 1934, las Alianzas Obreras representaban hasta cierto punto la unión democrática y efectiva de las fuerzas proletarias. Debían su existencia en primer lugar a la agitación de los bolcheviques-leninistas, a la que se añadió en Cataluña el Bloque Obrero y Campesino de Maurín. Pero los anarquistas catalanes se negaron a participar, y los socialistas se negaron a reconocer las Alianzas Obreras como organizaciones de poder proletario. El sectarismo de las organizaciones las convirtió más a menudo en organizaciones de enlace local que en soviets.
La doble debilidad de las Alianzas Obreras era que, al mismo tiempo, carecían de una dirección nacional central y no eran organizaciones del Frente Único en la base. La teoría según la cual el Frente Único en España no debe realizarse ni por arriba ni por abajo, sino «localmente» es obviamente absurda. Debido al ascenso de la burocracia en muchos lugares, la existencia de las Alianzas Obreras siguió siendo puramente nominal y ficticia. En otros lugares fueron dominadas por los socialistas, que se negaron a poner su armamento a su disposición. Como sabemos, los estalinistas calificaron a las Alianzas Obreras (que a pesar de sus debilidades constituían los más altos órganos de lucha que el proletariado español había sido capaz de crear hasta entonces) de «santas alianzas de la contrarrevolución», para finalmente entrar en ellas pocos días antes de la insurrección de octubre de 1934. La historia de ésta demostró los puntos fuertes y débiles de las Alianzas Obreras.
En mayo de 1936, en el Congreso de Zaragoza, la CNT votó una resolución recomendando las Alianzas Obreras, pero esto no fue más que la deformación burocrática del proyecto de la minoría de izquierda, que había exigido la unidad en la acción en la base, o al menos en el «medio», pero que, al carecer de una ideología firme, cedió ante el Congreso. La entrada de la CNT en el gobierno contrarrevolucionario de Madrid se realizó gracias a esta evolución de las Alianzas Obreras, y la unificación burocrática de las dos centrales sindicales tendrá lugar bajo los mismos auspicios.
La Revolución de Julio
La Revolución de Julio, una respuesta tardíamente preparada al golpe fascista, hizo surgir comités de todo tipo. Los comités locales vinieron a sustituir a los ayuntamientos burgueses; además, para asegurar las funciones ejecutivas, judiciales, etc., del Estado, al mismo tiempo la revolución democratizó y descentralizó al máximo sus funciones, y desmanteló los brazos represivos del Estado.
El Comité Central de las Milicias de Barcelona fue la expresión, por un lado, de la victoria de la insurrección antifascista, y por otro, de la pervivencia de la estructura del estado burgués. Hubo «ausencias de legalidad burguesa», pero no su abolición pura y simple. El régimen de doble poder (proletariado y burguesía) establecido por las Jornadas de Julio se expresó en el curso de las primeras semanas en la colaboración de la pequeña burguesía con el proletariado.
Pero la naturaleza de esta colaboración se invirtió en proporción a la medida en que se recuperaron los cimientos profundamente sacudidos del Estado burgués; la que «colaboró» ya no fue la burguesía, sino el proletariado. Algunos días después de la formación del gobierno de septiembre, el Comité Central de las Milicias se disolvió: a partir de entonces el sistema de doble poder se expresó en la coexistencia del gobierno burgués y de numerosos comités, entrando ambos en una fase de lucha más o menos aguda, en la que la dirección de los partidos (incluido el POUM) y de los sindicatos (incluida la CNT-FAI) se puso de hecho del lado de la burguesía reaccionaria.
Tras la disolución de los comités de milicias locales, quedaron los siguientes comités:
1. Comités en los cuarteles de policía, etc. Estos comités formaban una garantía muy relativa e insuficiente contra el uso de la fuerza armada del Estado burgués contra la clase obrera.
2. Comités en las industrias «colectivizadas». Estos comités sufrían de escasez y nepotismo burocrático, así como de la incapacidad de los trabajadores para gestionar la economía sin un período intermedio de educación (control obrero). En ausencia de un renovado auge de la oleada revolucionaria, su inactividad e incompetencia les llevó a ser barridos por la reacción.
3. Comités de control obrero. Estos comités existen en las empresas más importantes que, en general, no han sido colectivizadas. El control sindical de los bancos es prácticamente nulo; lo mismo ocurre con el pequeño comercio.
4. Comités de la Cámara de Madrid. Estos comités sufrían las mismas tendencias burocráticas, pero llevaban a cabo las tareas de represión, vigilancia, asistencia médica, etc. Estaban centralizadas por un sistema de delegación por distritos, etc.
5. Comités locales, que continuaron principalmente en Aragón, Levante, etc.
6. Comités de milicias, existentes en diferentes frentes (Sierra, Aragón, etc).
7. Comités campesinos, existentes en muchos lugares para la colectivización de la producción, el comercio y el abastecimiento. En conflicto con el Estado y la burocracia sindical.
La principal debilidad de todos estos comités es que carecían de un partido revolucionario que pudiera dar a sus mejores elementos una base ideológica sólida. El anarquismo dominaba la mayor parte de ellos en Catalunya y Levante. Por lo tanto, sin comprender la cuestión del Estado, estos comités estaban destinados a ser destruidos por él. Los propios anarquistas, que aceptaron colaborar dentro del Estado burgués, se negaron siempre a coordinar los comités sobre una base regional: se volvieron autoritarios sin llegar a ser democráticos.
Hoy quieren hacer creer a los obreros que el período de la lucha de clases -que nunca habían admitido- ha terminado con la liquidación del patrón, al ver que ahora éste ha aceptado la responsabilidad en los comités o en la fábrica con un salario igual al de los obreros. Ahora, hoy, más que nunca, la principal preocupación de la clase obrera no es económica, sino política. O mejor dicho, los problemas económicos sólo pueden encontrar su solución, como nunca antes, en la lucha política.
El propio POUM nunca ha comprendido que el problema de los comités, de mantenerlos a toda costa y de transformarlos en organizaciones verdaderamente democráticas de vanguardia, constituye el problema central de la revolución. Además, ha firmado el decreto que pide la disolución de los comités locales de las milicias. Ha ofrecido su colaboración al Gobierno reaccionario de la Generalitat, al mismo tiempo que, de manera abstracta y con muchas reservas, pide la formación de una asamblea de comités. Para reunir tal asamblea es necesario, en primer lugar, reformar los comités, creando a partir de ellos otros mejores allí donde las masas luchan por sus condiciones de vida. Pero el POUM es incapaz de avanzar en esta dirección de manera sistemática y consecuente (1). La menor posibilidad de colaboración le hace abandonar su arsenal de reserva de consignas leninistas.
“¡Viva el Estado fuerte! ¡Abajo los comités!”, grita la reacción. “Abajo el Estado, vivan los comités, rejuvenecidos, politizados, democratizados, fortalecidos y ampliados para todas las funciones de la vida pública como instrumentos para la toma del poder por el proletariado”, es la consigna de los revolucionarios.

Hans David Freund
Enero de 1937


Conservamos la única nota que es señalada como redactada por Hans David Freund.

(1) Además, el POUM ha lanzado la consigna de Asamblea Constituyente a los comités aliados. Pero la formación de una constitución es sólo una exigencia secundaria entre todas las tareas que debe cumplir la futura organización central representativa del proletariado.